El Perú es el segundo país receptor a nivel mundial de migrantes y refugiados venezolanos, con 1 millón 200 mil personas. En esta nota se narra las historias de cuatro de ellos, que poco a poco. desde abajo, han logrado salir adelante en un país que no es el suyo
Hernán Medrano Marin Redactor de Nacional
Lima, 21 de marzo de 2021Actualizado el 21/03/2021 03:21 p.m.
La migración de ciudadanos venezolanos se ha convertido en una de las crisis de desplazamiento forzado de mayor magnitud en todo el mundo. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), ya en el 2019 la cifra de refugiados y migrantes de Venezuela superaba los 5 millones.
En este contexto, el Perú ha sido uno de los principales lugares de destino de esta población. Actualmente es el segundo país receptor a nivel mundial de migrantes y refugiados venezolanos, con 1 millón 200 mil personas, solo superado por Colombia, donde hay más de 1 millón 700 mil.
Otro dato no menor es que el Perú es la nación que ha recibido más solicitudes de refugio: cerca de medio millón. Esta condición no es necesariamente reconocida por los empleadores, por lo que gran parte de ciudadanos venezolanos trabajan en el sector informal.
Respecto a este tema resulta relevante precisar algunos conceptos, como lo veremos a continuación.
Las palabras importan: refugiados y migrantes no son lo mismo
Para explicar mejor la diferencia entre estos dos conceptos, es necesario entender cuáles han sido las razones que han impulsado a los venezolanos a salir de sus país. Estas van desde inseguridad, violencia, persecución y amenazas, hasta falta de acceso a alimentos, medicinas y servicios esenciales, circunstancias políticas y socioeconómicas.
Precisado esto, vale decir que para la Acnur, la mayoría de ciudadanos venezolanos que se han visto en la obligación de irse de su país en los últimos años son considerados refugiados, ya que así se les denomina a quienes se ven forzados a desplazarse a otras naciones a causa de una amenaza directa, de persecución o muerte. En cambio, los migrantes viajan principalmente para mejorar su calidad de vida, tratar de conseguir un empleo más promisorio, encontrar mejores oportunidades de educación, reunificación familiar, entre otras razones.
Otra diferencia es que mientras que los migrantes reciben la protección de su Gobierno, los refugiados no pueden retornar a su país. Al menos no de forma segura.
Además de ser dos conceptos completamente distintos, hay un fondo legal que tiene consecuencias en cuanto a los derechos y obligaciones de los Estados. El refugiado está amparado por un marco normativo que existe desde la Segunda Guerra Mundial y le genera obligaciones a los países receptores. Por ello la importancia de categorizarlos como migrantes o refugiados.
En ese sentido, la Acnur destaca los acuerdos llegados en la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 -y su Protocolo de 1967- y la Declaración de Cartagena de 1984, donde se define el término ‘refugiado’ y se establecen los derechos de las personas refugiadas, así como las obligaciones de los Estados para su protección.
“[Se considerará refugiado a toda persona que] se encuentra fuera del país de su nacionalidad o residencia debido a fundados temores de persecución por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas y no pueda o no quiera , a causa de dichos temores, acogerse a la protección de tal país”, se lee en la Convención de 1951, adoptada por 150 Estados.
Sin embargo, el papel protector de los países receptores no debe derivar exclusivamente de la existencia de tratados y leyes. Se trata de un tema que se debe abordar también desde un punto de vista moral, desde una mirada humana.
Después del arribo el camino es la integración
Desde mediados del 2017, la migración venezolana hacia el Perú se incrementó notablemente. Por tal motivo, el Gobierno dispuso una serie de medidas para tratar de controlar y monitorear el ingreso de esta población, principalmente por la frontera norte con Ecuador.
A la fecha, los venezolanos en el Perú superan el millón de personas, un poco más que todos los habitantes del distrito limeño más populoso, San Juan de Lurigancho. La presencia y la contribución significativa en diversos ámbitos es innegable.
