La refugiada rohingya Rahima Khatun y su familia comparten una comida. A causa de los recortes en las raciones, se ha visto forzada a saltarse comidas para que sus dos hijos puedan alimentarse.© PMA/Nihab Rahman
En los campamentos de Cox’s Bazar, las personas refugiadas sufren las consecuencias del segundo recorte de sus raciones alimentarias en tres meses.
Tras observar las hileras de lentejas, ajos, patatas, cebollas, huevos y arroz que se ofrecen, comienza a sollozar ante su escasa selección – una pequeña botella de aceite de cocina y una bolsa de chiles rojos –, los únicos artículos que puede permitirse con el crédito restante de su vale prepagado de alimentos de solo 8 dólares (USD) al mes.
“No sé qué voy a hacer. ¿Cómo voy a sobrevivir con esto y con el poco arroz que me queda para el resto del mes? Mis vecinos solían ayudarme cuando me quedaba sin comida, pero ahora tampoco pueden hacer frente a la situación”, explica, con las manos temblorosas mientras mete sus cosas en una gran bolsa de yute, que se ve tan vacía como cuando llegó.
Casi un millón de rohingyas permanecen varados en condiciones de hacinamiento extremo, y a veces peligrosas, en estos campamentos del sur de Bangladesh, la mayoría tras huir de la violencia en Myanmar hace casi seis años.
La asistencia alimentaria que reciben del Programa Mundial de Alimentos, PMA, ha sido la única fuente fiable con la que pueden contar para satisfacer sus necesidades básicas de alimentación y nutrición. Pero desde principios de año, este salvavidas se ha visto sometido a fuertes presiones debido a la reducción de la financiación de los donantes.
Ante la escasez de fondos, el PMA ha tenido que tomar decisiones difíciles para mantener la asistencia alimentaria hasta finales de año. En marzo, el valor de los vales de comida para los residentes de los campamentos se redujo de 12 dólares (USD) por persona al mes a 10 dólares (USD), y en junio, a solo 8 dólares (USD), es decir, 27 centavos diarios.
Los recortes se produjeron pocas semanas después de que miles de personas refugiadas perdieran sus hogares a causa del ciclón Mocha, que se produjo tras un gran incendio a principios de año.
“He tenido que reducir la ración de las comidas de mis hijos, pero ¿hasta cuándo? No hay suficientes alimentos disponibles para mi familia y realmente no sé cómo vamos a sobrevivir”, señaló Morjina, de 27 años, madre soltera de tres niños pequeños.
Además de la asistencia alimentaria en alimentos frescos, el PMA lleva a cabo programas de nutrición para mujeres embarazadas y lactantes, y niñas y niños menores de cinco años. A pesar de este apoyo adicional, los hogares vulnerables siguen luchando por llegar a fin de mes. La única solución para evitar que la situación se deteriore aún más es restablecer inmediatamente las raciones completas para toda la población rohingya.
“Los recortes en las raciones son nuestro último recurso. Muchos donantes han dado un paso al frente con financiación, pero lo que hemos recibido simplemente no es suficiente”, afirma Dom Scalpelli, Director del PMA en el país. “Es absolutamente crítico que devolvamos a las familias rohingyas toda la asistencia que merecen. Cuanto más esperemos, más hambre veremos en los campamentos; ya estamos viendo más niños ingresados en programas de tratamiento por desnutrición”.
El PMA no es el único que está sufriendo las consecuencias de la disminución de la financiación de los donantes internacionales a medida que se prolonga la situación de la población refugiada rohingya. El plan de respuesta humanitaria de la ONU para las personas rohingyas en 2023 solo cuenta con una cuarta parte de la financiación. Cada vez son más las agencias humanitarias que se ven forzadas a continuar únicamente con las intervenciones más críticas, lo que significa que las necesidades básicas quedan sin cubrir. Los efectos de estos recortes son especialmente devastadores para las mujeres, las niñas y los niños, que constituyen más del 75 por ciento de la población refugiada y corren un mayor riesgo de sufrir abusos, explotación y violencia de género.
Sin alimentos suficientes y sin medios para generar ingresos de manera legal, las personas refugiadas han recurrido a medidas cada vez más desesperadas para sobrevivir, como el matrimonio y el trabajo infantil, además de emprender peligrosos viajes en embarcaciones.
Aparte de la asistencia adicional del PMA a las familias vulnerables, las iniciativas de medios de vida a pequeña escala repartidas por los campamentos ofrecen esperanza y una clave para evitar que la situación humanitaria empeore.
Con el apoyo de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y de Mukti, una ONG nacional socia, docenas de familias refugiadas cultivan sus propias hortalizas, como calabacín amarillo, calabaza y chiles, en las escasas parcelas de tierra cultivable disponibles en los congestionados campamentos. Esto no solo les permite complementar lo que el PMA puede proporcionarles, sino también recuperar cierto sentido de dignidad.
“Los recortes en la ayuda alimentaria han afectado a todos, pero tengo la fortuna de que al menos puedo complementar con las pocas verduras que cultivo aquí para alimentar a mi familia. Otros no son tan afortunados”, comenta Minara, madre de dos hijos, mientras señala orgullosa su pequeña cosecha de calabaza amarilla.
En el campamento de al lado, un Centro de Producción de bolsas de yute, gestionado conjuntamente por ACNUR y la ONG socia Foro para la Salud Pública, rebosa actividad mientras 150 mujeres refugiadas reciben capacitación en el uso de máquinas de coser eléctricas y un incentivo por su trabajo.
La mayoría de las mujeres que trabajan turnos de 4 horas en el centro son viudas o divorciadas a cargo de sus hogares y están ayudando a cambiar las actitudes de la comunidad hacia las mujeres que trabajan fuera del hogar.
En otro campamento, la empresa japonesa Fast Retailing (del grupo empresarial UNIQLO) está ayudando a desarrollar las habilidades y capacidades de 1.000 mujeres refugiadas rohingyas para 2025.
A pesar de estas iniciativas, se necesitará mucho más apoyo de la comunidad internacional para garantizar que se brinda asistencia vital a las personas refugiadas y que se invierte en las comunidades de acogida circundantes.
Johannes van der Klaauw, Representante de ACNUR en Bangladesh, señala que, a largo plazo, la única forma de evitar que la situación humanitaria en los campamentos se deteriore aún más es invertir en educación, en capacitación profesional y en oportunidades de medios de vida.
“Esto permitiría que las personas refugiadas sean autosuficientes y satisfagan parcialmente sus necesidades básicas por sus propios medios – y sobre todo, prepararlas para reconstruir sus vidas cuando puedan regresar voluntariamente y en condiciones de seguridad a Myanmar”.
Sin esas oportunidades, las personas refugiadas rohingyas como Morjina consideran que los últimos recortes en las raciones no solo suponen más hambre, sino también menos esperanza.
“Ahora mismo, nuestro destino no está en nuestras manos”, comenta. “No podemos volver a casa, no tenemos libertad de movimiento aquí, y el hambre es la única forma que tenemos de pasar nuestros días”.
Fuente: acnur.org