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Desde India, Brasil y más allá: los refugiados de la pandemia en la frontera

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Javier y María Gómez realizan una oración del lado estadounidense del muro fronterizo después de haber cruzado desde México, en Yuma, Arizona, el 6 de mayo de 2020. (Ariana Drehsler/The New York Times).

YUMA, Arizona — De pie al lado del descomunal muro fronterizo, un agente de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos observaba cómo un auto dejaba unos pasajeros al borde del camino del lado mexicano. “Ay, no”, musitó. “Ahí vienen más”.

Las siguientes horas, decenas de personas descendieron por una loma árida, pasaron al lado de una poza donde el río Colorado fluye en un hilo y, sin ninguna algarabía, atravesaron un hueco en la barrera de barras oxidadas que se eleva entre Estados Unidos y México. Habían terminado el último tramo de un viaje que comenzó semanas o meses antes en Brasil, Cuba, India y Venezuela.

Los migrantes ilegales, con mochilas polvosas al hombro y sueños de conseguir nuevos empleos en nuevas ciudades, no cruzaron corriendo el camino para esconderse en los inmensos campos de alfalfa como lo ha hecho mucha gente que ha atravesado la frontera en el pasado. Muchos de ellos caminaron hacia el agente, con los brazos levantados en señal de rendición, confiados en que no iban a ser rechazados. Con su hija María a su lado, Javier Gómez cayó de rodillas y rezó.

“Vendimos nuestra casa, todo, para venir”, comentó Gómez, un vendedor ambulante cuya familia salió de Venezuela hace tres meses para realizar el viaje por tierra hacia el norte. “Gracias a Dios lo logramos”.

El gobierno de Biden sigue enfrentando una creciente cantidad de migrantes que llega a la frontera suroeste. Tan solo en abril, la Patrulla Fronteriza se encontró con 178.622 personas, la cifra más alta en 20 años.

La mayoría son de Centroamérica y vienen huyendo de la violencia de las pandillas y los desastres naturales.

Sin embargo, en los últimos meses también ha llegado una ola de migrantes muy distinta, una que el gobierno de Biden no estaba preparado para enfrentar: los refugiados de la pandemia.

La familia Gómez camina por una colina para entregarse a los agentes de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos a lo largo de la frontera con México en Yuma, Arizona, el 6 de mayo de 2020. (Ariana Drehsler/The New York Times).
La familia Gómez camina por una colina para entregarse a los agentes de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos a lo largo de la frontera con México en Yuma, Arizona, el 6 de mayo de 2020. (Ariana Drehsler/The New York Times).

Es una cantidad de personas como nunca había llegado, provenientes de países lejanos donde el coronavirus ha causado niveles inimaginables de enfermedad y muerte, y ha diezmado economías y sustentos. Si antes de la pandemia era difícil ganarse la vida en esos países, en muchos de ellos ahora se ha vuelto casi imposible.

Según cifras oficiales divulgadas esta semana, el 30 por ciento de las familias encontradas a lo largo de la frontera en abril provenía de países diferentes a México y países centroamericanos como Guatemala, Honduras y El Salvador, en comparación con tan solo un 7,5 por ciento en abril de 2019, durante la última ola en la frontera.

La pandemia del coronavirus ha tenido consecuencias trascendentales para la economía mundial, al eliminar cientos de millones de trabajos. Además, ha afectado de una manera desproporcionada a los países en vías de desarrollo, donde se podrían revertir décadas de progreso, según algunos economistas. Lo que va de este año, han llegado unos 13.000 migrantes a Italia, la puerta de Europa, una cantidad tres veces superior a la que arribó en el mismo periodo el año pasado.

En meses recientes en la frontera entre Estados Unidos y México, los agentes han detenido a personas de más de 160 países y la geografía coincide con el camino que ha seguido la peor devastación del virus.

En marzo, fueron encontrados 12.500 ecuatorianos, en comparación con los 3568 de enero. Se interceptaron a casi 4000 brasileños y más de 3500 venezolanos, una cifra superior a los 300 y 284, respectivamente, de enero. Se espera que las cifras de los próximos meses sean más altas.

Desde India y otras partes de Asia, emprenden viajes al estilo de Phileas Fogg. Algunos contaron que tomaron autobuses en sus pueblos natales con dirección a una gran ciudad, como Bombay, India, donde abordaron aviones a Dubái, Emiratos Árabes Unidos, y luego hicieron una conexión en Moscú, París y Madrid, para finalmente volar a Ciudad de México. Desde ahí, se embarcaron en viajes de dos días en autobús para llegar a la frontera entre Estados Unidos y México.

Muchos de ellos están entrando a Estados Unidos a través de inmensos boquetes en el muro fronterizo cerca de Yuma, Arizona, con lo cual se ahorran las rutas riesgosas a través de zonas desérticas, donde los migrantes suelen perder el rumbo, o el río Bravo en Texas, donde de vez en cuando se ahogan los migrantes.

Los agentes de la Patrulla Fronteriza que trabajan en el sector de Yuma señalaron que la cantidad de migrantes que está llegando ahí ahora eclipsa la ola de centroamericanos que hace dos años detonaron algunas de las medidas migratorias más rigurosas del expresidente Donald Trump. Los agentes comentaron que estaban impactados de las distancias tan lejanas que habían recorrido las personas.