En tiempos de pandemia, la cifra de venezolanos en el país no ha variado mucho. Por otro lado, su inserción en sectores clave como el educativo, salud, empleo informal, entre otros, sí ha sido evidente. Es precisamente esta etapa en la que se viene acentuando más su adaptación e integración a la sociedad peruana.
Los rostros de la integración
A continuación, las historias de cuatro venezolanos que llegaron al Perú con pocos equipajes, pero con muchos sueños y una infinita esperanza. Poco a poco, y desde abajo, ellos se han ido ganando un espacio y han logrado salir adelante en un país que no es el suyo. Estas son sus historias:Reportaje Venezolanos En PerúReportaje Venezolanos En PerúVolume 90%Reportaje Venezolanos En Perú
Audina Guerrero
Durante toda el tiempo que cursó la carrera de Medicina, Audina Guerrero nunca se hubiera imaginado que el destino le tenía preparado una de las pruebas más duras para cualquier trabajador de la salud: estar en primera línea frente al COVID-19. Mucho menos que para que cuando ese día llegara no estaría en su natal Barinas, ni en otro estado de Venezuela, sino en el Perú.
Si bien se trata de una nueva enfermedad, de la cual se sabe aún poco o casi nada, sus estudios en la Universidad de Los Andes, en Mérida, así como sus diplomados en medicina automolecular, de ozono y de células madre le sirvieron para de algún modo estar preparada. Sin embargo, nunca nadie la preparó para separarse de su familia. Ni a ella ni a mucho otros de sus compatriotas.
En el 2019, debido a la situación económica y social insostenible que vive el país llanero, Audina decidió emigrar al Perú en busca de trabajo. Al mismo tiempo, su esposo y dos hijas viajaron a Colombia con el mismo objetivo, el de hallar un destino más promisorio.
“Desde el inicio, salir de mi país no fue fácil. A pesar de que venía rodeada de compatriotas sentía una inmensa soledad por no estar con mi familia y una gran incertidumbre por no saber a dónde iba a llegar”, recuerda Audina.
Apenas pisó suelo peruano a Audina le embargó una sensación de alivio y al mismo tiempo de nostalgia por las cosas que dejaba atrás. Su país, su familia, el lugar donde creció y pasó los mejores años de su vida. Ráfagas de flashbacks invadieron su mente. En ese momento estaba en un país nuevo, el cual le abría las puertas para empezar desde cero, y que parecía amigable en cuanto a variedad de oficios.
“Cuando llegué el impacto fue fuerte, sobre todos por el hecho de dónde tenía que vivir, ya que en mi país tenía mis cosas. Pero sin lugar a dudas le doy gracias al Perú que nos ayudó y nos tendió su mano”, expresó.
Audina se desempeñó en varios oficios. Inició en el rubro estético, laborando en un salón de belleza donde realizaba lavado de cabello, corte y limpieza de uñas, entre otras cosas. Más adelante empezó a llevar a niños a la escuela y se puso a estudiar medicina natural en sus ratos libres.
Fue en ese momento que conoció a un hombre que le ofreció trabajar como presentadora de medicamentos naturales. “En este empleo me sentí un poco más cerca de lo que era realmente mi profesión. Si bien pude conseguir varios oficios, en el fondo me sentía muy triste por no poder desempeñarme en lo que yo quería y para lo que había estudiado”, recuerda.
Pasaron las semanas y Audina pudo ahorrar un dinero que le permitió hacer los trámites necesarios para homologar su título de Medicina. En esta etapa, ella junto a un grupo de otros venezolanos, recibieron la ayuda de algunas ONG, entre ellas World Vision Perú, quienes los apoyaron en este proceso largo y tedioso.
“Desde que llegué al Perú mi meta fue que me homologaran mi título. Luego de varios intentos lo logré, es bastante gratificante que te puedas desarrollar en tu vocación. Te ayuda como persona, te sube el autoestima”, explica.
