La misma Unión Europea que abrió sus puertas durante la crisis de refugiados de 2015 se encuentra actualmente rodeada y atravesada por más de 2.000 kilómetros de vallas fronterizas. Estos son los costos y las dinámicas ocultas en las nuevas ‘borderlands’ europeas
En colaboración con la Fundación PorCausa, Outriders, Solomon y Baynana
a caída del Muro de Berlín sigue resonando en el presente. Es un símbolo con el que la Unión Europea se ha identificado e inspirado durante décadas, impulsando su visión de un espacio comunitario sin fronteras ni barreras que separen a los Estados miembros. Sin embargo, el panorama europeo actual revela una realidad irónica: más muros que nunca.
Tras las divisiones internas y el ascenso de la ultraderecha en las encuestas fruto de la acogida de refugiados durante la crisis de 2015, la práctica totalidad de los Gobiernos de la Unión Europea abrazaron, de manera directa o indirecta, la construcción de vallas para poner freno a la llegada de inmigrantes y solicitantes de asilo. Lo que empezó como una respuesta drástica — y criticada de forma casi unánime en Bruselas— por parte del Gobierno húngaro de Viktor Orbán, quien decidió ese mismo año vallar por completo la frontera con Serbia, acabó convirtiéndose en la estrategia que ha definido la política migratoria europea durante los últimos ocho años.
Las rutas migratorias hacia la UE de 2015 a 2023
Fuente: Frontex | Elaboración propia
España fue una pionera en la securitización de las fronteras, cercando por completo las ciudades de Ceuta y Melilla, en la costa africana, durante la década de los 90. Pero la crisis de refugiados fue el verdadero parteaguas para el continente. En 2014, el espacio Schengen contaba con 315 kilómetros de muros y vallas fronterizas. Hoy en día, se encuentra rodeado o atravesado por 19 de estas estructuras, que suman más de 2.000 kilómetros de longitud y están equipadas con una creciente variedad de sistemas de detección, como cámaras, drones, sensores de movimiento y torres de vigilancia.
Evolución de las vallas fronterizas en la Unión Europea
Los nuevos muros de la fortaleza europea no sólo han afectado a quienes desean cruzarlos. A lo largo de estas líneas divisorias se acumulan los problemas para la economía, el ecosistema y los habitantes de las poblaciones fronterizas, cuyas quejas a menudo quedan eclipsadas por la batalla de narrativas opuestas centradas en la “amenaza migratoria” o el sufrimiento de los refugiados. Mientras tanto, los bolsillos de los traficantes de personas, un oficio ilícito cada vez más rentable, no han parado de llenarse.
El tamaño de las vallas fronterizas de la UE
Estas son algunas de las historias que emanan de estos territorios donde antaño sólo había un paisaje ininterrumpido y que hoy las vallas parten en dos. Un viaje a las ‘borderlands’ de la Europa de los muros.
España, otrora tierra de emigrantes, se convirtió en un país de tránsito y destino para los flujos migratorios cuando se unió a la Unión Europea. Una de las primeras reacciones del Gobierno español fue la de poner una valla en Ceuta y Melilla. Las dos únicas ciudades europeas en África.
Estas vallas tienen un impacto directo en las vidas de muchas personas: en las que emigran, en las que protegen a los emigrantes y en los ciudadanos locales.
El perímetro fronterizo de 12 kilómetros de Melilla está actualmente rodeado por cinco vallas equipadas con la última tecnología y un foso de tres metros. El muro está diseñado para disuadir y evitar los saltos, pero los cruces ilegales no cesan.
Esta realidad se hizo evidente en la mañana del 24 de junio de 2022. Fuentes de la Guardia Civil, los servicios de inteligencia españoles y varios supervivientes dijeron que las fuerzas marroquíes estaban instigando un cruce masivo de 2.000 personas, la mayoría de Sudán. Fue el incidente más mortífero en una frontera terrestre europea, con al menos 37 inmigrantes muertos, según Amnistía Internacional. Otras 76 personas continúan desaparecidas.
