Se calcula que actualmente en el mundo hay más de 100 millones de seres humanos que abandonaron sus hogares y huyeron hacia otros países para escapar de la pobreza, los desastres naturales, las persecuciones o los prolongados conflictos armados.
El fenómeno, que reabre el debate sobre la seguridad en las fronteras y los movimientos legítimos de personas, también agita el fantasma del rechazo y la desconfianza hacia los que son considerados extranjeros. Y no faltan quienes proponen levantar muros para resolver el problema.
Según la Organización Mundial para las Migraciones, desde mediados de la década de los 90, miles de personas intentan cruzar cada año el mar Mediterráneo, sin contar con la documentación requerida para los países de destino, en botes desde las costas del norte de África y Turquía para procurar asilo o para emigrar a Europa.
El número de personas que murieron al intentar esa travesía asciende a más de 24.000 desde que se lleva un registro de estas tragedias hasta nuestros días. En el viejo continente los partidos de extrema derecha proponen levantar muros o vallas con alambres de púas para frenar el ingreso irregular de migrantes.
Quienes están en contra de esa idea, advierten que la experiencia demuestra que ese tipo de contenciones físicas no resuelven el problema y para lo único que han servido es para generar un nuevo negocio para las empresas que las construyen y las organizaciones que se dedican al tráfico de personas.
Además, recuerdan que esa supuesta solución choca con el compromiso de respetar los derechos y la dignidad de los migrantes y su capacidad para pedir asilo cuando buscan protección. Pero más allá de los argumentos a favor o en contra de los muros, la realidad muestra que en Europa ya se han levantado muros a lo largo de 1.700 kilómetros desde el año 2015 hasta la fecha.
En 2021, los ministros del Interior de Austria, Bulgaria, Chipre, República Checa, Estonia, Grecia, Hungría, Lituania, Letonia, Polonia, Eslovaquia y de Dinamarca enviaron una carta conjunta a la Unión Europea para pedir a esa entidad que financie la construcción de muros para evitar el ingreso de inmigrantes.
Días después, una investigación periodística internacional reveló la existencia de grupos organizados que atacan a golpes a inmigrantes en las fronteras para impedir que ingresen a la Unión Europea. Llama la atención que tres décadas después de la caída del muro de Berlín una parte de la dirigencia política europea plantee la necesidad de levantar muros, olvidando que, en rigor, el fenómeno de los desplazamientos de grupos humanos es tan antiguo como la humanidad misma.
Recientemente, por la guerra en Europa del Este cerca de 4 millones de ucranianos se vieron obligados a dejar su país para buscar lugares más seguros. Antes, en 2015, casi un millón de sirios vivieron una situación dramática similar.
Según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, a finales de 2020 hubo más de 82,4 millones de personas desplazadas por la fuerza en todo el mundo, a raíz de persecuciones, conflictos armados, violencias, violaciones a los derechos humanos o acontecimientos que alteraron gravemente el orden público.
Con este escenario de fondo, vale la pena rescatar algunas de las reflexiones que dejó el Papa Francisco con motivo de celebrarse la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, cuando propuso “caminar juntos sin prejuicios y sin miedos, poniéndose junto a quien es más vulnerable”.
En nuestro continente el problema también está presente y se vive con mayor intensidad en la frontera de México con Estados Unidos. La organización Médicos Sin Fronteras informó que en Honduras, El Salvador y Guatemala, la violencia y la pobreza generalizadas durante los últimos años han provocado una crisis humanitaria transfronteriza, a tal punto que cada año, unas 450.000 personas huyen de las amenazas, la extorsión y el reclutamiento forzoso, emprendiendo un viaje en el que ponen en peligro sus propias vidas para poder cruzar la frontera hacia EEUU.
Frente a estos fenómenos de desplazamientos masivos de personas en condiciones penosas, no se debe alentar el rechazo al extranjero sino comprender cuáles son las causas que se esconden detrás de estas tragedias y recordar que se trata de una cuestión compleja que debe ser abordada con un enfoque más equilibrado.
Fuente: diarionorte