Tras homologar su título y, acto seguido, obtener su colegiatura, Audina ya no tenía ningún impedimento para poder laborar en el sector salud. Es así que en marzo, cuando el COVID-19 extendía sus redes por el mundo, Audina empezó a trabajar en las ambulancias como parte del personal que combatía en primera línea al virus.
Luego de un breve período, y a través de unos amigos, llegó al centro de salud Villa Los Reyes, en el distrito de Ventanilla, donde se desempeña en el área destinada a la atención de pacientes covid.
“Parte de mi historia es la historia de muchos venezolanos que hemos llegado a este país, uno con muchas maravillas y en el que he aprendido mucho. Si tuviera que decir algo a mis compatriotas sería que no desistan. Las cosas son duras al inicio, pero luego se obtiene la recompensa, lo importantes es ser persistente. Las cosas que se obtienen con sacrificio son las que valen la pena”, resalta.
Yuliana Bolívar
Dicen que el deporte es como la vida, donde si pierdes, aprendes, mientras que si ganas te espera un siguiente obstáculo más adelante. Para Yuliana Bolívar, los obstáculos empezaron desde muy temprano, cuando era una niña y vivía en su natal Ciudad Guayana. Debido a que era muy inquieta se metía en muchos problemas, por lo que tuvo que aprender a lidiar con ellos por sí misma. Tal era el grado de hiperactividad, que su mamá no tuvo más remedio que buscar alguna actividad que la mantenga entretenida y al mismo tiempo donde pueda desfogar toda esa energía que parecía no agotarse en lo más mínimo.
Fue así que por recomendación de una vecina, la madre de Yuliana la inscribió en judo. “En el camino fui practicando e inevitablemente me enamoré de este deporte, el cual me ha formado en disciplina y la oportunidad de conocer grandes amigos”, resalta la deportista de 30 años.
Tras el paso de los años, Yuliana formó parte de la selección de judo de Venezuela hasta el 2014, obteniendo varios logros importantes, como la medalla de plata en los Juegos Bolivarianos del 2009 y el bronce en los Juegos Odesur del 2014. Toda esta buena racha se vio frenada por la crisis social y política que estalló en su país, la cual alcanzó al deporte. Las prioridades en ese momento eran otras y su futuro parecía no estar en el judo.
Es así que en el 2014 Yuliana decide darle mayor protagonismo a su carrera como fisioterapeuta, por lo que ingresa a trabajar a la fundación Mundo de Sonrisas. “Estaba muy enamorada de mi trabajo porque me encanta la rehabilitación de niños”, manifiesta.
Sin embargo, la decisión más difícil hasta ahora la tomó dos años más tarde, en el 2016, cuando la crisis humanitaria en Venezuela se agudizó aún más y la situación se hizo insostenible. Yuliana le escribió un mail al presidente de la Federación Peruana de Judo, Carlos Zegarra, para contarle que arribaría al Perú y que le solicitaba se le abriera las puertas de su dojo para poder practicar y mantenerse en forma. Además, apoyaría en labores de fisioterapia.
“Decidí escribirle porque al venir a un país nuevo el deporte es el mejor escenario para integrarnos y conocer nuevas personas”, señala la judoca. La respuesta se hizo esperar. Ya para cuando Yuliana se encontraba en el Perú recibió una carta donde le agradecían su elección y la autorizaban a usar el dojo.
“En un primer momento no recibí respuesta, pero insistí muchas veces hasta que en enero, cuando yo ya estaba en Perú, me respondieron abriéndome las puertas de su dojo”, recuerda.
Al pisar suelo peruano, desde el primer momento, Yuliana sintió un poco de temor por lo que le depararía el destino en una tierra extraña a la suya. A pesar de que ya había estado en anteriores ocasiones para participar en algunas competencias de judo, esta vez sería distinto. Esta vez sería para quedarse a vivir un buen tiempo.
