Al llegar a Sudán, Daud Kur pensó que había terminado su vagabundeo por las calles, sin techo, pero las inundaciones pusieron fin a la frágil estabilidad que este refugiado de Sudán del Sur acababa de encontrar.
En noviembre pasado, se instaló en el campamento de Al Qana en Al Jabalin, en el estado meridional del Nilo Blanco, donde se amontonan entre 34.000 y 36.000 refugiados que huyen como él de años de violencia en Sudán del Sur. Lejos de su ciudad de Malakla, donde ya entonces se enfrentaba a los combates y las lluvias diluvianas.
Este mes, una vez más, las condiciones meteorológicas lo obligaron a refugiarse en un borde de la carretera. “Nos llevamos a nuestros hijos y corrimos. Ni siquiera tuvimos tiempo de juntar nuestras cosas”, cuenta a la AFP. “No tenemos nada para comer, ni medicamentos ni nada para combatir los enjambres de mosquitos” que se abaten sin descanso sobre las familias dispersas, prosigue.
Y a todas estas familias les resulta difícil saber adónde ir porque, según las Naciones Unidas, las inundaciones devastaron 53 aldeas de los alrededores, lugares que se volvieron insalubres para sus 61.000 habitantes, entre ellos numerosos refugiados de Sudán del Sur.
En total, unos 288.000 residentes y refugiados se vieron afectados por estas inundaciones, que azotaron a 13 de los 18 estados que componen el país, según la ONU.
Si bien algunos refugiados pudieron dirigirse a otros campamentos o aldeas, “muchos siguen sin hogar”, afirma a la AFP Ibrahim Mohamed de la comisión sudanesa para los refugiados. “Y es muy difícil encontrar nuevos terrenos para reubicarlos”, destaca.
– Algo nunca visto en 40 años –
Las inundaciones no son excepcionales en Sudán. Cada año, de junio a octubre, se llevan casas, infraestructuras y cultivos. El año pasado, el país sufrió sus peores inundaciones en un siglo, con 140 muertos y 900.000 personas afectadas, según la ONU, así como tres meses de estado de emergencia.
Este año, las autoridades ya registran 84 muertos y 35.000 casas dañadas o destruidas.
Pero si bien algunos estados están preparados, en Al Jabalin ni los habitantes de la región ni los refugiados saben cómo hacer frente a la catástrofe. “Los aldeanos de los alrededores dicen que no han visto esto en 40 años”, asegura Anwar Abushura, que dirige el campamento de Al Qana.
La delgada barricada que los refugiados habían levantado apresuradamente cedió “en dos días ante la fuerte presión del agua”, cuenta Kur. Hoy en día, en los estanques que se han formado, algunos tratan de recuperar madera y materiales sobrantes para reconstruir refugios. “No tenemos comida ni colchonetas para dormir”, afirma uno de ellos, David Bedi. “Sólo queremos construir techos para proteger a nuestros hijos”, añade.
Pero esto es peligroso, advierten los humanitarios, porque del agua estancada pueden nacer enfermedades, que los mosquitos no tardarán en propagar.
Ahora bien, algunos beben esta agua insalubre o la utilizan para lavarse. “Esperamos un desastre sanitario”, advierte Abuchura, mientras que la comisión para los refugiados afirma haber contabilizado, sólo el lunes, 150 casos de malaria entre los refugiados de Alqana y del campamento vecino de Alagaya, de los cuales varios son niños.
“En estas condiciones, tenemos pocas posibilidades de sobrevivir”, comenta a la AFP Darquos Manuel, refugiado de Sudán del Sur. “Toda nuestra comida fue arrastrada por el agua, los mosquitos devoran a nuestros niños y la lluvia sigue cayendo sobre nosotros mientras estamos en la calle”, continúa.
Un poco más lejos, en el campamento de Alagaya -clasificado “en peligro” por la ONU-, Nagwa James, refugiada de Sudán del Sur afirma a la AFP temer “sufrir la misma suerte que los habitantes de Alqana”.
Fuente: Swissinfo