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La crisis humanitaria venezolana deja un éxodo masivo a Brasil (y miles de imágenes)

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Caminar por las ciudades fronterizas brasileñas es tener la posibilidad de registrar miles de momentos de la diáspora venezolana. Con crudeza, los caminantes venezolanos enfrentan cada día vicisitudes que se condensan en historias y fotografías. Acá, apenas una pequeña muestra.

 

“Vivir en el abrigo es como vivir en una cárcel”

Juan Carlos Zaragoza, 42 años

Juan Carlos Zaragoza trabajaba empaquetando productos en un supermercado en Maturín, en el estado petrolero de Monagas, pero tras el quiebre del negocio migró a Brasil en 2019 en busca de mejores condiciones de vida y para enviarle ayuda económica a su hija de 15 años. “Pidiendo cola y con hambre, así viajé”, dijo. Y con otra limitación: Zaragoza perdió una pierna en un accidente automovilístico cuando tenía 20 años.

Al llegar a Brasil vivió en la calle durante dos años y tiene el mismo tiempo dentro del abrigo Pricumá, uno de los refugios en Boa Vista, en el complejo de abrigos más grande de la región.

No se reserva las críticas a la Operación Acogida. “Acá tratan a la mayoría de los venezolanos con xenofobia, con humillaciones, no es fácil. Venezuela fue un país que rescató a todos los países y uno viene buscando ayuda y le dan la espalda a uno”, agrega.

Vivir en el abrigo, dice, es como vivir en una cárcel. “Es un tormento, una prisión, los militares no pueden ver a uno afuera porque lo tratan con rabia, nos corren como si fuéramos animales”. Pese a la presencia militar, señala, “este es un barrio peligroso, hay robos”.

Zaragoza espera recibir un beneficio por discapacidad de 1.300 reales al mes (US$ 264) y viajar a Brasilia, en donde está su hermana, también migrante venezolana.

“Cuando llegué en marzo no veía tantos venezolanos en las calles, pero eso ha cambiado”

Ruxbelys Trinitario, 19 años

Ruxbelys Trinitario, de 19 años, llegó a Boa Vista el 17 de marzo de 2023 con cuatro meses de embarazo. Ahora tiene 37 semanas. Ha recibido consultas médicas quincenales, pero no ha podido tener acceso al servicio de ecografías. “Cada vez que voy a marcar, no hay cupo. El primero que me hice fue pago y tuve que hacérmelo porque no me dejaban pasar al registro en el Puesto de Reubicación y Triaje (Ptrig) de la Operación Acogida, no creían que estaba embarazada. El segundo me lo hice en el Saúde (puesto de salud) cuando tenía cinco meses, ese fue el último. No hay cupo”.

Por falta de documentos, tampoco ha podido tener acceso a un examen de tiroides con un especialista. Esta mañana de agosto de 2023 ha recibido su cédula, con la que podrá gestionar la consulta especializada. Su madre, Karina Córdova, ha pasado por una situación similar. En 2022 le mandaron a hacer una tomografía y quedaron de llamarla cuando hubiese cupo “y seguimos esperando, ha pasado como un año”. “Para el examen gratuito todavía está esperando, y mandarlos a hacer es muy caro: cuesta 800 reais (US$ 162)”.

Ruxbelys espera regresar en diciembre a Venezuela. “No nos ha ido bien, mi pareja ha estado metiendo curriculum, pero no ha conseguido nada, nos hemos mantenido con diarias, que es limpieza en casas”. Su propia vivencia es quizás un reflejo de lo que ve en las calles de Boa Vista. “Cuando llegué en marzo no veía tantos venezolanos en las calles, pero eso ha cambiado. Ahora hay más”.

“Quiero operarme, caminar, una casa”

Esneider Gómez, 46 años

Esneider Gómez es oriundo de Puerto Ordaz, a 817,6 kilómetros de Boa Vista. Hace siete años, la moto que reparaba le cayó sobre su pierna derecha y la destrozó. Le hicieron varias operaciones, pero la pierna parece hecha de alambre; su pie, un garfio.

En 2021, mientras revisaba su perfil en Facebook, vio una actualización sobre la Operación Acogida y migró. Por su condición, ingresó en el abrigo Pricumá, dedicado a personas enfermas o con discapacidad. Pasó diez meses. Un médico del Puesto de Salud Primaria lo refirió al ortopedista y lo orientó para que gestionara una pensión por discapacidad. Inició las gestiones, pero no obtuvo respuesta.

También optó por el proceso de interiorización, el traslado voluntario y gratuito hacia alguna ciudad en el interior de Brasil. Por eso lo transfirieron de Pricumá a Rondón 5, el sitio que abriga a quienes aguardan el viaje. De allí fue expulsado el 23 de diciembre de 2022 por tener relaciones sexuales con una mujer. Perdió la interiorización.

