Francesca comenzó a hacer trencitas en las calles para obtener algo de dinero. Luego, pidió apoyo a su mamá y a su tía para abrir un establecimiento, y ahora su salón es la fuente de ingresos para su familia.
ARNOLDO DELGADILLO
Los dedos de las manos de Francesca Guilles son veloces. Uno sobre otro, trenzan el cabello con ritmo constante. Nadie le enseñó. La ausencia de su madre, que migró a Chile dejándola en su natal Haití, la hizo aprender a hacerse trenzas a sí misma, luego aprendió a hacérselas a los demás.
Con 13 años, la tejedora de cabello migró también y alcanzó a su madre en Santiago de Chile, buscando mejores condiciones de vida. Pero “ahí hay racismo”, así lo declara, y en su familia se dieron cuenta de que jamás obtendrían la residencia legal que les permitiría viajar a Haití para ver a su abuela.
Nadie le enseñó a Francesca a hacer trenzas. (Arnoldo Delgadillo)
Así comenzaron la travesía que los trajo, a ella, sus padres, su hermano, sus tíos y su prima, a México, donde obtuvieron una visa humanitaria y ahora esperan conseguir su residencia legal.
En Tapachula, Chiapas, agentes del Instituto Nacional de Migración (INM) hicieron saber a la familia Guilles que habían sido asignados para trasladarse a Manzanillo, Colima, un lugar del que ellos jamás habían escuchado, a casi dos mil kilómetros de distancia.
A la fecha, la Secretaría de Gobernación en Colima no sabe cuántos migrantes llegaron a Manzanillo, alentados por el INM. Las cifras más conservadoras hablan de 200, otras señalan más de 600 visas humanitarias entregadas.
“Los de migración solamente nos dieron el papel, no nos han ayudado en nada, todo hemos hecho con nuestro propio esfuerzo; (el INM) nos echó; después de entregarnos el papel nos echó a la calle diciendo que no podía ayudarnos en nada”.
En Manzanillo, ante la dificultad de conseguir empleo (hasta hoy, los varones de la casa siguen desempleados), Francesca comenzó a hacer trencitas en las calles para obtener algo de dinero. Luego, pidió apoyo a su mamá y a su tía para abrir un establecimiento.
“Lo pusimos como trabajo porque no hacíamos nada en la casa y trenzaba en la calle, por mientras trenzaba en la calle, a veces iba a la casa de pueblo a trenzar; entonces hablé con mis familias y les dije: tía, mamá, por qué no abrimos un estudio”.
El salón de Francesca es la fuente de ingresos para su familia. (Arnoldo Delgadillo)
Una vecina mexicana les rentó un local pequeño a bajo costo y ahora el salón de Francesca es la fuente de ingresos para su familia. La joven sueña con ampliar su negocio, estudiar para mejorar los servicios de su estética y poder generar puestos de trabajo, incluso para ciudadanos mexicanos.
Fuente: milenio