Las leyes de asilo de Estados Unidos otorgan protección a quienes son perseguidos por su raza, religión, nacionalidad, opinión política o membresía en un grupo social particular.

No obstante, grandes cantidades de migrantes han llegado a la frontera estadounidense debido a dificultades económicas en sus países de origen y ahora la pandemia ha engrosado ese grupo. Aunque en la frontera no se guarda ningún registro sobre las razones que han citado las personas para tomar la decisión de viajar, las entrevistas con quienes llegaron a la frontera, junto con las de funcionarios de la Patrulla Fronteriza, operadores de albergues y académicos especializados en inmigración, sugieren que el colapso laboral producto del coronavirus —además de las políticas más acogedoras del gobierno de Biden— está motivando buena parte de la nueva ola.

La mayoría de las personas migrantes son liberadas para esperar audiencias que podrían demorar años y, si no obtienen el asilo, muchos terminan quedándose de todos modos, y se suman a los millones de inmigrantes que viven en Estados Unidos sin permiso.

A inicios de mayo, en un solo fin de semana, los agentes de la región de Yuma detuvieron a 1600 migrantes.

“Mucha gente de todo el mundo percibió un retroceso en su nivel de vida. No es ninguna sorpresa que se hayan precipitado a entrar a Estados Unidos cuando se enteraron de que otras personas habían logrado cruzar con éxito desde México”, comentó Andrew Selee, presidente del Instituto de Política Migratoria, una organización apartidista.

“En 2019, observé algunas de las mismas dinámicas”, agregó. “Pero fue a una escala mucho menor”.

Oportunidad y desesperanza

Aunque la mayoría de los migrantes tal vez no comprenden del todo las complejidades de la política fronteriza de Estados Unidos, en entrevistas muchos afirmaron que percibían una oferta de tiempo limitado para entrar al país. Sus amigos y familiares que ya están en el país, junto con los contrabandistas ansiosos por cobrar su dinero, les han asegurado que no serán rechazados… y así ha sucedido.

“En nuestro país, supimos que el nuevo presidente está facilitando la entrada y que hay demanda de trabajo”, comentó Rodrigo Neto, quien llegó desde Brasil, donde la pandemia arruinó su negocio y le dejó una deuda abrumadora. “No podía dejar pasar esta oportunidad”.

Neto, de 55 años, cerró su tienda de electrónica, vendió su auto y juntó sus ahorros para pagar el viaje.

Como mucha gente de Brasil y otros países asolados por la pandemia, Neto no pudo obtener una visa para entrar a Estados Unidos. En cambio, voló de São Paulo a Ciudad de México y luego a Tijuana, México, donde un chofer que trabajaba para una red de contrabando se reunió con su grupo. Luego, una mañana reciente los llevaron a la orilla de un camino en Algodones, México, del otro lado de la frontera con Arizona, donde los dejaron.

De ahí, les tomó tan solo 10 minutos llegar a la carretera del condado 8, donde un agente de la Patrulla Fronteriza estaba parado cerca de una abertura en el muro.

“Cada semana, están llegando en avión a Tijuana entre 1200 y 1500 brasileños, pero no por turismo”, mencionó en Twitter Jody Hice, congresista republicano de Georgia, después de recibir información de la Patrulla Fronteriza durante un recorrido que hizo recientemente por la frontera.

Aunque el gobierno estadounidense intenta regresar de inmediato a los migrantes que son sorprendidos cruzando la frontera de manera ilegal, conforme una orden sanitaria de emergencia por la pandemia conocida como Título 42, México se ha rehusado a aceptar muchos migrantes de Sudamérica, Asia y el Caribe. En muchos casos, esos migrantes han sido liberados en Estados Unidos con un aviso para aparecer en una fecha posterior en una corte migratoria, una práctica que está actuando como un nuevo imán.

Una mañana reciente, dos familias de India lograron cruzar la frontera, los hombres con los brazos en alto, sus esposas e hijos detrás de ellos. Una familia señaló que esperaba llegar a Georgia; la otra tenía como destino Florida.

Habían volado por cinco países para llegar a Ciudad de México, donde abordaron un autobús hacia la frontera con Estados Unidos. Un taxista conectado con los coyotes los dejó en un sendero desde donde caminaron hasta un hueco en el muro.

Unos metros detrás de ellos venía un cubano que iba a Miami.

Minutos más tarde, una niña pequeña con un suéter de Mickey Mouse que le colgaba de la cintura atravesó con tres adultos, iban a Boston, donde les esperaban amigos y empleos.

Luego, llegó la familia Gómez, los que habían llegado desde Venezuela, con una maleta con ruedas a rastras. La esposa de Gómez, Natasha, abrazó a sus tres nietos y lloró. “En Venezuela no hay comida, no hay electricidad, no hay medicinas ni trabajo”, comentó.

Los agentes de la Patrulla Fronteriza revisaron los documentos y anotaron los nombres de los migrantes que, para escapar del agobiante calor, se reunieron bajo la sombra que proyectaba el muro.

Pronto arribó una camioneta para llevarlos a la estación de la Patrulla Fronteriza… y a un nuevo capítulo, incierto, pero esperanzador.

This article originally appeared in The New York Times.

Fuente:Yahoo noticias


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