El cerco de Melilla
Sulaiman Abu Bakr, un sudanés de 24 años, sobrevivió a la masacre. Este joven es uno de los 130 refugiados que logró saltar la valla y completar un largo periplo de 10 años a través del Sáhara, incluyendo 14 intentos de llegar a España a través de Ceuta. En Melilla lo logró, pero Sulaiman aún no ha superado el trauma. El sudanés recuerda cómo se quedó atrapado en una maraña de acero y alambre, entre las piedras y las bombas de gas lacrimógeno de la policía marroquí y los espráis de pimienta de los agentes de la Guardia Civil. Su cuerpo languideciente quedó atrapado en la montaña humana que se formó en la línea que separa a España de Marruecos. Luego se despertó en la cama de un hospital. “Pienso mucho en quienes no corrieron mi misma suerte”, asevera.
“Para quienes somos de estas tierras, el muro significa una interrupción en nuestras vidas. Lo único que hace es hacer que la gente sea vulnerable”.
Diala, trabajadora del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla
Sulaiman vive ahora en Sevilla mientras espera la respuesta a su petición de asilo. Una trabajadora social del centro de detención de migrantes de Melilla, que se encargó de él y de otras personas aquel día, destaca las serias heridas causadas por la valla: cortes profundos, traumatismos en las extremidades y en la cabeza, pérdidas irreparables de la movilidad y de la visión. “La valla solo sirve para hacer que las personas sean más vulnerables”, explicó esta trabajadora que prefiere no ser identificada.
“No creo que construir muros detenga las migraciones porque la migración siempre ha existido en el mundo. Nada parará a los migrantes, salvo la muerte”, dice Houssain Mohamed, un sudanés de 23 años al que se le concedió asilo en España después de saltar la valla en marzo de 2022. “Creo que el dinero gastado en construir estas vallas podría haber sido usado para apoyar a los países en conflicto y resolver los problemas de raíz”, agrega.
Una de las voces más olvidadas es la de los agentes de la Guardia Civil desplegados en la valla fronteriza. “En Melilla no pueden mantenernos durante mucho tiempo”, explica, bajo condición de anonimato, un agente que participó en la operación del 24 de junio. “El peor momento es el que llega después del episodio, cuando estás a solas y pasas de los chillidos al silencio. Te quitas el uniforme y ves la sangre”, añade. El agente destaca el alto índice de suicidios entre los agentes posicionados en la valla. “No me uní a la Guardia Civil para esto”, sentencia.
Los flujos migratorios son como el curso de un río: no detienen el flujo del agua, pero alteran su curso. La línea entre Melilla y Marruecos marca una de las mayores brechas de desigualdad económica del mundo. Pobreza, corrupción y violencia empujan a muchos africanos a intentar entrar en Melilla.
“La vida antes de la valla era totalmente diferente”, dice Maite Echarte, oriunda de Melilla y activista de los derechos humanos que dedica su tiempo a apoyar a niños que emigran solos. “Ahora la ciudad es como una prisión al aire libre”, dice. Echarte recuerda que, en el pasado, Melilla vivía en armonía con las poblaciones marroquíes vecinas. Los jóvenes de ambos lados jugaban juntos al fútbol mientras los adultos visitaban a familiares y amigos. Fluían los bienes, la cultura, el conocimiento y también el amor. La valla fronteriza puso fin a todo eso.
Las cinco capas de la valla de Melilla
Noora Saber, una marroquí de 32 años, llegó a Melilla cuando tenía 10 para criarse con su tía y su tío, un agente de la Guardia Civil. “Desearía que abrieran la valla”, dice, y expresa la angustia por sus dos hijos, nacidos en España, que todavía no conocen a sus abuelos: “los pequeños no tienen documentos españoles, y si van a Marruecos no podrán volver a Melilla, su casa”.
“La valla afecta a toda la ciudad, no sólo a los niños que la cruzan”.
Maite Echarte, activista de derechos humanos nacida en Melilla
Muchos melillenses desconfían de los periodistas porque transmiten una imagen negativa de la ciudad, pero ellos también sufren la valla fronteriza. Un caso paradigmático es el de Miguel Ángel Hernández, un jubilado cuya casa quedó en el lado marroquí después de que se construyera la valla. El melillense se queja de que, desde la pandemia, Marruecos prohíbe el paso de bienes y mantiene cerrada la aduana. Como resultado, Hernández ni siquiera puede traer toallas y sábanas nuevas a su casa.
