Un par de decenas de personas se amontonan en una camioneta con cupo para 13 pasajeros. Acaban de cruzar un río en una balsa improvisada y esperan recorrer unos 30 kilómetros en México para llegar a su próxima parada. Pero unos minutos después, la camioneta se detiene y todos tienen que bajar.
Sin embargo, entraron a México sin permiso ni documentos, así que el conductor de la camioneta les dice que se escabullan y eviten un puesto de control, y que él u otro vehículo los recogerá al otro lado.
Las familias toman sus pertenencias y se dirigen por un camino asfaltado mientras nosotros nos unimos a ellos, los pastizales los ocultan casi por completo de la vista de la carretera y de los funcionarios mexicanos.
No es ningún secreto que esto ocurre, de la misma manera que todo el mundo sabe de las balsas que llevan a las personas a través del río Suchiate y la frontera internacional.
De vez en cuando, los funcionarios mexicanos gritan a través de la hierba larga a los caminantes y les dicen que vuelvan a la carretera principal.
No vimos a ningún funcionario afanarse por perseguirlos mientras caminaban por la ruta no oficial de migrantes, a escasos metros de la Ruta Nacional 200 que va desde la frontera hacia el norte.
Este juego estático del gato y el ratón se repite varias veces al pasar por varios puntos de control de la ruta. Cada parada conlleva una caminata de 20 o 30 minutos, además de los nervios sobre si el transporte prometido estará al otro lado.
También anticiparon que en Tapachula planeaban solicitar asilo o permiso para transitar legalmente por México con la esperanza de llegar a Estados Unidos.
Dos familias de Venezuela dijeron que sería su primer contacto con las autoridades desde que huyeron de su país. Dicen que viajaron por Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Guatemala.
“Es como tratar con la mafia”, señaló Yeimiler Rodríguez, quien contó a CNN que su familia pagó unos US$ 1.000 por persona hasta ahora en su odisea de 18 días.
Al atardecer, llegan a Tapachula, donde pasarán la noche. Puede que estén varios días en la ciudad, pero ninguno espera quedarse para siempre.
Sus ojos están puestos en Estados Unidos, “el país de las oportunidades”, dicen.
A una mujer se le saltan las lágrimas cuando se sienta en la camioneta tras pasar con éxito un control. Un compañero de viaje le dice que se anime. “¿No quieres el sueño americano?”, le dice. “Aférrate a eso”.
Fuente: kesq