Lo difícil para las personas refugiadas no termina al huir de sus países: tienen que enfrentar obstáculos adicionales como discriminación, xenofobia, desinformación, desconocimiento del idioma, burocracia y el no acceso efectivo a sus derechos más básicos, entre muchos otros.
Solo corres hacia la frontera cuando ves a toda la ciudad corriendo también.
Solo abandonas tu hogar cuando el hogar no te permite quedarte”.
Warsan Shire
Cada 20 de junio se conmemora el Día Mundial de las Personas Refugiadas, fecha instaurada por las Naciones Unidas en honor a quienes han sido desplazadas de manera forzada en todo el mundo.
En el marco de esta fecha, resulta relevante dar espacio a la concientización y sensibilización sobre el fenómeno de la movilidad humana y protección internacional, así como a la empatía hacia las historias de vida de quienes no tuvieron otra opción que huir para proteger la vida, seguridad y libertad propias y/o de sus seres queridos.
Según datos del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), una de cada 78 personas en el planeta ha sido forzada a huir. Durante el año 2021, se registraron 27,1 millones de personas refugiadas en el mundo, es decir, más del doble que la década pasada.
Tratándose de México, durante el mismo año 2021 se alcanzó un nuevo récord de 129,791 solicitudes para iniciar el procedimiento de reconocimiento de la condición de refugiado, mientras que 2022 representó el segundo año con la mayor cantidad de solicitudes, con 118,478.
Dichas cifras resultan sorprendentes, pero debemos comprender que no solo se trata de números, pues detrás de ellos, existen historias de personas que solo buscaron salvaguardarse frente a la persecución, violencia generalizada, agresión extranjera, conflictos internos, violación masiva de los derechos humanos u otras circunstancias.
Como Josefina, sobreviviente a la violencia psicológica, física y sexual ejercida por su expareja y miembro de una pandilla, quien tuvo que huir de Honduras junto con sus tres hijos menores de edad para salvaguardar sus vidas. Como Manuela, mujer nicaragüense que comenzó a ser perseguida por agentes estatales en razón de su labor como periodista y defensora de derechos humanos. Como las hermanas Olivar, quienes lograron la hazaña de viajar vía terrestre desde Venezuela, donde la situación era insostenible, no contaban con acceso a derechos como educación, alimentación adecuada, atención médica, ni siquiera podían acceder a elementos básicos de gestión menstrual. Como Pablo, hombre cubano que inicialmente viajó a México solo para estudiar una maestría, pero derivado de diversas publicaciones académicas que cuestionaron el régimen político de su país de origen, comenzó a recibir amenazas y se vio obligado a no volver. O como Maxim y su pareja, quienes huyeron de Rusia por motivos de persecución debido a su orientación sexual.
Estas son solo algunas de las muchas narrativas reales y conmovedoras que conocemos día con día en organizaciones de sociedad civil como Sin Fronteras I.A.P. Desafortunadamente, lo difícil no termina al huir de sus países, pues en México tienen que enfrentar obstáculos adicionales como la discriminación, la xenofobia, la desinformación, el desconocimiento del idioma español, la burocracia, el no acceso efectivo a sus derechos más básicos, entre muchos otros. Sin dejar de lado que, generalmente, suelen ser víctimas de delito o de violaciones a derechos humanos por las propias autoridades mexicanas.
Ante este contexto, hacemos un llamado a la empatía y solidaridad con las personas refugiadas, reconociendo su resiliencia y el gran valor que aportan a la sociedad mexicana. No olvidemos que toda persona merece un trato digno y libre de cualquier tipo de discriminación, independientemente de dónde provenga.
El asilo es un derecho humano que le asiste a toda persona y no está sujeto a negociación alguna. El día de mañana podríamos ser tú o yo quienes busquemos la protección en otro país, ¿qué trato nos gustaría recibir?
Fuente: animalpolitico