Días antes de dejar su cargo, el presidente de Melilla, Eduardo de Castro, recalcaba que la valla fronteriza había convertido su ciudad, de facto, en una isla. Y destacaba también una contradicción: el muro fue creado para evitar que llegasen inmigrantes, pero su efecto en la economía, el turismo y las vidas de los residentes de Melilla es perjudicial. También supone una espada de doble filo. “Marruecos utiliza la valla para presionar a España y a la Unión Europea y así ganar ventajas y dinero”, afirmaba De Castro.
Escondidos en un pequeño bosque cercano a una propiedad industrial en la periferia de Calais, una docena de sudaneses cuelgan prendas húmedas en las ramas de los árboles. En su mayoría jóvenes y refugiados de guerra, saben que la policía puede llegar en cualquier momento y golpearlos sin mediar palabra, forzándolos a buscar un nuevo escondite. Cada 48 horas, la Gendarmería francesa peina la zona buscando inmigrantes que tratan de llegar a Reino Unido para solicitar asilo y trabajar en un país cuya lengua dominan, o simplemente para reunirse con sus familiares. Algunos entrevistados han estado deambulando desde hace más de tres años por los escasos bosques que quedan en la zona.
La jungla, aislada
Calais es un nexo clave en las rutas migratorias. Es la ciudad francesa más cercana al Reino Unido —a apenas 30 kilómetros de sus costas— y un punto de paso obligatorio para los bienes y los ciudadanos que quieran cruzar el canal de la Mancha en ferry o en tren a través del Eurotúnel. Hasta 2016, la ciudad estaba rodeada de bosques y más de 10.000 migrantes sobrevivieron en un campamento informal, conocido como “la Jungla”, esperando una oportunidad para cruzar. Ese año, las autoridades francesas destruyeron el campo y aceleraron la construcción de muros y la tala de bosques.
Desde entonces, los migrantes han estado buscando rutas alternativas y cada vez más se lanzan al mar en embarcaciones de plástico. Por lo menos 2.384 migrantes han perdido sus vidas en lo que va de año, según la Organización Internacional para las Migraciones.
“Desde que llegué a Calais, he perdido a tres amigos”, dice Waliadin Mohammed, un sudanés de 27 años, mientras prepara café con jengibre escondido en el bosque. Pasar desapercibido no es fácil. “Hay cámaras por todas partes”, explica Hamid Younis, de 19 años y también de Sudán. Ambos tienen miedo y están visiblemente cansados y malnutridos. Los dos pidieron asilo en Francia, sin éxito. Ahora su objetivo es alcanzar Reino Unido.
“La violencia aquí es muy visible, es fácil de imaginar. Esta gente no tiene agua, no tiene electricidad, no tiene dignidad”.
Aurore Vigouroux, activista, directora de proyectos de Calais Appeal
Estos jóvenes no saben nadar, pero su única alternativa es el mar. La construcción de vallas y el refuerzo de los controles migratorios hace que las mafias suban el precio de las embarcaciones. “Ahora los intermediarios piden entre 1.000 y 1.200 euros”, asegura Mohammed. Otras nacionalidades que tienen, según estiman las mafias, mayor poder adquisitivo pagan hasta 8.000 euros, de acuerdo con la policía francesa. Las autoridades locales y regionales de Calais se han negado a hacer comentarios para este artículo.
En el horizonte, las vallas de metal y de alambre de espino se vislumbran donde antes se veían el mar y las dunas. Esta ciudad y su puerto parecen ahora una celda al aire libre, rodeada por pasos restringidos y más de 60 kilómetros de vallas de seguridad equipadas con cámaras y con la última tecnología de detección de personas. Algunas aceras están ocupadas por grandes rocas colocadas para evitar que los migrantes acampen o se refugien de la lluvia.
“Antes, Calais era mucho más natural, se podía ir fácilmente a las dunas, al espacio cercano al mar. No tenía todo ese alambre de púas”.
Fanny Laborde, activista de Calais Ploubelle
En una propiedad industrial a las afueras de Calais, en un almacén que guarda mantas, comida y otras necesidades básicas, docenas de activistas trabajan día y noche. Entre ellos está Aurore Vigouroux, gerente de proyectos de Calais Appeal y de Channel Info Project. La joven explica que la construcción de vallas es una de las claves de la política de “cero asentamientos” de las autoridades francesas. “La violencia aquí es muy visible; esta gente no tiene agua, ni luz, ni dignidad”, dice Vigouroux.
