Texto por:Valeria SacconeSeguir|Louise Raulais6 min
Desde el inicio de la guerra civil en Siria, cerca de 5,6 millones de personas huyeron del conflicto. Unos 5.000 encontraron refugio en América Latina. Brasil es el país de esta región que más sirios acogió. Hasta la fecha, cerca de 3.800 obtuvieron el estatus de refugiado, según datos de Acnur y el Comité Nacional para los Refugiados de Brasil (Conare). Abdul Jarour es uno de ellos.
Jarour llegó a São Paulo en 2014. Este joven sirio estudiaba administración de empresas en Alepo cuando tuvo que alistarse en el Ejército, en 2010. Tras estallar la guerra, pasó a trabajar como motorista de un general del Ejército hasta que fue herido. “El 5 de mayo de 2013, de madrugada, hubo un ataque. El techo del cuarto cayó encima de mí, me quebré el hombro, tuve heridas en la pierna y en la mano. Lo que me salvó fueron las camas, unas literas de hierro”, cuenta.
Después de este episodio, Abdul decidió huir de Siria y emprender el duro camino del exilio. Tras un arriesgado viaje a Líbano y para no tener que pagar a las mafias, escogió establecerse en Brasil, que le ofrecía un visado humanitario. Llegó en febrero de 2014, pero comenzar no fue fácil. “Agradezco que Brasil me abriera las puertas, pero Brasil también cerró la ventana. Cuando llegué aquí, descubrí que tengo que buscarme la vida. Descubrí que mi nombre no es refugiado, es ‘gringo’, aquel que viene de fuera, el extranjero”, señala.
En Brasil, Abdul comenzó a ganarse la vida como comerciante, una actividad que ya desarrollaba en su Alepo natal. En 2015, una bomba hirió a una de sus hermanas, que perdió una pierna. Fue socorrida y llevada a Turquía. Abdul ahorraba cada real para poder traer a su madre y a su hermana, para alejarlas de aquella guerra.
Tardó cuatro años. En Navidad de 2018 finalmente lo consiguió. Pero la dicha duró poco. Su madre y su hermana nunca se adaptaron a la vida en Brasil, ni al idioma. Entraron en depresión y decidieron volver a Líbano. Su hermana lo consiguió, pero cuando su madre iba a viajar, empezó la pandemia del coronavirus y los vuelos fueron suspendidos. Poco después, en mayo de 2020, su madre contrajo el Covid-19 y falleció, con tan solo 55 años. “Mi madre ya tenía un cuadro clínico delicado, con problemas de salud como diabetes, presión alta, problemas de corazón”, cuenta Abdul.
Su muerte le provocó un dolor profundo que perdura hasta hoy. A pesar de la pérdida, Abdul sigue su vida en São Paulo. Incluso trabaja como activista ayudando a refugiados e inmigrantes. Es vicepresidente de una ONG llamada Pacto por el Derecho de Migrar.
Además de apoyo legal y psicológico, distribuyen cestas básicas para paliar los efectos de la pandemia. Esta asociación atiende a más de 13.000 familias de África, Medio Oriente y América Latina.
“Recaudamos esta comida de la Cruz Roja Internacional de Brasil y del Ayuntamiento de São Paulo y los distribuimos a los migrantes”, explica. A través de la solidaridad, Abdul encontró un sentido para una vida sufrida y marcada por las pérdidas.
Fuente: France24