La página web Silema relata las condiciones de los refugiados que huyeron para no luchar en la guerra contra Ucrania internados en el campo de Mutsenieka. Los dramas de quienes se encuentran al margen del conflicto en curso y no son acogidos por ninguno de los dos bandos.
Son ciudadanos de Rusia, o emigrantes de Asia Central que viven en Rusia, que aspiran a obtener visados europeos aunque crucen las fronteras clandestinamente, se entreguen a las autoridades y soliciten asilo. Mientras se evalúan sus solicitudes, son detenidos en campamentos, albergues o directamente en prisión. El sitio Sistema ha intentado ponerse en contacto con ellos mientras esperan su destino durante meses o años.
Uno de los campos de refugiados se encuentra en Mutsenieka, a pocos kilómetros de Riga, la capital de Letonia, justo detrás del enorme complejo de Ikea. Si vas allí en autobús, en las últimas paradas ya no encuentras a ningún ciudadano letón, y estás junto a nigerianos, sirios, libios, marroquíes, tayikos, uzbekos y rusos de nacionalidad mixta, los más propensos a ser enviados al frente, en una mezcla de lenguas y costumbres nacionales. En Mutsenieka hay dos centros, uno abierto y otro cerrado al público, es decir, un albergue y una prisión, con niveles de vida muy similares.
En el centro “abierto”, la diferencia es el ruido y la alegría, a pesar de las condiciones poco favorables. Hay muchos voluntarios que traen algo de comer, aunque el menú diario no va mucho más allá de un plato de arroz normal. En el centro “cerrado”, como dice Said, uno de los refugiados, “se está muy tranquilo, pero la comida es mucho mejor”; estuvo encerrado seis meses, y ahora vive en el albergue, libre para hablar con los periodistas. Su amigo Ibrahim (nombre ficticio, para que no lo repatríen a Rusia), estuvo encerrado en el lager durante dos años.
Uno de los corresponsales consiguió abrir la puerta de la cárcel gritando en ruso, hasta que uno de los guardias salió y dijo: “Sabía que a estos sitios sólo puede venir un ruso con las piernas, ¿con quién se va a reunir? Sin embargo, todos los reclusos tienen derecho a conocer gente llamando con el teléfono de la cárcel y concertando una cita, y sometiéndose a otro registro más. Los corresponsales del Sistema consiguieron reunirse con Ibrahim, en chándal, bien lavado y afeitado, alegre y servicial, que habla ruso sin acento.
El refugiado dijo que era funcionario de una de las prefecturas de una ciudad del Cáucaso, y que mientras reparaba uno de los ordenadores había encontrado documentos con una lista de personas que iban a ser secuestradas, para pedir rescate o para ser enviadas a la guerra de Ucrania. Ibrahim decidió avisar a todas las personas amenazadas de secuestro, y al día siguiente la madre de uno de ellos se presentó en la prefectura para quejarse, diciendo que iba a escribir a Putin, y que sólo gracias a una buena persona había conseguido sacar a su hijo.
Esa misma noche, Ibrahim huyó a Polonia, pero fue detenido en la frontera bielorrusa, hasta que por otros medios, tras peripecias entre Francia y Turquía, acabó en el lager letón, tratando de evitar la repatriación a Rusia, que “sería una sentencia de muerte”. Hay muchas historias como ésta, son los dramas de quienes se sitúan al margen del conflicto en curso y no son acogidos por ninguno de los dos bandos, porque no hay un bando en el que sólo vivan “los buenos”.
Fuente: asianews.it