América NorteMéxico y el espejo de la crisis venezolana

México y el espejo de la crisis venezolana

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Si el proyecto presidencial lograra consolidarse, no será casualidad que la emigración mexicana –ya hoy en expansión– se despliegue en mayor escala enfilada hacia Estados Unidos. No nos tocará cruzar la selva del Darién, pero tampoco habrá un letrero de amable bienvenida.

– La migración internacional de personas, realizada en condiciones irregulares, configura uno de los cuadros más crudos de la experiencia humana. Si quisiera describirse un ejemplo de aguda vulnerabilidad de una persona, sería justamente en condiciones de migración y refugio, pues se huye de un origen que expulsa, de un Estado que no protege o que incluso agrede, o bien se escapa de condiciones económicas, sociales y políticas que hacen inviable la vida en el lugar de origen. Se suma a lo anterior la complejidad de la movilidad internacional, no solamente por la carencia de recursos económicos –que regularmente es el caso–, sino por las condiciones jurídicas y de seguridad que enfrenta la migración en los espacios de tránsito y destino, que se añaden como factores de riesgo que pueden conducir a situaciones extremas, incluyendo la muerte.

Desde esta perspectiva, la emigración y la búsqueda de refugio son indicadores de muy serias crisis en los países de origen, que pueden ser de diferente naturaleza. A pesar de su diversidad, el resultado es similar al forzar la salida de personas de sus lugares de vida. Recientemente, después de la crisis internacional de salud provocada por el covid-19 y sus consecuencias sobre crecimiento, empleo, ingreso y además en el acceso a bienes públicos, muchos países vieron repuntar el número de personas migrando hacia otros destinos. Entre los que incrementaron su emigración se encuentran, por supuesto, México y otros países latinoamericanos, además de distintas naciones de África y Asia.

Seguramente en muchos lugares del mundo la crisis de salud se añadió a crisis preexistentes, como las económicas, políticas o ambientales. No por casualidad el año 2020 se caracterizó por un repunte sincrónico de los flujos internacionales de migrantes y refugiados. El mundo entero fue sacudido de manera severa y, entre sus consecuencias, cientos de miles de personas fueron obligadas a abandonar sus espacios de vida, buscando alternativas económicas o la protección internacional.

En el Continente Americano, la frontera entre Colombia y Panamá destaca como uno de los principales espacios de flujos migrantes y de refugio procedentes de América del Sur e incluso de otros continentes. Pero al mismo tiempo es una de las regiones con los mayores riesgos para la vida de las personas que por ahí cruzan. La muerte no es un evento desconocido, lamentablemente. Ante horizontes con agotadas alternativas, los peligros son asumidos con notable valor y decisión.

La selva del Darién, en territorio panameño, históricamente ha sido una barrera natural casi impenetrable. Debe ser muy grande la desesperanza para intentar avanzar por esa ruta con el propósito de llegar al norte, hacia México y después a Estados Unidos. Por lo mismo, el Darién es una especie de observatorio de la deses­peranza y de la gravedad de las crisis en los países de origen.

El gobierno de Panamá mantiene un registro sobre el número de personas que cruzan por esa selva (https://www.migracion.gob.pa/). Durante 2022, hasta el mes de octubre, han transitado algo más de 211 mil personas, de las cuales 70% son venezolanos. ¿De qué tamaño son las crisis que impulsan el extraordinario esfuerzo necesario para transitar con riesgos tan altos? A pesar de la selva, a pesar de otros obstáculos y de políticas migratorias abiertamente excluyentes, como la acordada por los gobiernos de México y de Estados Unidos hace unas semanas, la movilidad migrante y de refugio de venezolanos no ha disminuido sustancialmente. Son más fuertes los factores de expulsión que las barreras puestas en el camino.

La situación en Venezuela, la más grave en América Latina considerando la enorme cantidad de población que ha emigrado (una cuarta parte del total), no es única, pues algo similar ocurre en otros países, como Nicaragua y Cuba, que comparten gobiernos autoritarios y economías débiles, junto a una emigración que no cesa. Habrá que vernos en ese espejo, nosotros en México, especialmente considerando que el proyecto político que impulsa el gobierno del presidente López Obrador compromete los avances democráticos obtenidos a lo largo de décadas y se enfila hacia un modelo de gobierno que aspira al partido único y a la descalificación de cualquier alternativa, con el agravante de una administración pública militarizada.

Si el proyecto presidencial lograra consolidarse, no será casualidad que la emigración mexicana –ya hoy en expansión– se despliegue en mayor escala enfilada hacia Estados Unidos. No nos tocará cruzar la selva del Darién, pero tampoco habrá un letrero de amable bienvenida. Cabe agregar que la emigración mexicana se está acelerando debido al deterioro de las condiciones sociales (la pobreza se ha incrementado, como demuestra Coneval), a que el crecimiento económico va a terminar con un balance sexenal nulo y, por si faltara algo, la crisis de seguridad es cada vez más aguda, sin control en el horizonte. Todo lo anterior en dinámica simultánea –procesos políticos autoritarios y las crisis sociales, económica y de seguridad, entre otras– apunta a motivar que la población mexicana intensifique su movilidad hacia Estados Unidos.

Ya no será una emigración de modo tradicional, generada esencialmente por el mercado laboral, sino que se complementará con escenarios que lamentablemente ya tenemos en diferentes regiones del país: los desplazamientos de personas provocados por la inseguridad y por el crimen que predomina impunemente. La desigualdad y la pobreza seguramente también aportan su cuota como factores de emigración. Además, por si faltara algo, está en curso la cuestión del poder. La polarización, la intolerancia y la agresividad gubernamental contra opositores y críticos tiene el potencial para impulsar una nueva corriente migratoria: la causada por razones políticas.

Al iniciarse el gobierno de AMLO, cerca de 14 mil mexicanos fueron detenidos por las autoridades migratorias de Estados Unidos durante diciembre de 2018 al intentar el cruce irregular. En septiembre de 2022 la cifra se aproximó a 64 mil casos. Dado el escenario que hemos descrito, no es difícil apostar a que durante 2023 los números serán mayores. Visto de conjunto el panorama mexicano, por muchas razones –donde destaca nuestra emigración– es necesario voltear la mirada y vernos en el espejo de la Venezuela de la última década. Cualquier similitud de procesos no será mera coincidencia.

Fuente: proceso.mx


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