La adaptación a un nuevo país, nuevas costumbres, diferente manera de hablar y sin nadie a quien conociera, no le fue fácil. Sin embargo, Yuliana aceptó el reto que la vida le ponía y rápidamente se acostumbró.
“Mi proceso de adaptación fue muy bonito, sobre todo por las personas que encontré en mi camino. Desde que llegué me tendieron la mano, nunca tuve una palabra de rechazo, a donde fuera me ayudaban. Me costó sí un poco entender el significado de algunas palabras que aquí es una cosa y en Venezuela otra. Todo ha sido un aprendizaje muy nutritivo y positivo”, resalta.
Antes de ingresar al dojo, Yuliana pasó por una entrevista con el comando técnico de la Federación Peruana de Judo. Ella contó que su intención era entrenar, conocer nuevas personas y construir nuevas amistades. Fue en esa ocasión que explicó que era judoca de la categoría más de 78 kg, una en la que el Perú no contaba con atletas con miras a los Juegos Panamericanos Lima 2019. “Desde ahí vieron en mí la posibilidad de que los representara en este certamen”, señala.
Su retorno al judo y preparación para los Juegos Panamericanos fue bastante difícil. Sin embargo, resalta la labor eficaz que llevó a cabo el comando técnico, lo que la ayudó muchísimo en su proceso de reintegración. Conseguir una medalla era el objetivo.
“Obviamente que representar a un nuevo país me llenaba de mucha felicidad porque era como devolver un poco de lo que me habían dado desde que arribé al Perú”, sostuvo Yuliana.
Mi proceso de nacionalización no fue nada fácil, en ese camino me acompañó la federación, mis entrenadores y mis compañeros. Creo que ellos me llenaron de mucha fuerza y motivación para no rendirme, porque hubo un momento en que pensamos que no lo iba a lograr. Sn embargo, finalmente logró obtener la nacionalidad y ese fue el primer combate ganado. Me sentí muy dichosa y feliz de que hayamos podido lograrlo en equipo.
“Y que se dieran cuenta que no era necesario haber nacido en este país para amarlo de la forma como yo lo amo. Yo me siento muy peruana y haber ganado esa medalla fue una alegría gigantesca porque demostré mi cariño y agradecimiento al Perú”. manifiesta Yuliana.
Néstor Márquez
Desde muy pequeño, Néstor Márquez supo que su destino era servir al prójimo. No tuvo una infancia fácil en su natal Puerto la Cruz. Creció rodeado de pobreza y en una casa donde a veces no había qué comer. A pesar de esa dura realidad, su mamá siempre le inculcó con el ejemplo el valor del trabajo. “Eso se lo debo más allá de la vida, el trabajar y esforzarse por lo que uno quiere”, resalta.
En base a esa experiencia es que Néstor desarrolló ese sentimiento por querer ayudar a los demás, principalmente a los más pobres y quienes no tenían acceso si quiera a los servicios básicos que todo vecindario recibe.
Ya en la juventud Néstor decide ingresar al seminario y convertirse en sacerdote. Sin embargo, su vida dio un giro de 180 grados y decidió estudiar una carrera universitaria. Ingresó a la universidad en 1987 para estudiar Medicina y tardó 10 años en graduarse debido a las constantes huelgas que había en esa época. Nestor se especializó en medicina familiar, medicina física y rehabilitación.
“Fue una decisión difícil pero no me arrepiento. Me hice médico y ya desde hace 23 años estoy ejerciendo esta bonita carrera pensando siempre en servir al prójimo. Para eso nos preparamos continuamente, llevando una vida coherente con lo que profesamos”, sostiene.