Los habitantes de Calais están cansados de este clima policial. La gente que ayuda voluntariamente a los migrantes, que a menudo incluyen mujeres y niños, denuncian que el Estado francés los criminaliza y los procesa. La gente de Calais también está cansada de la sensación de inseguridad y de la mala imagen de su pequeña ciudad en los medios internacionales. Y los muros físicos no son los únicos que separan a los habitantes de los migrantes en Calais. Las autoridades locales hacen que cualquier asentamiento sea imposible, aceleran la excesiva tala de árboles y deniegan el suministro de agua y la gestión de residuos a los migrantes, generando escenas de suciedad que empeoran las tensiones con los vecinos.
Chloé Magnam, nacida en Calais, explica que “la falta de comunicación genera prejuicios; algunas personas culpan a los migrantes y piensan que son sucios”. Magnam es una activista de la organización ecologista Calais Poubelle (un juego de palabras que mezcla poubelle, ‘basura’, con belle, ‘bello’), que lucha contra el impacto medioambiental de los muros. “En un contexto tan dividido, la hostilidad crece y el diálogo es cada vez más difícil”, declaró Fanny Laborde, otro miembro de la organización.
Después de zarpar en un barco desde Montenegro, atravesar los bosques bosnios bajo la lluvia y el frío, sobrevivir al invierno en una casa abandonada y atravesar el río Kolpa, frontera natural entre Croacia y Eslovenia, Desmond se topó con una barrera humana: una valla, patrullada por policías militarizados.
Era la segunda vez que entraba en Eslovenia. La primera le habían tomado las huellas dactilares en un cuartel de policía y lo habían “puesto en una furgoneta con otros tipos”, recuerda este camerunés de 28 años, padre de una niña de seis, mientras juega con los abalorios de madera de una pulsera en una cafetería de Liubliana. “Entonces, me di cuenta de que estaba de nuevo en la frontera con Croacia, donde la policía nos desnudó, dejándonos en calzoncillos”, relata. La explicación croata de este incidente fue que se trataba de un caso aislado protagonizado por un par de manzanas podridas, según indica Josh Zagar, miembro de la iniciativa civil Inforkolpa. De acuerdo con los datos de este organismo, entre 2018 y agosto de 2021 la policía eslovena efectuó 28.235 devoluciones a Croacia.
A finales de 2015, en respuesta a la llamada “crisis de los refugiados” en Europa, cuando casi un millón de personas (2), la mayoría sirios y afganos, huyeron de sus países e intentaron buscar refugio en el continente europeo, Hungría cerró su frontera con Croacia y miles de refugiados en la llamada “ruta balcánica” se desviaron hacia Eslovenia.
“Entonces descubrí que estaba nuevamente en la frontera con Croacia, donde la policía nos desnudó y nos dejó solo en ropa interior”.
Desmond, un solicitante de asilo camerunés de 28 años
“Recuerdo el día en que Hungría cerró la frontera; los últimos trenes estaban llenos de mujeres y niños; había una mujer embarazada, con seis hijos”, narra Ognjen Radivojevic, jefe del Programa de Integración y Orientación de la organización Filantropija. “Me gusta la gente de aquí, pero la política migratoria no es la correcta. He esperado cuatro años para conseguir el estatus de refugiado”, dice Kristina, una refugiada de Ucrania que habla esloveno con fluidez.
Cuando Hungría cerró su frontera en 2015, la respuesta de Eslovenia fue construir una valla de 194 kilómetros en la frontera sur con Croacia. “Creo que la valla es simbólica para nosotros [los eslovenos]. Nos están mandando un mensaje: algo peligroso está al caer y tenemos que protegernos”, dijo la antropóloga Zana Fabjan Blažič, cofundadora de la organización Ambasada Rog. Casi siete años después, en mayo de 2022, cuando el actual primer ministro esloveno, Robert Golog, accedió al puesto, Eslovenia anunció que quitaría esa valla.
En agosto de 2023, acompañamos a la policía de Kočevje a la zona donde la valla había sido desmantelada. Como metáfora visual, el puente de Čedanj, construido hace décadas para conectar las orillas eslovena y croata, está cubierto de alambre de espino. “La valla está empujando a la gente a cruzar entornos peligrosos, con desfiladeros y aguas turbulentas”, dijo la investigadora Marijana Hameršak.