A media mañana del lunes 14 de agosto de 2023, Esneider deja escurrir el tiempo sobre una colchoneta, en las afueras del Abrigo Pricumá. Carga su teléfono con un pequeño panel. De noche duerme en los alrededores del Puesto de Triaje de la Operación Acogida. “No puedo volver a Venezuela, quiero seguir para adelante (…) Quiero operarme, caminar, una casa. Estoy esperando una bendición de Dios, vamos a ver”, expresa.

“Sueño con que mis hijas estudien”

Carly González, 26 años

Carly González y sus dos niñas, de diez y ocho años, son de Barcelona, Anzoátegui. Llegaron a Brasil en 2020 a través de una trocha, un camino alternativo porque la frontera estaba clausurada por las restricciones impuestas por la pandemia de COVID-19. Por eso no pudo regularizar su estatus migratorio, pero consiguió darle de comer a sus niñas y llevar a la más pequeña, con hidrocefalia, al Puesto de Salud. La examinaron, le indicaron el tratamiento a seguir y le dieron los medicamentos. La niña lleva un flequillo que disimula el crecimiento de su cabeza. La mamá cuenta que está mejor desde que toma sus medicinas.

Carly ponía extensiones de cabello en la calle en la frontera y en la Plaza Bolívar de Santa Elena. Trabajó en la mina de Aguas Negras, en la comunidad indígena de Manak Krü, en Gran Sabana.

También conoció a un hombre que trabajaba como caletero, cargando y descargando camiones y comenzaron a convivir. A mediados de mayo, Carly hizo sus papeles y los cuatro migraron desde Pacaraima a Boa Vista. Viven en Rondón 5, pero pasan el día en los alrededores de Pricumá. En las afueras, mientras Carly cocina una pasta con vegetales y salchichas en un fogón de leña, su marido atiende “una bodeguita”.

Las niñas miran Masha y el oso en un teléfono conectado a un cargador solar, recostadas sobre una colchoneta. Su mamá sueña con que ambas estudien, una de ellas quiere ser modelo.

“Me trasplante o no, mi actitud es la misma”

Luis Vincent Calderón, 52 años

Luis Vicent es oriundo de Soledad, estado Anzoátegui. Llegó a Brasil en febrero de 2023 junto a su esposa. En la Clínica Renal de Roraima, donde se dializa, Luis revela que lleva seis meses y ocho días en el país (fue entrevistado en agosto de 2023). Su esposa, su guía constante, lo acompaña en todo momento debido a su ceguera.

Luis llegó a Brasil porque tiene la esperanza de recibir un trasplante de riñón de esos que en Venezuela están suspendidos desde 2017. Antes, Luis trabajaba como chofer de transporte pesado y como soldador. Incluso llegó a ser contratista de Petróleos de Venezuela (Pdvsa). Sin embargo, tras la muerte de Hugo Chávez en 2013, enfrentó dificultades en el cobro por sus servicios.

Entre 2017 y 2018, la crisis se acentuó y Luis sufrió complicaciones de salud: una bacteria afectó sus riñones y requirió diálisis. Además, un accidente laboral le causó daños en los ojos por el desprendimiento de parte de la retina en uno y por el desarrollo de una catarata en el otro. Todo esto, sumado a la suspensión de trasplantes en el sistema público venezolano, lo llevó a tomar la decisión de migrar a Brasil en busca de atención médica. A pesar de las difíciles condiciones de vida en el centro de acogida, Luis se muestra agradecido por la atención y el trato recibido.

“De donde nosotros somos no hay trabajo, no íbamos a tener la posibilidad de darle una mejor vida a nuestro bebé”

Rosmary Betancourt, 18 años

Para llegar a Brasil, Rosmary, de 18 años, viajó en cola durante cinco días desde Valle de la Pascua (estado Guárico) con un peso de cinco meses de embarazo de alto riesgo: sangró durante todo el trayecto hasta que en Pacaraima sufrió un derrame que la dejó hospitalizada en la Maternidad Nuestra Señora de Nazaret, en Boa Vista -a tres horas de Pacaraima- por una semana.

Tiene amenaza de aborto y debe ingerir una hormona para que su placenta no expulse al bebé, pero esta no está en las farmacias públicas a las que ha ido, y no puede comprarlas en las farmacias privadas por falta de recursos.

Pasada la emergencia, la Operación Acogida le dio abrigo a ella y a su pareja en Pricumá y ahí estuvieron durante tres meses hasta que un altercado con un funcionario militar provocó que su pareja fuese expulsada. Al no poder estar sola, ella decidió salir también.

Para cuando fue entrevistada, Rosmary llevaba una semana durmiendo en la calle. No había comido desde las doce del mediodía del día anterior.  Extraña las tres comidas, el kit de limpieza y el kit de aseo personal que recibía en el abrigo.

La pareja salió de Valle la Pascua porque no había empleo. “De donde nosotros somos no hay trabajo, no íbamos a tener la posibilidad de darle una mejor vida a nuestro bebé”, dice. Pero ahora, en agosto de 2023, considera la idea de regresar a Venezuela. “Nunca había tenido que dormir en la calle, ha sido duro”, se limita a decir.

Fuente:correodelcaroni


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