Tras culminar sus estudios Néstor realizó por un año y 7 meses la Rural (similar a lo que en el Perú se conoce como el Serums), que comprende la atención a gente con carencias económicas, entre otras necesidades. Terminado ese período ejerció una pasantía en el Hospital Dr. Raul Leoni, conocido también como Huaiparo, en una zona de Ciudad Huayana, Estado Bolívar, unos de los más grandes de Venezuela. En este sitió pasó dos años y 7 meses como residente de pediatría.
“Fue en esa época que surgió la idea de escribir un libro, uno que trate de llevar un mensaje sobre la importancia de la atención primaria, que la gente tome conciencia que es la principal responsable de su salud”, comenta.
Fueron justamente varios ejemplares de este libro los que acompañaron a Néstor en su viaje hacia el Perú. Un viaje por bus que tuvo varias escalas. Sin embargo, esa travesía tuvo momentos muy difíciles, como fue la despedida de su familia, sobre todo de su madre, a quien la lejanía no le permitió volver a ver debido a que murió el año pasado.
“Despedirme de mi familia fue un momento de tristeza y mucho dolor. Cuando me despedí de mi madre en el aeropuerto pensé que no la volvería a ver, y así fue. Ella murió el año pasado estando yo aquí en Perú. No la vi más. Y aunque nos comunicamos vía telefónica con mi hermana se extraña poder darnos un abrazo. Cuánto dolor significa partir y dejar una estabilidad familiar para comenzar una nueva historia”, refiere.
Al llegar al Perú, Néstor fue recibido por un amigo suyo, un hijo de un paciente que atendía en Venezuela. “Con mucho cariño me ofreció una estadía por una noche. Al día siguiente salimos a buscar una residencia y llegamos a casa de una persona muy amable. Y ahí comencé yo, en una habitación, con mis maletas, unas colchonetas, y sin nada más”, destaca.
Si bien fue un cambio radical, Néstor nunca perdió la esperanza de que todo fuera mejorando cada día. El distrito de Los Olivos lo acogió como a muchos compatriotas suyos. Fue cuando recorría una de sus calles, llenas de comercio de todo tipo, que le llamó la atención un puesto de venta de libros. Tras quedarse un rato mirando las tapas de los distintos ejemplares, inició una conversación amena con el dueño del negocio. Le comentó que había escrito un libro de salud personal y que había traído de Venezuela varias copias consigo. Este le dijo que si quería podía traerlas y venderlas en su puesto. Néstor no lo dudó más y al día siguiente empezó su aventura en la venta de libros. Con su maleta recorría las calles de Los Olivos y en menos de un mes logró vender todos sus ejemplares. Gracias a este oficio pudo percibir una cierta ganancia que le permitió al menos cubrir el techo y la comida.
Sin embargo, Néstor sabía que este solo era el primer paso. Gracias a varias gestiones y trámites, pudo entrar a trabajar en la Dirección de Salud de Lima Norte, perteneciente al Ministerio de Salud del Perú, oportunidad que le brindó una mejora económica y la posibilidad de traer a su esposa e hijos.
“Fue difícil al inicio, pero una vez que comencé la labor de médico y percibimos un poco más de dinero estuvimos más holgados. Antes había momentos que no teníamos para comer o pagar el alquiler, tuvimos que ajustarnos. En esta nueva etapa ya teníamos para el pago de los servicios básicos y además empezamos a planear proyectos en familia”, señala.
Y es que para Néstor no hay nada más importante que la familia. Por eso agradece a Dios por ayudarle a vencer los obstáculos que la vida le puso y tener a los suyos consigo luego de un arduo camino. No ha sido fácil, dejar el país natal nunca lo es. Mucho menos cuando no se tiene fecha de retorno. Llegar a un país donde no están tus padres, amigos, grupos que frecuentas, donde hay diferentes costumbres es difícil. Más de lo que uno imagina.
“Extrañamos las fechas importantes, compartir con nuestra familia en Navidad, las comidas, el grupo pastoral familiar de la iglesia que frecuentábamos. No es que aquí no hay platos riquísimos o no se celebre las fiestas de fin de año, sino que prácticamente estamos solos, mi familia y yo”, lamenta.
