Proteger a los niños y niñas más vulnerables es una cuestión pendiente en el mundo. Los menores desplazados enfrentan desafíos y los gobiernos no garantizan sus derechos en países de tránsito o destino. En los últimos meses, cientos de menores huyeron del control de los talibanes en Afganistán. Uno de los países de destino fue Pakistán, donde más de tres millones de refugiados afganos, la mitad de ellos menores de edad, viven en extrema pobreza y tienen los niveles más bajos de alfabetización.
Pakistán abrió sus puertas a los afganos hace 40 años, pero ha hecho muy poco para regularizar la situación de los refugiados del país vecino.
Desde la primera ola de exiliados en los 90, con la invasión soviética, se han instalado más de tres millones de afganos, muchos han nacido en suelo paquistaní, pero sin derecho a la ciudadanía. Esta situación de desventaja en la que viven los refugiados, especialmente los menores, que representan la mitad de esta población, los vuelve más vulnerables y quedan atrapados en el círculo de la pobreza y la explotación infantil. Los menores afganos son víctimas de la mendicidad, trabajos forzosos, matrimonios infantiles y violencia en el hogar.
Un ejemplo más de la explotación infantil son las fábricas de ladrillos donde van a parar refugiados con apuros económicos, desesperados por poder pagar la factura del hospital o las medicinas, o el alquiler que ofrecen a sus hijos como mano de obra barata o como garantía para devolver un préstamo anticipado. A veces, los hijos heredan las deudas de sus padres y quedan vinculados a trabajos forzosos por mucho tiempo. Aunque el sueldo mínimo estipulado es de 950 rupias (aproximadamente 8 dólares) al día, estos niños trabajan por menos de un dólar al día.
Si bien el Gobierno paquistaní permite a los niños afganos escolarizarse, las propias barreras socioeconómicas les alejan de las escuelas. La mala calidad de la enseñanza pública, la discriminación de género en estas sociedades tradicionales y la inaccesibilidad a las escuelas para aquellos que viven en zonas rurales, que representan más de 65%, contribuyen a la falta de educación para los refugiados afganos. Como resultado, el 80% de los afganos en edad escolar no van a la escuela en Pakistán. Este ciclo vicioso afecta especialmente a las niñas, limitando aún más el acceso a la educación primaria y secundaria de las futuras generaciones.
A pesar de que Naciones Unidas presiona al Gobierno de Pakistán para que ponga en marcha iniciativas para escolarizar a los menores afganos, las pocas oportunidades para estudiar las brindan organizaciones locales o asociaciones caritativas religiosas. Se trata de una educación informal que ayuda a algunos de estos niños a salir de la calle para tener un futuro mejor. Este es el caso de Ali, que enseña de forma altruista a un grupo de niños de los campamentos de Rawalpindi, a las afueras de Islamabad. Gracias a su escuela, medio centenar de niños y niñas han aprendido a leer y escribir.