Issack tiene 80 años, Hassan 75
Cara Anna
La ceguera aviva los otros sentidos. El golpe seco del paso de los camellos es más chirriante, la sensación de la piel que se tensa más aguda, el olor de la muerte más intenso después de semanas, meses y años sin las lluvias de las que dependía su subsistencia.
Tal vez, al aumentar el pánico con el viento, Mohamed Kheir Issack e Issack Farow Hassan podían sentir incluso el sabor de la hambruna que se avecinaba.
Issack tiene 80 años, Hassan 75. Son más que amigos, casi hermanos, y se toman de la mano en el mundo de tinieblas que habitan, al tiempo que se ayudan con bastones. Ya en el final de sus vidas, la peor sequía que padece Somalia en más de medio siglo los despojó de sus animales y de sus casas.
Somalia está acostumbrada a las sequías, pero ahora se dan con mayor frecuencia y dejan menos espacio para recuperarse y prepararse para la próxima. Pastores y granjeros que saben desde hace generaciones adónde llevar a su ganado, sus cabras y sus camellos cuando las habituales fuentes de agua se secan, se sienten mortificados por las sequías, que no fueron aplacadas por las últimas cuatro temporadas de lluvia.
“Las sequías del pasado no eran como estas. Podíamos sobrellevarlas”, comentó Issack.
Cuando llueve, las temperaturas más altas hacen que el agua se evapore más rápidamente, dejando muy poca para la agricultura y para beber. El este de África es la región del mundo más golpeada por las sequías, de acuerdo con las Naciones Unidas.
Los expertos dicen que, por quinta ocasión seguida, la temporada de lluvias actual no resolverá nada. Y se anticipa que tampoco la sexta, a comienzos del próximo año. Es así que Somalia se prepara para encarar un período inédito, incluso para gente de la edad de Issack y Hassan.
Ambos vivieron toda su vida en Ufurow, una comunidad del sur de Somalia, a 300 kilómetros (186 millas), y nunca habían salido de allí, hasta ahora.
Somalia tiene una de las tasas de urbanización más rápidas del mundo y mucha gente como ellos emigra de las zonas rurales hacia los centros urbanos o sitios donde hay ayuda.
“Saben antes que nosotros que su estilo de vida se acabó”, dijo el jefe del cuerpo humanitario de las Naciones Unidas Martin Griffiths.
En un sector del campamento para desplazados, que crece rápidamente, un individuo traza líneas en la tierra. Marca los sectores para las futuras viviendas de los desplazados recién llegados. Son cuadrados del tamaño de una cama doble grande y los refugiados deberán conseguir los materiales por su cuenta.
Para Issack, Hassan y los demás, por modestas que sean las viviendas, serán mejor que dormir a la intemperie, con los mosquitos y la arenilla que levanta el viento.
Las familias se apresuran a ocupar sus pequeños lotes y a cavar pozos para instalar palos que sostengan ramas o lonas.
Veinticuatro horas después, este sector del campamento luce igual que los demás, lleno de chozas de plástico y lona, algunas incluso con mosquiteros.
En Ufurow, Issack vivía en una casa construida por su esposa, Hassan en una construida por su hermana.
Hassan golpeó el piso con su bastón metálico cuando se le dijo que no podría regresar a su aldea.
Ello se debe no solo al cambio climático sino al hecho de que la región está ocupada por una organización extremista, al-Shabab, afiliada a al-Qaida y que exigía a la gente que le entregase la mitad de sus cosechas a pesar de que pasaban hambre.
Su presencia impide la llegada de ayuda humanitaria y agrava la crisis causada por la sequía. Se calcula que unas 250.000 personas fallecieron en una hambruna en el 2011, mayormente porque al-Shabab no permitió el paso de ayuda.
La gente proveniente de esa región le dijo a la AP que los extremistas permiten la salida de algunas madres, niños y ancianos que perdieron todo. Los combatientes detuvieron el vehículo en el que viajaban Isaack y Hassan y lo revisaron antes de dejarlo pasar para su viaje de tres días al campamento.
“No nos querían”, dijo Issack.
La gente de Ufurow se concentra en un mismo sector del campamento, pero ya no son el punto de referencia que eran antes.
“El problema es que no podemos ver quiénes vinieron, ni cuántos”, dijo Issack. Tomará tiempo hacerse una idea de la nueva situación.
“No sabemos qué sucede a nuestro alrededor”, agregó.
Los nuevos vecinos los ayudaron a construir una choza. Un día antes de instalarse allí, consiguieron un poco de comida y la cocinaron. Es un progreso. Prácticamente lo único que ingieren es té, dado que no llega la ayuda alimenticia que esperan.
Todo es nuevo y a menudo indigno. “No tenemos baños”, dijo Hassan. Añadió que tuvo que ingresar a su choza mientras otros recogían sus excrementos.
“Hoy al menos tenemos esto”, indicó, aludiendo a un colchón que ocupa casi toda la vivienda.
Los dos ancianos dicen que la vida y la muerte están en manos de Alá. Fallecerán cuando les llegue la hora.
Por su edad y su ceguera, no pueden trabajar. Si necesitan buscar ayuda, alguien los debe llevar de la mano a la oficina del campamento.
Sus familiares y amigos se dispersaron por todos lados. Todos tuvieron que irse del pueblo por la sequía.
Hassan tiene un teléfono, pero no puede usarlo casi. “No puedo marcar”, comentó. “Sí puedo contestar”.
Fuente: independentespanol