Cuando las primeras bombas empezaron a caer sobre Nagorno Karabaj, el 27 de septiembre de 2020, Lillit y su hija se encontraban solas en su casa de Shusha. Apenas tuvieron tiempo de salvar unos pocos libros antes de huir y comenzar con su larga odisea de refugiadas.
“Estamos en lista de espera para acceder a un apartamento en Stepanakert”, cuenta Lillit, “pero me dolería mucho mudarme allí y pasar por Shusha. Shusha es nuestra vida, nuestros mejores recuerdos, nuestra felicidad. Es ese aire puro que ya no respiramos. Volver a esta ciudad sería un milagro. Pero ya no creo en los milagros”.
De momento, ambas esperan junto a otros armenios desplazados en un centro juvenil fundado por Irina justo después de la guerra.
“Tenemos más de 300 niños”, nos explica Irina. “Como el acceso es libre, se unen a ellos niños de Ereván, y crecen y se divierten juntos. Muchos de ellos vienen de Karabaj, así que también organizaremos campamentos de verano para que descubran las particularidades de la cultura armenia”.
En los cuadros que dibujan hay recuerdos de Shusha, de Hadrut o de Kalbajar: ciudades reconquistadas por Azerbaiyán con la ayuda de Turquía. Hoy nadie aquí quiere pensar en las celebraciones de los presidentes Ilham Aliyev y Recep Tayyip Erdogan.
“Sentimos que estamos sobreviviendo”, reconoce Lillit. “Ya no tenemos fuerzas para construir nada. Cada noche, cuando ponemos la cabeza en la almohada, vuelven los recuerdos de nuestra casa y de nuestro pasado. Así que nos dormimos antes para olvidar”.
Entre los numerosos refugiados que huyeron de Karabaj durante la guerra, varios miles siguen en Armenia, esperando una oportunidad para volver a sus hogares. Algunos políticos fingen tener una gran confianza en la posibilidad de recuperar Shusha por medios diplomáticos, pero Azerbaiyán tiene ahora un fuerte control sobre la ciudad.
Fuente: euronews