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A través de las fronteras, las personas desplazadas de Sudán del Sur piden paz

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Alojamientos familiares en el Centro de Protección de Civiles (POC) de Malakal donde vive Jokino Othong Odok desde 2013, a pocos kilómetros de su antigua casa.  © ACNUR/Charlotte Hallqvist


 

Ante el conflicto prolongado y las crisis desencadenadas por el clima, las personas desplazadas dentro y fuera de Sudán del Sur piden conjuntamente el fin del conflicto.

Sawibu Rashidi y Jokino Othong Odok huyeron de sus hogares en Sudán del Sur en busca de seguridad. Pero una década después del comienzo del conflicto en su país de origen, el retorno a la seguridad sigue siendo difícil, tanto para Sawibu, quien huyó a la vecina República Democrática del Congo (RDC), como para Jokino, quien buscó refugio en un centro de desplazados de la ONU dentro de Sudán del Sur.

No son los únicos. La crisis de refugiados de Sudán del Sur sigue siendo la mayor de África, con 2,3 millones de personas refugiadas en países vecinos y otros 2,2 millones de personas desplazadas internas. El país sigue sufriendo el legado de la guerra civil, el persistente conflicto étnico y, más recientemente, los devastadores efectos del cambio climático, lo que deja a millones de personas en necesidad de asistencia y hace difícil el retorno sostenible de la población refugiada.

En la agitación de la huida en 2016, Sawibu fue separado de miembros de su familia cuando huyó a la RDC, algunos de los cuales encontraron seguridad en Uganda, otros en la RDC. Ahora vive en el asentamiento de Biringi, en la provincia de Ituri de la RDC, con su esposa y cinco de sus hijos.

Ahí sirve como imán local y líder de la comunidad refugiada. Observa que en la comunidad sursudanesa de Biringi hay una buena integración de personas de diferentes orígenes y creencias, algo que espera ver con el tiempo en su natal Sudán del Sur.

“Soy líder de una comunidad musulmana de Sudán del Sur, pero aquí en la RDC rezamos juntos en el mismo espacio que los musulmanes congoleños. Del mismo modo, los cristianos de mi comunidad rezan con los cristianos locales y todos compartimos un mismo espacio”, afirma Sawibu.

“Ante todo, las personas necesitan paz”.

A pesar de la fuerte tradición congoleña de abrir las puertas a quienes se ven forzados a huir, el país sigue registrando altos niveles de inseguridad y violencia a gran escala que afectan a la población civil, dejando a muchos expuestos a graves riesgos. Al tiempo que acoge a refugiados sursudaneses, el país se enfrenta a la mayor situación de desplazamiento interno del continente africano, con 5,8 millones de personas desplazadas internas.

Muchos refugiados sursudaneses en la RDC viven en la provincia de Ituri, una región del país que ha sufrido una importante escalada de violencia en los últimos meses. En toda la provincia, las oleadas de violencia cíclica están forzando a las familias a desplazarse no una, sino dos, tres o cuatro veces, y la continua violencia en las regiones fronterizas ha visto a las personas refugiadas desplazarse repetidamente en busca de seguridad. Mientras tanto, los recursos de las comunidades de acogida no son suficientes y ellas mismas se ven sometidas a la presión de un conflicto sostenido.

“Ante todo, las personas necesitan paz… Todos hemos huido de los combates en Sudán del Sur, pero ahora los combates en Ituri están cada vez más cerca de nosotros”, afirma Sawibu. “Oímos hablar de asesinatos y ataques. Dados nuestros antecedentes, nos da mucho miedo”.

Sawibu Rashidi huyó de Sudán del Sur en 2016 y vive en la provincia de Ituri, en la República Democrática del Congo, donde ejerce como imán local y líder de la comunidad refugiada.
Sawibu Rashidi huyó de Sudán del Sur en 2016 y vive en la provincia de Ituri, en la República Democrática del Congo, donde ejerce como imán local y líder de la comunidad refugiada. © ACNUR/Joel Z Smith
Mientras tanto, al otro lado de la frontera, en Sudán del Sur, vuelven a aumentar las tensiones étnicas y se producen nuevos desplazamientos internos en ocho de los diez estados del país, alentados por las graves inundaciones y la competencia por los recursos.

Antes de que comenzara lo que él denomina la “crisis” en 2013, Jokino trabajaba para la diócesis católica de Malakal, sirviendo a su comunidad como parte de una organización eclesiástica. Ahora vive a pocos kilómetros de su antigua casa, compartiendo una pequeña habitación con ocho miembros de su familia en el Centro de Protección de Civiles (POC, por sus siglas en inglés) de Malakal, en el estado del Alto Nilo de Sudán del Sur, un asentamiento de desplazados protegido por las fuerzas de paz de la ONU. A pesar de la cercanía, todavía no puede volver a su hogar debido a las persistentes tensiones étnicas.

“Estamos agotados de vivir en el POC”, cuenta Jokino. “Tenemos nuestras casas en la ciudad de Malakal, que ahora no podemos habitar porque otras personas las están ocupando. Y porque ahí no hay protección para nosotros”, añade. “Queremos vivir libremente como cualquier ciudadano normal del mundo”.

En el estado del Alto Nilo, el conflicto ha estallado de nuevo, lo que significa que han seguido llegando más personas al POC, que ya está seriamente sobrepoblado. Debido a las limitaciones de espacio, las personas recién llegadas se ven obligadas a instalarse en las escuelas del campamento, lo que paraliza la educación de la niñez del lugar, uno de los muchos problemas a los que se enfrentan los residentes.

“¿Por qué nuestros hijos son diferentes?”, pregunta Jokino. “Mi esperanza es que haya paz, que haya seguridad, para que podamos vivir libremente, que nuestros hijos puedan acceder a la educación, [y] vivir como cualquier otro niño del mundo”.

“Realmente queremos amar a este país”.

A través las fronteras, Jokino y Sawibu expresan esperanzas similares para el futuro. Hablan de educación y medios de vida y de su deseo de aplicar las habilidades que tienen para apoyar a sus comunidades y construir su país. Sawibu explica que incluso “los miembros de nuestra comunidad que tienen estudios luchan por encontrar trabajo”, pintando un cuadro del futuro de toda una generación atrofiado por el conflicto. “Si hubiera paz y no guerra, podríamos volver [a casa] y utilizar las habilidades para desarrollar nuestro país”.

Jokino opina lo mismo: “Vivimos de lo que nos dan, de la buena voluntad de los demás… pero un ser humano con ambición de vivir una vida mejor no quiere vivir así”.

El 21 de febrero, ACNUR junto con 108 socios, incluidos actores humanitarios, de desarrollo y de la sociedad civil, lanzaron el Plan Regional de Respuesta a Refugiados 2023, haciendo un llamamiento por 1.300 millones de dólares (USD) para brindar asistencia vital y protección a más de 2,2 millones de personas refugiadas y solicitantes de asilo sursudanesas que viven en la RDC, Etiopía, Kenia, Uganda y Sudán. Este llamamiento está destinado a apoyar a los países vecinos que acogen a refugiados sursudaneses y complementa el Plan de Respuesta Humanitaria 2023, cuyo objetivo es atender las necesidades humanitarias dentro de Sudán del Sur.

Por encima de todo, ambos mantienen la esperanza de que la paz regrese a su país. “Necesito un Sudán del Sur en paz, donde todos los sursudaneses puedan disfrutar de la vida, para que no tengamos que odiar a nuestro país”, afirmó Sawibu. “Realmente queremos amar a este país”.

Fuente: acnur.org


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