Sahar*, con un grupo de mujeres en Lower Shiekh Mesri School, en Nangarhar, Afganistán, donde da clases de manera voluntaria. © Talwasa Sakhizai/WADAN (socio de ACNUR)
Luego de pasar sus primeros años en Pakistán, Sahar se graduó en Afganistán y ahora se dedica a garantizar que las mujeres reciban educación a pesar de las restricciones, que van en aumento.
Por: Talwasa Sakhizai en Jalalabad, Afganistá
Sahar*, quien ahora tiene 23 años, pasó los primeros años de su infancia en el campamento de refugiados de Bot, en Peshawar, Pakistán. Su padre, quien fue profesor en Afganistán, exhortaba siempre a su familia a esmerarse en la escuela. Tras su retorno a Afganistán en 2010, Sahar continuó con sus estudios. De hecho, fue a la universidad y obtuvo un grado en ciencias computacionales.
Como le apasiona compartir las habilidades que adquirió con otras mujeres, ahora enseña inglés y computación de manera voluntaria en Lower Shiekh Mesri School, en Nangarhar, una escuela que fue construida por ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados. Gran parte del estudiantado se compone de refugiados retornados, como Sahar, o de personas que fueron desplazadas por el conflicto. “Quiero ser un ejemplo y motivar a las chicas para que no abandonen la escuela”, explicó Sahar. “Seguí estudiando a pesar de los problemas financieros y los desafíos culturales”.
Creado en octubre de 2022, el programa de voluntarias de ACNUR en la región oriental de Nangarhar, en Afganistán, busca enseñar e inspirar a las mujeres por conducto de estudiantes y egresadas. Actualmente, hay veinticuatro voluntarias en el programa; todas ellas ofrecen asesorías y mentorías, y organizan actividades extracurriculares para las alumnas.
“Comparto el sentimiento que tienen otras chicas. Estoy convencida de que saber inglés y tener habilidades computacionales puede ayudarlas a continuar con sus estudios en línea, incluso estando en casa”, comentó Sahar.
Sahar asegura que ambas disciplinas – el inglés y la computación – podrían ofrecer nuevas oportunidades de aprendizaje a las alumnas, pues muchas de ellas no tienen más opción que permanecer en casa debido a las recientes restricciones que, además de limitar su tránsito, les impiden estudiar más allá del sexto grado.
“Les permitirá tener acceso a diversas fuentes educativas en línea, de manera que podrán recibir educación. También permitirá que las estudiantes investiguen y adquieran más conocimientos sobre temas que les interesen”.
Para Sahar fue duro crecer como refugiada en Pakistán. “Mi madre y mi padre no podían costear cosas esenciales, como la educación para mis hermanos y para mí. Me alegra haber regresado. En Afganistán tenemos una vivienda digna, y pude retomar mis estudios superiores”.
Su trayectoria la ha convencido de ayudar a otras personas. “Me entristece ver que las mujeres abandonan la escuela o que su aprendizaje se ve afectado porque no hay profesoras. La situación podría empeorar para mujeres y niñas, y quizás provoque matrimonios forzados y precoces”.
Además de ser voluntaria, Sahar invitó a sus pares y a otras egresadas a sumarse a la iniciativa de ACNUR.
“No percibo un sueldo por enseñar, pero ver a las niñas ir a la escuela todos los días me llena de alegría, orgullo y satisfacción”.
Fuente: acnur.org