Eran las 2 de la mañana del pasado miércoles cuando a Ricardo Melendez, un joven venezolano de 19 años, lo despertaron en un refugio sanitario de Iquique, en el norte de Chile, lo obligaron a subir a un autobús y lo llevaron al aeropuerto para deportarlo.
Él formó parte del vuelo de las Fuerzas Armadas chilenas en el que unas 138 personas, en su mayoría migrantes venezolanos, fueron enviados a su país de origen, por incumplir con las leyes migratorias chilenas.
“Estamos en presencia del primer vuelo que sale desde el norte (de Chile) y da cuenta de un proceso de expulsión, en su mayoría personas que ingresaron de forma clandestina hace menos de tres meses”, dijo el miércoles Rodrigo Delgado, ministro del Interior de Chile.
“Tenemos que ordenar el flujo migratorio en nuestras fronteras. Y las personas que quieren venir a Chile lo tienen que hacer por las vías correspondientes, es decir sacando la visa”, agregó Delgado en un mensaje a periodistas antes de que el vuelo despegara.
La decisión del gobierno chileno fue ampliamente criticada por opositores del gobierno de Venezuela y por organismos de derechos humanos.
“Las autoridades dicen que ingresan de forma ilegal, sin visa, pero ellos no tienen manera de entrar de manera ilegal porque Chile les exige un visado que las personas hoy día no pueden conseguir”, aseguró la presidenta del Servicio Jesuita a Migrantes Macarena Rodríguez, en una entrevista con TVV Venezuela.
Melendez junto a otros miles de migrantes se habían concentrado la pasada semana en la localidad de Colchane, ubicada al norte del país y fronteriza con Bolivia, con el objetivo de ingresar a territorio chileno.
Él lo había logrado, pero el sueño de ver a su hermano y sobrina en Santiago, la capital chilena, se desmoronó a las pocas horas.
“Me sentí como un delincuente (…) Me arrancaron el corazón”, le cuenta a BBC Mundo en una conversación telefónica desde Caracas.
BBC Mundo solicitó al gobierno chileno un comentario sobre las críticas que recibió por estas deportaciones pero hasta la publicación de este artículo no recibimos respuesta.
Lo que sigue es un relato en primera persona de Melendez, quien cuenta su odisea al atravesar cuatro países a pie para reencontrarse con su familia.
Estuve un año viviendo en Medellín, Colombia. El 8 de enero salí rumbo a Chile.
Empecé viajando con un amigo, pero él decidió quedarse en Lima y yo seguí hacia Bolivia.
Parte del viaje fue caminando. A veces me daban un aventoncito, me montaba a una gandola (camión) o mi hermano me ayudaba con algo del pasaje.
Llegué a las 8 de la noche el 30 de enero a Colchane, en la frontera entre Bolivia y Chile. Y allí me encontré con más venezolanos. Más de 300 personas.
Estaba solo y decidí cruzar irregularmente como todos lo hacían. Fueron tres horas caminando por el desierto hasta una parada de bus.
Ahí pasé la noche, pero no pude dormir porque el frío era insoportable, aunque llevaba puestas dos franelas (camisetas), dos chaquetas, un pantalón y dos monos (pantalones deportivos).
Como a las 5 o 6 de la mañana pasó otro grupo de personas que decidieron también caminar por el desierto. Había muchos venezolanos y los carabineros estaban apoyándolos, supuestamente.
Yo caminé otras siete horas por ese desierto, desde las 5 hasta las 12, sin agua, sin comida, sin nada. Encontré un racimo de uvas y eso es lo que tenía para comer.
Estaba cansado, no había dormido nada y durante el día el sol era insoportable. No encontré ni una sombra para descansar.
En el camino me encontré con una gandola que venía de regreso. Paró y me ofreció un refresco.
Me preguntó dónde iba. Le dije a Huara, el próximo pueblo. Me dijo que no había forma de que yo llegará, que aún me faltaban tres horas en carro y caminando como casi dos días.
Si seguía caminando en ese desierto a lo mejor no podría sobrevivir.
Me subí a la gandola y me llevó de regreso a Colchane.
“Triste y preocupado”
Cuando llegué a Colchane vi una enorme cantidad de venezolanos.
Me dijeron que uno se podía “autodenunciar” con los carabineros y ellos te daban el apoyo para llamar un autobús y llevarte a un refugio.
Decían que era la manera legal para las personas que estuvieran entrando de forma irregular el país.
Entonces me autodenuncié el lunes pasado. Entregué los documentos y firmé un libro donde quedaba registrado.
Estuve cinco días en Colchane, sin comer, durmiendo en el piso, esperando que llegara mi turno de que me llamaran.
Desafortunadamente, en esos días murió una persona de la tercera edad y otra señora de hipotermia, por el frío.
Desagradablemente me tocó verlos. Estaban en una plaza.
Yo estaba triste y preocupado porque pensaba que ese podría haber sido yo. Si seguía allí, me podía pasar a mí.
Finalmente me tocó número en la lista para el autobús. Primero subían madres e hijos, después las mujeres solteras y por último los hombres solteros.
Pasamos por la aduana, nos revisaron las maletas y nos dirigimos hacia Iquique (en el noroeste de Chile), a un refugio sanitario.
Llegamos y nos hicieron otra vez el control, el papeleo, nos dividieron por persona y por familia y nos metieron a cada uno en una sala. En la mía éramos 22 hombres.
“No entendíamos nada”
Después de los dos días en ese refugio, inició la primera prueba de PCR para el covid. Yo di negativo y ese mismo día me llevaron a mí y a otro grupo a otro refugio.
