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Bangkok: las voces de los refugiados birmanos que cruzaron la frontera

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Una docente, una campesina, un padre de familia: son solo algunos testimonios de entre decenas de miles de refugiados que han huido a Tailandia para evitar la violencia de la junta militar birmana. Las autoridades tailandesas ahora amenazan con expulsarlos. AsiaNews difunde sus historias.

A poco más de un año del golpe de Estado militar en Birmania, la represión y la guerra no han frenado a la oposición, que, tras el fracaso de las protestas pacíficas que siguieron al golpe, se unió a las milicias étnicas en la lucha armada.

La guerra civil se ha extendido por todo el país y hoy ninguna ciudad está a salvo de los combates. En diciembre, la Junta militar bombardeó durante una semana Loikaw, la capital del Estado de Kayah, donde se concentra la mayor parte de la población cristiana. Según el ACNUR, hay más de 400.000 desplazados internos, pero decenas de miles de personas han conseguido escapar a la India o Tailandia.

La Fundación PIME decidió abrir un fondo de emergencia (el Fondo S145 Emergenza Myanmar) para apoyar las iniciativas de las Iglesias locales en favor de estos refugiados. El objetivo de la campaña es brindar ayuda inmediata a miles de personas, apoyando la red de instalaciones de acogida que están creando las diócesis de Taungoo y Taunggyi. La información para realizar una donación se encuentra en este enlace.

La situación es igualmente difícil para quienes han logrado cruzar las fronteras de Myanmar. A continuación, difundimos los testimonios de algunos refugiados karen que escaparon a Tailandia para ponerse a salvo. Se vieron obligados a abandonar sus tierras en los alrededores del pueblo de Lay Kay Kaw, en la zona de Myawaddy. Estas personas se encuentran en una situación precaria, ya que las autoridades tailandesas amenazan con deportarlos. Volver a su patria sería exponerse a las represalias de los militares golpistas.

 

“Cuando empezaron los combates, sólo pensaba en correr y lloraba, convencido de que me matarían y de que, aunque sobreviviera, sería imposible reconstruir mi vida porque lo habíamos perdido todo. Durante algún tiempo, permanecimos tres familias en una misma casa. No nos atrevemos a salir, y lo único que podíamos hacer era darnos aliento, rezando a Dios hasta que, afortunadamente, pudimos seguir caminos separados. Tengo 45 años y soy originario de la región del Delta (del Irrawaddy), pero hace unos años me trasladé a Lay Kay Kaw. Tuve que abandonar el lugar por los frecuentes enfrentamientos entre los militares birmanos acampados en las ciudades y los soldados karen que viven en las montañas.

Es peligroso entrar en contacto con los militares del régimen. Antes de los combates, venían y registraban casa por casa: cuando no encontraban a los jefes de familia, destruían puertas y ventanas.

Cuando partimos, éramos más numerosos, pero una vez que cruzamos la frontera, algunos tomaron su camino y quedamos 29 familias con 30 niños menores de 15 años. No tenemos asistencia médica y para los casos graves tenemos que ir hasta una clínica que se encuentra en Kyaw Keh, en Myanmar. Antes de huir, me ganaba la vida limpiando el hospital, pero ahora he perdido mi trabajo y sólo tengo mis almohadones. Ahora vivo en Tailandia, justo al otro lado del río, pero pronto me veré obligado a marcharme como otros, porque sólo nos han dado unos días para completar el trabajo agrícola de los que han podido tener algo de tierra para cultivar durante su estadía. Sin embargo, es impensable volver, porque el riesgo es demasiado alto al otro lado de la frontera. Tengo que vivir separado de mi familia. Mis hijos se quedaron en Myanmar, y están huyendo de los combates”.

“Soy una profesora budista pero mi marido es cristiano. El 14 de diciembre, cuando los militares entraron en Lay Kay Kaw y arrestaron a tres colegas, a un miembro del Parlamento y a cuatro activistas, yo estaba en la escuela para el inicio del ciclo lectivo. No podía volver a casa, así que me escondí en una zanja con los niños y otros profesores durante tres horas. En cuanto cesaron los combates, mi marido y yo decidimos ir a un pueblo más protegido, Maewahkeh. Solo llevamos con nosotros una muda de ropa, mi teléfono, pocos libros y algo de dinero. Al cabo de dos semanas, el día de Navidad, los soldados atacaron con artillería, drones y helicópteros el campo de desplazados internos donde nos habíamos refugiado. Todo estaba en llamas y con otras 200 personas huimos a una zona llamada “Campo 1″, donde permanecimos durante cinco días. Luego, con la ayuda de los soldados karen, nos adentramos en el bosque, pero sólo por poco tiempo, porque ni siquiera ellos podían garantizar nuestra seguridad. En otra aldea encontramos a alguien que conocía a gente karen que estaba instalada en Tailandia y a través de ellos llegamos aquí, donde estamos desde hace un mes, escondiéndonos de las autoridades tailandesas.  Sentimos que aún estamos en peligro y vivimos en constante alerta porque no tenemos documentos. No sé cómo ponerme en contacto con mi madre y mi hermano -cuando huimos, nos separamos de ellos, pero sé que están escondidos en el bosque cerca de Lay Kay Kaw. Mientras tanto, como puedo, sigo realizando programas educativos online, que organiza el Ministerio de Educación del Gobierno de Unidad Nacional, en la clandestinidad”.

“Tengo 33 años y soy campesina. Soy cristiana y mi pueblo está a pocos kilómetros de Loy Kay Kaw, cerca de donde empezaron los combates. Estamos en una zona controlada por el ejército karen, pero a menudo no intervienen para evitar las represalias o la pérdida de las cosechas de los agricultores. Tuvimos que esperar un tiempo después de que nos llevaran a la orilla del río hasta que un jefe de la aldea del lado tailandés se apiadó de nosotros y organizó todo para que cruzáramos a bordo de una  pequeña barca. Crucé la frontera el 19 de diciembre tras días de lucha, llevando sólo una bolsa para mí y mis tres hijos, uno de los cuales es un bebé. Ahora nos escondemos en una casa del pueblo con otras mujeres y niños.

Dejé a mis espaldas el maíz y las legumbres que no pude cosechar y estoy preocupada porque si los militares birmanos queman la cosecha perderé los ingresos de un año entero

Quisiéramos volver, pero la gente que regresó para observar la situación vio a los militares aún más cerca y contaron que los soldados estaban disparando a la gente. El ejército karen nos aconseja no volver, pero algunos no tuvieron más remedio que regresar para cosechar lo que ha madurado en los campos. Para nosotros, la situación se complica por el hecho de que soy la esposa de un soldado karen y si volvemos a casa, podrían matarnos”.

Fuente: asianews.it


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