Si bien esa situación puede generar cierta tristeza y melancolía, Néstor asegura que también les brinda más fuerza para salir adelante y pensar que todo puede ir mejor. Y es que no hay mejor motivo que el bienestar familiar para no rendirse, eso es algo que Néstor lo sabe muy bien y lo lleva siempre en la memoria.
Zaida González
De los casi un millón de venezolanos en el Perú, no todos llegaron a partir del estallido de la crisis en el 2017, que originó una migración masiva hacia distintas partes del mundo. Antes de eso, cuando el panorama político y social en el país llanero aún no era insostenible, un reducido número de venezolanos comenzaba a migrar como anticipándose a lo que ocurriría.
Una de esas personas fue Zaida González de Márquez, bióloga y ecóloga natal de Caracas. Ella junto con su hija, quien estaba en etapa escolar, arribaron a Lima el 15 de agosto del 2014. Como era de esperarse, aunque no para ellas, las recibió un clima frío característico en la capital peruana durante los meses de invierno. El esposo de Zaida tenía ya unos meses viviendo en hoteles de Lima. Él había llegado por medio de la empresa donde trabajaba.
“Llegamos de noche. Era un invierno muy fuerte el de aquel año. Eso nos afectó muchísimo, ya que veníamos de un país donde todos los días sale el sol. Parece un factor sin importancia, pero en verdad fue un choque muy fuerte. Sin embargo, la alegría y receptividad de la gente nos hizo sentirnos muy bien rápidamente. Así que nos instalamos en un departamento alquilado y así inició nuestra aventura en Perú”, cuenta.
En un primer momento, mientras su esposo trabajaba, Zaida se dedicó a las tareas del hogar y a buscar un colegio para su hija. Era más de la mitad del año, pero no quería que ella pasase más tiempo sin recibir clases. Es así que el colegio Salcantay, de Surco, no tuvo inconveniente de que la menor ingresara a poco de terminar el año escolar.
“Tomamos la decisión de que mi hija comenzase el año escolar el último bimestre del año, no importando de que había empezado en marzo. Esto fue otras de las cosas que nos chocó, por un año prácticamente cursó el mismo grado dos veces, el de Venezuela y el del Perú. Sin embargo, agradezco la receptividad que le dio el colegio a mi hija, así como sus compañeras, profesoras, quienes ya sabían que una venezolana llegaría a formar parte de sus aulas”, destaca.
Para diciembre de ese año, Zaida y su familia ya se mostraban bastante bien adaptados a la cultura peruana. La llegada del verano y los rayos solares ayudaron a ese fin.
Fue un día en que Zaida acompañó a su hija al colegio que conoció de una vacante para el puesto de docente en ciencias. Su experiencia y gran carisma con los demás padres de familia le hizo más fácil hacerse con el trabajo. Por fin, luego de tantos meses, pudo dedicarse nuevamente a lo que más le apasionaba: enseñar.
“El volver a las aulas fue lo que más quería. Sin embargo, el año pasado, debido a la pandemia, todos los maestros hemos tenido que adaptarnos a las clases online. Adapté un área de trabajo en mi casa para impartirlas a distancia”, precisa.
A la fecha, casi la mitad de venezolanos en el Perú son profesionales, formados en diversas áreas, especialmente en salud, educación física y docencia. En esta última predominan los maestros en física, química, biología y matemáticas.
“Hay profesionales muy bien formados y eso tiene que ver con las ventajas de una migración. Creo que a la larga vamos a ver los beneficios en una mejor sociedad peruana, más empática con la inmigración, vamos a sacar adelante un país muy bello, con unas riquezas naturales extraordinarias, pero que sin duda tiene como riqueza mayor su propia gente”, destaca.
Fuente:ElComercio, Perú