Hay episodios recientes que han dejado expuestas a personas en esa condición de movilidad, como al joven repartidor de comida que asesinaron por robarle su moto, en el sector de Flor de Bastión, en el noroeste de Guayaquil, el 20 de enero pasado. “Dónde estaré metido yo, Dios mío”, dijo el extranjero en un video que subió a una red social momentos previos a la desgracia.

Antonio García también trabaja como delivery (repartidor) y gana el sueldo básico. Él partió del estado de Carabobo, Venezuela, a Quito, a finales del 2019. Navidad y fin de año fueron fechas duras para el hombre de 40 años por tener a su familia a más de 2.300 kilómetros de distancia.

“Llevo un tiempo trabajando en una empresa de repartos. El dinero que he ganado me ayudó para traer a mis hijos. Me reencontré con ellos después de casi un año y medio de estar separados”, cuenta Antonio.

La decisión de salir de su país era inminente por la difícil situación económica que se agravó con el pasar del tiempo. Dos años después, dice, su vida mejoró en la medida de lo posible, aunque ahora se tensiona por otros problemas propios del Ecuador, como la inseguridad, o aquellos que se derivan de la pandemia.

“Trabajé como asesor de ventas, pero la pandemia hizo que me despidieran. Luego salí a vender a la calle limón, aguacate y naranjas, por unos tres meses (…). Hasta ahora he sido bien recibido aquí en Ecuador”, comenta el ciudadano extranjero.

En cambio, Yuleidys Aular, de 36 años, llegó a Guayaquil en plena pandemia, el 26 de julio de 2020. Ella recuerda que se empezó a ganar la vida con la venta de empanadas y arepas, por la mañana, que le dejaba hasta $ 18 diarios; y por la tarde, como impulsadora en un restaurante, donde le pagaban $ 5 por unas cuantas horas.

“Con eso completé para traer a mi hermano”, cuenta Yuleidys. Le iba bien, pero la situación económica empeoró en Ecuador. Las ventas bajaron y eso la llevó a buscar otras oportunidades. En el 2021 se anunciaron vacantes en EL UNIVERSO para vender sus ejemplares. Ella aplicó.

Yuleidys Aular. Cortesía.

Después de un tiempo de prueba, Yuleidys se quedó con el trabajo.

“Gracias a este trabajo yo he arreglado mi casita poquito a poco en el estado Falcón, le puse ventanas, quedó bonita. Logré viajar a Venezuela y volver”, destaca la mujer.

Su punto de venta está en una intersección de Urdesa central, pero recorre varias calles para vender la mayor cantidad de periódicos. En ese trabajo, dice, ha conocido personas que la respetan y otras que han querido sobrepasarse.

“Hay hombres que confunden mucho nuestra amabilidad. Pero yo les he dicho que si fuera otro tipo de mujer yo no estuviera trabajando aquí, de esos me he topado algunos, pero de manera general mis clientes son respetuosos”, cuenta la mujer, quien vive en Sauces.

Antonio y Yuleidys extrañan su tierra, sus playas, el calor del hogar. Evis Chourio también extraña ese calor casi fraterno que encontraba cada sábado que visitaba el mercado de Río Chico, en Miranda. En ese estado venezolano, Evis coordinaba un postgrado.

“Entonces tenía que recorrer el estado Miranda y cuando terminaba mi jornada me iba para el pueblo, me metía al mercado –donde ya me conocían– y me pedía mi lebranche, que es un tipo de pescado que se pide para asarlo o freírlo. Extraño eso, me pega mucho eso. Sin duda, también extraño a mi familia”, dice el docente de Lengua Extranjera y Literatura, quien en la actualidad vive con su hija, en Quito.

Este hombre de 66 años llegó a la capital hace aproximadamente seis años, cuando aún el flujo migratorio no era tan fuerte. Él vino de vacaciones. Sin embargo, una conocida le propuso un cargo en una fundación.

“Me dije: ‘Trabajo un mes, me gano $ 500 y me voy, para seguir en mi universidad (donde laboraba)’, pero después el ambiente fue propicio, el trato y todo. Y entonces decidí quedarme hasta diciembre. Me quedé hasta julio (en ese lugar)”, recuerda Evis. En diciembre del 2016 fue a Venezuela a finiquitar su jubilación en la universidad donde laboraba y retornó.

Actualmente trabaja como docente en un colegio privado de Quito. Ahí se siente cómodo y libre de ejercer su profesión a la que tanto ama.

Profesor Evis Chourio (tercero, de izquierda a derecha) y sus colegas, en el Colegio Estados Unidos de Norteamérica, en Quito. Cortesía

“Alguien me llamó para preparar a unos estudiantes de un colegio para la prueba de la Senescyt. Luego apliqué en un colegio que se llama Estados Unidos de Norteamérica, que queda en Monteserrín. Ahí me hicieron la entrevista y una clase demostrativa. Ahí he sido profesor de hijos de diplomáticos y agregados militares”, cuenta Evis, quien recomienda a sus compatriotas ingresar de forma legal al país, es decir, con una visa, de ser posible, para agilizar su adaptación en Ecuador.

Los ciudadanos consultados coincidieron en que su vida la seguirán escribiendo en este país a menos que haya un cambio político y económico en su tierra natal, ese cambio que les asegure un desarrollo libre y en paz para ellos y los suyos. (I)

Fuente: eluniverso