A veces camina hasta la valla perimetral del campamento e inhala profundamente, con la esperanza de respirar el aire de su hogar, un lugar del que se vio forzado a huir hace seis años, cuando su aldea fue incendiada y él huyó del país junto con otros cientos de miles de personas rohingyas.
“Es muy duro que mi hogar, mi pueblo, esté tan cerca de mí y no pueda llegar hasta ahí”, comenta con lágrimas en los ojos. “A veces camino hasta ahí en mi mente”.
Si los 33 campamentos que forman Kutupalong y otros dos asentamientos de Cox’s Bazar fueran una ciudad, sería la quinta más poblada de Bangladesh, con alrededor de 930.000 personas refugiadas repartidas en 24 kilómetros cuadrados de colinas antaño boscosas intercaladas entre el golfo de Bengala y el río Naf, que forma la frontera con Myanmar. Kutupalong es un lugar donde las historias se esconden detrás de cada puerta, en cada sendero y en cada mercado.
Zia y sus compañeros Abdullah Habib, Mohammed Salim Khan y Shahida Win son fotógrafos refugiados que encuentran y cuentan esas historias al mundo. El éxodo rohingya de 2017 desencadenó la atención mundial y la asistencia humanitaria, pero seis años después la atención internacional se ha desplazado a otras crisis y conflictos. Los rohingyas se sienten olvidados, pero este cuarteto se dedica a recordar al mundo su difícil situación a través de la narración de historias. Este compromiso les ha llevado a ser reconocidos como los ganadores regionales de para Asia y el Pacífico del Premio Nansen para los Refugiados de ACNUR 2023.
“Nuestras historias demuestran que existimos”, afirma Shahida. “Y tenemos que contar nuestras propias historias, porque somos quienes mejor las conocemos”.
Contar sus propias historias
La vida es dura en Kutupalong. Los residentes tienen acceso limitado a los medios de vida y a la educación, y la mayoría vive hacinada en alojamientos de bambú y lona. Los recortes de fondos de este año significan que las prestaciones alimentarias se han reducido de 12 a 8 dólares (USD) mensuales por persona, lo que agrava las penurias.
Salim nació en Kutupalong de padres refugiados que llegaron durante una afluencia anterior, pero Abdullah, Shahida y Zia conocieron la vida en Myanmar antes de que años de discriminación culminaran en ataques violentos contra aldeas rohingyas en todo el estado de Rakhine en 2017. Muchos cientos de personas murieron y más de un millón se vieron forzadas a huir de sus hogares. Abdullah, Shahida y Zia se convirtieron en refugiados, como Salim. “Lo perdimos todo, incluso nuestro país”, explica Abdullah.
A medida que la vida de los refugiados tomaba forma en Cox’s Bazar, los cuatro fotógrafos empezaron a recopilar las historias que encontraban a su alrededor y a utilizar sus teléfonos inteligentes y cámaras básicas para compartir imágenes en las redes sociales. Entre los cuatro han producido revistas de fotografía, han publicado sus imágenes en medios internacionales, han ganado premios, han participado en exposiciones y han ganado miles de seguidores. Aunque al principio no se conocían, compartían la idea de que nadie contaría sus historias por ellos.
“Mi objetivo es documentar los retos a los que nos enfrentamos y contar historias que beneficien a mi comunidad”, afirma Salim.
“No queremos ser una comunidad olvidada. Quiero que las personas de todo el mundo vean a los rohingyas como seres humanos, como a todos”, señala Zia, quien busca capturar “la esperanza, los retos y la tristeza, para que los demás puedan aprender del pueblo rohingya desde el pueblo rohingya”.
“Si no hablamos claro, si no alzamos la voz, si no defendemos nuestros derechos, no pasará nada y seguiremos viviendo así”, comenta Abdullah.
Limitadas por normas y tradiciones culturales, las historias de las mujeres refugiadas rohingyas han permanecido en gran medida ocultas. La valiente fotografía y poesía de Shahida les da voz. Es, en su opinión, una vocación: “No ha sido mi elección. Si yo no transmito estos mensajes al mundo exterior, ¿quién lo hará?”.
“Mi objetivo es documentar los retos a los que nos enfrentamos y contar historias que beneficien a mi comunidad”. Salim
Además de amplificar las voces rohingyas con su propio trabajo, los cuatro organizan talleres para capacitar a otros. Han ampliado la comunidad de narradores refugiados capaces de utilizar el cine, la fotografía y la poesía para expresarse y compartir información crucial sobre salud pública y cómo responder a los incendios e inundaciones que afectan regularmente al campamento.
Lo que motiva a estos jóvenes fotógrafos y narradores es el deseo de captar la atención mundial, retratar la vida de sus compañeros refugiados con veracidad y empatía, y provocar un cambio para los rohingyas. Su deseo es sincero y muy personal. “Yo soy la persona que jamás ha visto Myanmar”, afirma Salim. “No quiero que mis hijos vivan toda su vida en un campamento de refugiados”.
“Si yo no transmito estos mensajes al mundo exterior, ¿quién lo hará?”. Shahida