Ahí llegó la Policía de Investigación de Chile (PDI) y nos dijeron que iban a crear un registro de los venezolanos para darnos el pasaporte sanitario y un carné de movilidad para que no tengamos problemas con migración.
Entonces pensamos que allí estaba la ayuda. Íbamos a hacer todo legal como ellos decían para no tener problemas.
Todos estábamos contentos, madres, hijos, abuelos dando todos los requisitos, todos los datos que ellos te pedían.
Dijeron que en dos días volvían con el pasaporte sanitario y con el certificado móvil. No vinieron.
Aparecieron al tercer día a las 2 de la mañana. Nos pareció un poco raro.
Nos llamaron a todos, nos sentaron y nos pidieron los documentos. Nosotros los entregamos voluntariamente porque pensábamos que era para el certificado.
Cuando me llamaron a mí, apenas me dejaron leer y decía: acta de expulsión.
En medio de la oscuridad, no te dejaban ver la hoja, no te dejaban nada. A algunas personas les decían: aquí tienes que poner que “no” o que “sí”. Eso fue un engaño.
El papel decía que estabas de acuerdo y que no ibas a apelar. Si no firmabas, te esposaban.
Todos firmamos. Ellos nos dijeron que los documentos estaban retenidos hasta el día siguiente. Entonces todo estábamos preocupados, preguntándonos qué sucedería.
Cuando todos terminaron, uno de los agentes de la PDI nos dijo con sarcasmo: ‘Felicidades, ya pueden regresar a su país’. Y empezaron a aplaudir.
No entendíamos nada.
Comenzamos a preguntar y nos dijeron que podíamos apelar el caso, que teníamos 24 horas para llamar a un abogado.
¿Pero cómo vamos a llamar a un abogado si nos tienen retenidos en el refugio? ¿Cómo vamos a salir para apelar el caso? No nos decían nada, eran puras mentiras.
“La gente empezó a llorar”
Un abogado llegó al refugio y nos dijo que teníamos hasta cinco días para apelar el caso. Que no nos preocupáramos, que no nos iban a deportar porque iba a ser ilegal, que él ya estaba haciendo el recurso de amparo para todos.
Las cosas se calmaron un poco y comenzamos a no tener tanto miedo.
Luego llegó otra abogada de una ONG y nos llevó una hoja que firmamos con una apelación para la orden de deportación.
Pero a las 2 de la madrugada del día siguiente, las enfermeras del refugio nos sacan a todos diciendo que tenían que dar de alta a unas personas tras haber salido negativo de la segunda prueba de covid.
Y como a las 4 de la mañana, llegaron los del PDI con cuatro autobuses y con la notificación de que seríamos deportados a nuestro país.
Entonces la gente empezó a llorar.
Comenzamos a explicarles que nosotros teníamos un recurso de amparo. En mi caso yo tenía una carta de invitación de mi hermano, que él se hacía responsable de mí.
A ellos no les importó nada de eso.
Entonces comenzaron a montar a las personas en los autobuses. Hubo un niño que fue separado de su mamá. A él lo deportaron, pero a la mamá no y a ella le agarró una crisis de nervios.
Otro hombre, que tenía a su mujer embarazada, también lo deportaron.
Lo que hicieron fue separar familias.
Todo lo hicieron bajo la cortina para que nadie se enterara. Por eso lo hicieron a esa hora.
El abogado llegó indignado al refugio. Estaba muy molesto diciendo que había un recurso de amparo, que las cosas no se podían hacer así.
Pero nada importó.
Desde el autobús llamé a mi hermano, llorando. Le expliqué que no lo podía ver, que no importaba si tenía carta de invitación, un recurso de amparo, nada.
Nos iban a deportar igual.
“Me sentí como un delincuente”
Nos llevaron a la Fuerza Aérea de Chile y nos dieron un traje blanco (un equipo de protección personal). Agarramos nuestras cosas y cuando salimos estaba la prensa.
Prácticamente, yo me sentí como un delincuente, como si hubiera hecho algo malo.
La verdad es que yo intenté hacer las cosas bien. Me autodenuncié que era la forma legal para regularizar el ingreso al país.
Pero nos subieron a todos en el avión. Los sueños de todos se habían acabado.
Cuando el avión despegó, yo sentí como que me arrancaban el corazón. Los sueños no los cumplí, no pude ver a mi hermano.
Fuimos a Bogotá primero porque habían deportado a colombianos y luego el viaje siguió al aeropuerto de Caracas.
Llegamos a las 4 de la tarde del miércoles. Pero salí del aeropuerto a las 3 de la mañana del día siguiente, luego de que Interpol nos hiciera preguntas y nos diera nuestros documentos, los pasaportes.
Afuera me encontré con mi hermana y mi tía. Estaban preocupadas, llorando y yo no pude aguantar y empecé a llorar también.
“Cuatro países caminando”
Ahorita ya estoy un poco mejor, asimilando todo lo que pasó, aceptando que no pude ver a mi hermano. No pude conocer a mi sobrina de meses.
Llevo 3 años sin verlo y prácticamente él es como como un padre para mí.
Me llené de valor para realizar esta aventura de cruzar cuatro países caminando. No fue fácil, pero logré llegar a Chile, lo que no logré fue encontrarme con él.
Tengo que salir adelante y buscar la forma de movilizar los papeles para la visa y ver si me pueden dejar entrar a Chile.
El año pasado había pedido la cita en el consulado para la visa pero por el problema de la pandemia, las citas se habían postergado.
Si no encuentro otra forma, probablemente vuelva a hacerlo caminando.
Fuente: BBCmundo.