La ruta tras el cierre húngaro y la valla construida por Eslovenia
Entre 2015 y julio de 2023, al menos 97 migrantes murieron en Croacia y 27 en Eslovenia, según el Instituto de Investigaciones Etnológicas y Folclóricas de Zagreb. “Construir esta valla fue la cosa más estúpida que podían hacer aquí”, gritaba Branko bajo el puente que conecta su localidad, Zamost, en Croacia, con Sela, en Eslovenia. Su casa está justo en la frontera. “Solíamos ir a un lado o al otro, casarnos entre nosotros”, añoraba. En la acampada de Muhvic, contigua a la valla, un campista también se quejaba: “Es fea”. “Solía ser una zona muy vibrante; queremos que vuelvan las bicicletas y la comunicación”, añadía Joze, un vecino de 78 años.
“La valla es simbólica. Nos están enviando un mensaje: algo peligroso viene y tenemos que protegernos”.
Antropóloga Zana Fabjan Blažič, cofundadora de la organización Ambasada Rog
La valla también tenía consecuencias imprevistas en la fauna. En una habitación adornada con astas y colmillos, Mladen Koritnik, presidente de la organización de cazadores Banja Loka, explicó que, cuando la valla de alambre fue instalada, los ciervos se quedaban atrapados en ella; luego, en 2017, el Gobierno mandó reemplazar los alambres de espino por paneles, y los zorros empezaron a usar estos paneles para capturar ciervos. “Algunos animales también se ahogaron en el río”, dijo Koritnik. Por lo menos 56 animales murieron en la valla entre Eslovenia y Croacia desde 2015 a 2023, según la Asociación de Caza Eslovena.
“Pero el mayor impacto de la valla se verá a largo plazo”, dijo el Dr. John D. C. Linnell, científico sénior del Instituto Noruego de Investigación de la Naturaleza. “Vamos a ver problemas genéticos (…). Europa occidental está quedando muy aislada ecológicamente del este”, concluyó.
Animales hallados atrapados en la valla desde 2015
Para muchos, la valla es sólo el comienzo, seguido de años de obstáculos. Mientras espera su estatus de refugiado, Rachid, un iraquí que trabajó como peluquero en su país, cocina kebabs en un restaurante de Liubliana y corta el pelo a personas sin hogar de forma gratuita. Cree que nunca volverá a ver a su esposa ni a sus hijos. Se despidió de ellos cuando huyeron a Turquía. No puede regresar a Irak, donde teme represalias. “Lo he perdido todo”, lamenta.
De manera lenta y casi metódica, un hombre fornido señala el daño infligido a la fachada de su casa por granadas de fragmentación. “Lanzaron tres. Por suerte, solo detonaron dos”, recuerda en el umbral de su residencia en la periferia de Hajdukovo, un pueblo serbio localizado en la frontera con Hungría. El alambre de espino colocado sobre la doble valla que separa ambos países alcanza a vislumbrarse en la distancia.
El vecino habla húngaro, como la mayoría de la población de esta región serbia, y se niega a revelar su nombre por miedo a sufrir represalias. Afirma que las granadas fueron lanzadas delante de su casa por traficantes de personas, después de que hubiera reportado sus actividades a la policía. Ahora teme que, la próxima vez, las granadas sean lanzadas en el interior del domicilio y mientras su familia duerme. Por ahora, la residencia ha sido el único blanco, pero el estruendo de los disparos, se ha convertido en una banda sonora rutinaria para las personas que viven junto a la frontera.
Ocho años después de que Hungría decidiese construir una valla destinada a evitar la entrada de refugiados y de migrantes a través del vecino sureño, la situación a lo largo de la frontera entre Serbia y Hungría ha alcanzado un punto crítico. Los desafíos asociados con el cruce de la frontera, junto al draconiano marco legal implementado por el Gobierno de Viktor Orbán, han empujado a los inmigrantes y solicitantes de asilo hacia un estado de completa dependencia de los traficantes de personas, cuya influencia y violencia han crecido notablemente en los últimos años.
