La población rohingya ha sufrido décadas de discriminación en el estado de Rakhine, en Myanmar. Desde agosto de 2017, se estima que 745.000 refugiados rohingya han huido a Bangladesh. En total, aproximadamente 860.000 refugiados, más de la mitad de ellos niños y niñas, residen en 34 campamentos altamente congestionados en Ukhiya y Teknaf Upazilas, en el distrito de Cox’s Bazar. Las condiciones para un retorno voluntario, seguro, digno y sostenible de los refugiados a Myanmar no se dan y es probable que la crisis continúe varios años más.
Seis años después aquí siguen. Malviviendo en el campo de refugiados más grande del mundo. Las condiciones de vida son muy difíciles, sufren problemas derivados de la ausencia de un estatus legal que les proteja, el entorno político es restrictivo, los campos en los que viven son zonas con alta densidad de población, se ha ejercido mucha presión en el medio ambiente y están expuestos a riesgos como deslizamientos de tierra e inundaciones.
Les ofrecemos protección ante un entorno muy hostil
Ante esta situación, trabajamos para crear un entorno propicio que garantice los derechos básicos y el bienestar de la infancia refugiada rohingya y de las comunidades de acogida en Cox’s Bazar.
En concreto, ofrecemos protección inmediata a niños, niñas y adolescentes refugiados, trabajamos para el fortalecimiento de los mecanismos comunitarios de protección a la infancia frente a la violencia, les facilitamos formación en un entorno protector y una educación continua y de calidad adaptada a sus necesidades. Asimismo, fortalecemos las capacidades de cuidadores, docentes y agentes de protección de la infancia y funcionarios gubernamentales.
“Quiero que las próximas generaciones tengan una vida mejor”
Manjurul hoy tiene 22 años y vive en Cox’s Bazar. Nació en Myanmar y se casó con solo 15 años ya que no fue a la escuela y empezó a trabajar muy joven. Cuando el ejército de Myanmar cruzó el límite de la brutalidad, tuvieron que huir hasta Bangladesh para salvar su vida.
Ahora tiene una vida tranquila y participa en el club de adolescentes de Educo en el que reciben formación sobre sus derechos, sobre cómo proteger a los niños y niñas del trabajo infantil y qué hacer en caso de que sean víctimas de una violación. Tiene tres hijos y trabaja como jornalero, pero nos cuenta con sentimiento de culpa que cuando llegaron por primera vez a Bangladesh, él y sus amigos estaban acostumbrados a hacer muchas cosas malas como burlarse de la gente, apostar, consumir drogas y muchas otras cosas poco éticas.
“No era consciente de mi responsabilidad con mi familia y mi comunidad. Todos estaban muy preocupados por mi comportamiento, pero en aquel momento nadie podía cambiarme. Un día, un representante de Educo vino a buscarme para que entrara en el Club de Adolescentes y Jóvenes.
Al principio no me interesaban los objetivos ni las actividades del comité, ni tampoco las reuniones. El coordinador del programa me dedicó más tiempo e intentó entablar una relación amistosa conmigo. Poco a poco sentí interés por aprender más sobre el tema de la sesión”.
Hasta que Manjur abrió los ojos y su consciencia despertó: “En un momento dado empecé a darme cuenta del impacto negativo del matrimonio infantil, el trabajo infantil o el abuso de menores. Entonces decidí que trabajaría para concienciar a la gente para eliminar todas estas malas prácticas y empecé a compartir esa información con los miembros de mi grupo, mi comunidad y mi familia. Creo que el cambio de comportamiento es necesario para el desarrollo social. A partir de ahora lucharé con mis amigos y mi comunidad para evitar todas estas malas prácticas, aunque no haya nadie a mi lado. Quiero que las próximas generaciones tengan una vida mejor. Es uno de mis compromisos con mi comunidad”.
Fuente: educo.org