marzo 27, 2021 | Por José Eduardo Campos
Las reuniones bilaterales, regionales y los foros sobre migración que tanto se publicitan, de nada han servido, las oleadas son cada día mayores. Ni los discursos rimbombantes, ni los trágicos o los que llaman al respeto y defensa de los derechos humanos han tenido eco, sólo han quedado en palabras o en el mejor de los casos en la firma de algunos documentos que tan pronto se archivan quedan en el olvido. En verdad que no importa cómo se llamen los presidentes o quiénes sean, todos siempre ponen el tema en la mesa de diálogo, pero de ahí, muy poco se concretiza.
Ahora es el turno de los presidentes: Joe Biden y Andrés Manuel López Obrador, como antes lo fue de quienes ustedes gusten mencionar desde principios de los años 90. La frontera entre México y los Estados Unidos se ha convertido en un punto de reunión de los migrantes y con un ingenio cada mayor, pero sobre todo con motivaciones más apremiantes ya que buscan dejar a su país de origen.
Las cifras de hombres, mujeres y niños que integran estas caravanas realmente son incontables, por más cifras que presenten los cuerpos de seguridad encargados de “controlarlas”, nunca se sabe bien, cuántos las integran, en cada frontera que cruzan se van disgregando y con una organización aún incomprensible (para las autoridades) vuelven a reunirse para llegar a la siguiente frontera en grupo. Sin embargo, una vez que llegan a la frontera sur de México, buscan cruzan por cualquier lugar, montañas, ríos, selvas, por donde sea. Pero en lo que va de este año “fiscal” de octubre a febrero los niños y jóvenes que intentan internarse en el país de las barras y las estrellas ha crecido en 114 por ciento, según datos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos.
De octubre de 2019 a octubre de 2020, se reportaron 29 mil 729 cruces de menores de edad y en los pasados 5 meses esta cifra se ubica ya en 33 mil 239, estiman las autoridades migratorias estadounidenses.
Desde finales de enero, Joe Biden, empezó a desmantelar diversas medidas implementadas por su antecesor, Donald Trump, en busca de frenar la llegada de migrantes y solicitantes de asilo. Sin embargo, optó por mantener las restricciones en la frontera con México bajo el argumento del control de la pandemia, aunque con ciertas excepciones como no devolver a menores que viajan solos, casos vulnerables o familias que no puedan ser recibidas por México, según ha explicado, Alejandro Mayorkas, secretario de Seguridad Nacional.
El pasado 1 de marzo, López y Biden, se reunieron virtualmente para hablar, entre otros temas de migración, el añejo problema de tan lejana solución, pero como suele suceder, anunciaron que el encuentro así se realizara a lo largo de los 4 años venideros (nada nuevo) y que poco a poco se iría trazando una ruta para alcanzar una solución, claro sin explicar los “cómos” lo harán.
El flujo migratorio de México a Estados Unidos ha aumentado notablemente en décadas recientes, claro mayormente indocumentados, lo que genera riesgos tanto para los migrantes como para el país receptor. A pesar de que la migración se percibe como un tema de seguridad, generalmente es resultado de factores económicos, laborales y proximidad geográfica. La migración representa un tema de seguridad para el gobierno de Biden ya que, a través de su frontera no sólo se dan cruces con el objeto de buscar trabajo sino también el tráfico de drogas, armas, personas y potenciales terroristas. Este dilema requiere cooperación bilateral para regular los flujos migratorios con el fin de satisfacer la demanda de fuerza laboral estadounidense en lugar de criminalizar a las personas migrantes.
Es más que claro que en el continente americano se presentan los flujos migratorios más grandes del mundo, mientras que México se ha convertido en el mayor exportador de migrantes y siendo Estados Unidos el mayor receptor de los mismos.
La razón más evidente para el aumento de la migración hacia Estados Unidos ha sido el auge de su economía, la migración mexicana despegó en la segunda mitad de los 90. De hecho, los autores señalan que las tendencias en el flujo de nuevos migrantes mexicanos indocumentados se correlacionan con el crecimiento en la economía estadounidense y la tasa de empleo total en ese país.
Es claro, la migración mexicana hacia Estados Unidos se disparó inmediatamente después de la crisis económica en México de 1994-1995 debido fundamentalmente a factores de expulsión. En décadas recientes, el éxodo de trabajadores mexicanos se ha acentuado por las escasas oportunidades laborales en México y cada vez más, los salarios pierden poder adquisitivo. Los mexicanos se emplean en trabajos de baja calificación: se ocupan no sólo de labores agrícolas temporales, sino que también como vendedores de mostrador en restaurantes de comida rápida, cajeros en supermercados o limpiadores en hoteles, oficinas y otras ocupaciones que desprecian los trabajadores nativos. Los migrantes mexicanos están enclaustrados en empleos de baja calificación debido principalmente a su condición de indocumentados. Además, se concentran en este tipo de empleos, ya que en su país no podrían acceder a los mismos ingresos.
La zona que conforma; Texas-Tamaulipas-Coahuila, Nuevo León-Chihuahua, ha sido por tradición el lugar donde se registran los números más altos del fenómeno migratorio, sin embargo, y debido al mayor número de hombres, mujeres y niños que buscan la internación, ahora la zona California-Baja California, también registra alzas.
La migración primero que nada es un fenómeno social que debería de estar en el centro de cualquier plan, a los miles de hombres, mujeres y niños que por muy diversas razones dejan su país de origen, más allá de hablar y presumir acuerdos y soluciones que tristemente parecen muy pero muy, lejanos.
Fuente:Siempre.México