El negocio del tráfico de migrantes en la “ruta balcánica” en 2020
Las redes de tráfico de personas siempre han sido parte de la llamada “ruta balcánica”, pero el fortalecimiento que han experimentado en el último año no tiene precedentes. Estas organizaciones criminales controlan la mayoría del territorio de los últimos kilómetros de tierra serbia frente a la frontera húngara y han empezado, recientemente, a combatir entre ellas por el control, usando armas de fuego suministradas por la mafia albanesa.
“Muchas personas, incluyendo niños, acaban siendo víctimas de la violencia a manos de los traficantes. Algunas incluso son obligadas a prostituirse”.
Zsolt Székeres, coordinador del Comité Helsinki de Hungría
Cada noche, los traficantes reúnen a los migrantes en un mismo punto para cruzar la valla. Con frecuencia, los vecinos de Hadjukovo escuchan disparos.
Los disparos también se escuchan a diario del otro lado de la frontera, en el pueblo húngaro de Ásotthalom, donde muchos de sus habitantes, a pesar de haber elegido recientemente a un candidato de extrema derecha como alcalde, están empezando a pensar que la valla fronteriza puede haber sido un despilfarro. “Empieza al atardecer, sobre las ocho. Cruzan entre 300 y 400 cada noche”, dice Gÿongyi Bodo, una vecina de la localidad. “Ellos simplemente intentan huir. Pero los contrabandistas llegan antes y nos amenazan para que no llamemos a la policía”.
“Todo el mundo sabe que ya no se puede ir a los bosques cercanos a la frontera. Por eso la gente espera en los campos de refugiados”.
Ahmed, inmigrante sirio en el campamento de refugiados de Subotica
Los inmigrantes y los solicitantes de asilo son cada vez más vulnerables a los maltratos, los secuestros y la violaciones si no efectúan el pago requerido por los traficantes de personas, o si son sorprendidos intentando cruzar la frontera por su cuenta. Ahmed, un joven sirio entrevistado en el campo de refugiados de Subotica, a unos kilómetros de Hajdukovo, nos dice que la violencia y la influencia de los traficantes también han alcanzado estas instalaciones, que, se supone, están controladas por el Gobierno. También describe cómo su primo fue recientemente secuestrado cerca de la frontera durante varios días, y forzado a pagar cientos de euros por el rescate. “La policía o los guardias fronterizos ya no me dan miedo. Los contrabandistas sí”.
Incluso en los casos en los que los migrantes cruzan exitosamente a Hungría, se topan frecuentemente con la violencia a manos de las fuerzas de seguridad. Organizaciones como el Comité Helsinki han estado documentando estos abusos durante años, que incluyen el maltrato de menores no acompañados.
En el verano de 2021 estalló la crisis migratoria en la frontera entre Bielorrusia y los países de la Unión Europea; una crisis que jamás se había dado, a esa escala, en esa región. El número de intentos de cruzar ilegalmente la frontera de Bielorrusia con Polonia, Lituania y Letonia, principalmente por parte de migrantes de los países de Oriente Medio, se disparó. Según la información oficial de la Guardia Fronteriza polaca, casi 40.000 intentos de cruce (5) desde Bielorrusia a Polonia fueron registrados en 2021.
Bielorrusia fue acusada de causar una crisis migratoria al emitir visas de turistas para los migrantes y ofrecerles transporte hacia la Unión Europea por un precio de entre 1.100 y 2.200 euros. El dictador bielorruso, Aleksandr Lukashenko, reconoció que apoyar el movimiento ilegal a través de la frontera es una respuesta a las sanciones europeas contra Bielorrusia. Además, para Rusia, que respalda a Minsk, los migrantes son un instrumento de presión, lo cual supone una amenaza directa a la seguridad de los países vecinos y a la estabilidad de la Unión Europea.
“Cuando supe que no sólo el gobierno polaco estaba construyendo un muro en la frontera, sino también el resto de Europa, fue un shock para mí”.
Joanna Łapińska, residente de Białowieża.
Sin embargo, la situación era nueva para todos, tanto para quienes ostentan posiciones de poder como para los residentes de las zonas fronterizas, los activistas, las organizaciones de ayuda, los médicos y los negocios.
Llegadas irregulares a Polonia
Por ello, los gobiernos de Polonia y Letonia decidieron al principio declarar el estado de emergencia en las zonas colindantes con Bielorrusia, mientras el Gobierno de Lituania aplicaba el Estado de emergencia en todo su territorio. En Polonia, desde el 2 de septiembre de 2021 hasta el 1 de julio de 2022, hubo una prohibición de estar en la zona fronteriza en 183 pueblos de los voivodatos de Podlaskie y Lublin, adyacentes a la frontera.
