Durante el último mes, casi 4.000 inmigrantes, casi todos venezolanos, llegaron sin previo aviso a la gélida ciudad de Denver, sin un lugar donde quedarse y, a veces, vistiendo sólo camisetas y sandalias. La oleada de migrantes tomó por sorpresa a las autoridades de la ciudad, que ya lidiaban con una serie de tormentas invernales, temperaturas a mínimos históricos y atascos de tránsito en los alrededores.
Cuando apelaron al estado para que abriera refugios nuevos, el gobernador de Colorado, Jared Polis que había asignado 4 millones de dólares para ayudar a cuidar a los migrantes, hizo arreglos para que los que así lo quisieran, pudieran seguir viajando en autobús aún más al norte, a Chicago y Nueva York.
La situación ilustra cómo los números récord de personas que cruzan la frontera con México están reverberando hacia el norte, en ciudades como Denver, Nueva York y Washington, que desde hace mucho tiempo han sido destinos para los migrantes, pero no de autobuses llenos de ellos que aparecen a la vez, directamente desde la frontera y sin recursos.
Las ciudades del norte “están probando ahora lo que han estado enfrentando las ciudades fronterizas”, explica Julia Gelatt, analista principal de políticas del Migration Policy Institute (Instituto de Políticas Migratorias) en Washington. “El hecho de que las personas se presenten en grupos, necesitados de servicios básicos, es realmente nuevo para las ciudades del norte”, explicó.
Ruta Denver
No está muy claro cómo fue que Denver se convirtió en un nuevo destino para los venezolanos que huyen del caos económico y político de su país. Los defensores de los migrantes ya habían detectado un pequeño número de personas que llegaban desde la frontera a principios de 2022 y advirtieron que la ruta se estaba volviendo cada vez más popular.
Cualquiera que haya sido el detonador, la cantidad de inmigrantes que llegaron a la ciudad se disparó drásticamente en diciembre, a veces a 200 por día, justo cuando caía una helada invernal y se extendían las temperaturas mínimas récord. Las tormentas trastornaron las carreteras fuera de la ciudad, cancelando los viajes programados por autobús a destinos en el este del país, dejando varados a muchos en una ciudad que ya luchaba por albergar a las personas sin hogar.
En respuesta, Denver convirtió tres centros recreativos en refugios de emergencia para migrantes y pagó cuartos en hoteles para las familias con niños, asignando tres millones de dólares para hacer frente a la oleada de recién llegados. Reasignó trabajadores para procesarlos, asignarlos a albergues y ayudarlos a subir a los autobuses interurbanos. Los residentes donaron montones de ropa de invierno.
Sin embargo, la mayoría no tenía la intención de quedarse mucho tiempo. La ciudad y el estado dicen que alrededor del 70% de los más de 3.800 migrantes que llegaron a Denver desde que comenzaron a monitorear la crisis el 9 de diciembre planeaban irse a otro lugar al final. Más de 1.600, reporta la ciudad, ya se han ido de la ciudad por su propia cuenta.
Fuente: fronteraviva