La siguiente decisión fue construir una valla en la frontera. El 4 de noviembre de 2021, el presidente polaco Andrzej Duda firmó la ley de construcción de la seguridad estatal fronteriza. El objetivo era detener los cruces irregulares en la frontera del Estado. La primera construcción empezó en enero de 2022, y, el 30 de junio de ese año, la Guardia Fronteriza anunció el término de las obras. El coste del proyecto superó los 350 millones de euros. Los contratistas fueron Budimex y el consorcio de Unibep, con su subsidiaria Budrex.
“Cuando resultó que no solo el Gobierno polaco estaba construyendo un muro en la frontera contra los inmigrantes, sino que también Europa entera estaba respaldándolo, para mí fue un shock. Pensaba que la Unión Europea y el mundo nos apoyaría, pero resultó que la UE no nos apoyó a nosotros, sino lo que Polonia estaba haciendo”, dice Joanna Łapińska, residente de Białowieża.
Penetrar esta barrera es difícil, pero no imposible. Para el hospital de Hajnówka, la construcción de este muro en la frontera no redujo el número de personas hospitalizadas, sino que simplemente empeoró su condición. En 2021, fueron ingresadas personas exhaustas, malnutridas y con hipotermia; algunas dejaron el hospital en unas horas y otras después de varios días. El perfil medio de los pacientes ha cambiado gracias al muro fronterizo.
“Desde la construcción del muro, el número de heridos ha aumentado considerablemente y, lo que es peor, las heridas son muy graves”.
Dr. Tomasz Musiuk, anestesiólogo del hospital de Hajnówka
“Desde la construcción del muro, el número de heridas ha aumentado notablemente. Y, lo que es peor, estas heridas son muy graves: fracturas de dos extremidades a la vez, fracturas de una extremidad en diferentes partes y también fracturas espinales. A veces estas hospitalizaciones se prolongan mucho tiempo, y no tenemos espacio para acomodar a estos pacientes”, dice el Dr. Tomasz Musiuk, anestesiólogo del hospital de Hajnówka.
El muro tenía previsto incluir 100 entradas de servicio y 22 entradas para animales. Sin embargo, las entradas para animales no están abiertas, lo cual ha afectado a los patrones migratorios de la fauna local, especialmente del lince, una especie en peligro de extinción en esta zona. “Las presas, los muros y las vallas fronterizas son algunas de las mayores amenazas para la fauna. Evitan que los animales se muevan y migren. No hay flujo de genes, así que se produce un aislamiento”, dice el profesor Rafał Kowalczyk, del Instituto de Biología Mamífera de la Academia Polaca de Ciencias.
La barrera fronteriza no ha detenido la migración humana, pero sí la de la mayoría del resto de las especies que solían vivir en esta zona.
En referencia a la protección de la frontera y la seguridad de los ciudadanos que viven en las zonas colindantes, el primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, se mostraba tajante en enero de 2023: “No daré ni un paso atrás”.
Un par de veces al año, los políticos griegos visitan Evros, la zona fronteriza con Turquía. Sus visitas suelen ser descritas como “simbólicas” y a los políticos les gusta usar una palabra diferente para referirse a los ciudadanos que viven aquí; los llaman Akritai, una palabra que durante el Imperio bizantino describía a los soldados fronterizos que protegían los confines orientales con las naciones islámicas.
“Tenemos miedo de andar por la ciudad después del trabajo”
Trabajador migrante de una ONG en Orestiada
Pero a medida que Grecia invierte cientos de millones de euros de la Unión Europea y de sus fondos nacionales en la gestión fronteriza y que los vehículos militares y de la policía se vuelven más presentes en esta región militarizada, las fábricas se quedan sin trabajo, los pueblos están desiertos y vastas áreas de tierra permanecen sin cultivar. Los vecinos se sienten abandonados por el Estado; para la mayoría de la gente, unirse a la Guardia Fronteriza es una de las escasas opciones laborales si desean seguir viviendo en la zona.
En septiembre de 2023, esta sensación de abandono se recrudeció. Un fuego prendido en la zona fronteriza provocó el mayor incendio jamás registrado en la Unión Europea; un siniestro que estuvo ardiendo dos semanas y que destruyó el Parque Nacional del Bosque de Dadia. La naturaleza no fue la única víctima y el incendio le costó la vida a 18 migrantes. Según un artículo de The New York Times, la mayoría habían regresado a Grecia tras haber sido devueltos a Turquía en el pasado. Cuando vieron el fuego, tuvieron que elegir entre acudir a las autoridades (y arriesgarse a ser devueltos de nuevo) o seguir escondidos en el bosque.
El fuego devora la principal arteria migratoria en Evros
La panorámica capturada por un dron en Mavrovouni, en la isla de Lesbos, en agosto de 2023, muestra el impacto de la industria de control migratorio, que afecta no solo a los seres humanos sino también al medio ambiente. Varios muros rodean el nuevo Centro de Acceso Controlado Cerrado de Lesbos, construido tras la destrucción del Centro de Recepción e Identificación en Moria, que fue consumido por un incendio en septiembre de 2020. Ecologistas locales advirtieron que esta nueva estructura, concebida para albergar a 3,000 personas en el corazón del bosque de pinos más grande del Egeo en Grecia, podría causar graves daños a miles de hectáreas de bosque virgen en caso de un incendio.
Las devoluciones en caliente, registradas desde la década de los 90, se dan a una escala sin precedentes en la Grecia actual. La investigación del medio neoyorquino concluyó que a las víctimas, entre ellas menores no acompañados, no solo se las apresa en la zona fronteriza. Los autobuses que viajan hacia otras regiones son detenidos y las personas a las que se percibe como migrantes (incluyendo a un intérprete de Frontex, la agencia migratoria de la UE) son abducidas en ciudades a más de 400 kilómetros de la frontera y expulsadas de vuelta a Turquía. “Tenemos miedo de andar por la ciudad después del trabajo”, dice un ciudadano de otro país que trabaja para una oenegé en Orestiada, a menos de 20 kilómetros de la frontera.
Desde la crisis greco-turca de marzo de 2020, cuando Turquía abrió unilateralmente sus fronteras con Grecia, la agencia Frontex ha incrementado su presencia en Evros. Sus empleados parecen estar apoyando operacionalmente las tareas de devolución. Mamun, un inmigrante de Bangladés que esperaba reunirse con su hermano en Atenas, presentaba magulladuras en su cara y sus brazos al cruzar hacia Grecia y afirmaba haber sido atacado y robado por hombres que portaban uniformes sin insignias y que no hablaban griego. Había logrado escapar corriendo mientras golpeaban a dos de sus amigos, aseguraba.
Una investigación de Solomon y de El País ha documentado no solamente el auge de las devoluciones, sino también un creciente interés por parte de los agentes de seguridad griegos por el dinero y las pertenencias de los migrantes. Fuentes de la zona relataban cómo los hijos de los guardias fronterizos presumían en la escuela de sus teléfonos móviles nuevos.
El río Evros, la frontera natural entre Grecia y Turquía, es peligroso para las personas que están a la fuga. El forense local, Pavlos Pavlidis, estima que más de 1.000 migrantes han muerto en la frontera desde el año 2000. Las principales causas de las muertes son los ahogamientos y la hipotermia, pero también accidentes de tren provocados por las personas que caminan de noche por las vías ferroviarias para evitar ser vistas.
Al trabajar con las comunidades de migrantes, Pavlidis intenta identificar a aquellos que murieron y dar respuesta a la angustia de las familias. A veces no puede, dado que las aguas del Evros se tragan a muchos de los cuerpos.
Sucedió una noche de junio, sobre las 23:00, en la ciudad turística de Burgas, visitada normalmente por habitantes de los antiguos países comunistas. Un autobús con migrantes se estrelló contra un coche de policía y mató a dos agentes búlgaros. Esta tragedia supuso un momento clave para el Gobierno en lo que respecta a las políticas migratorias. El suceso fue aprovechado para permitir más brutalidad por parte de la policía y de los guardias fronterizos hacia quienes tratan de cruzar el muro y entrar en la Unión Europea a través de Bulgaria. El 5 de diciembre de 2022, apareció un vídeo en el que se demostraba que el refugiado Abdullah El Rustum, de 19 años, había sido asesinado el 3 de octubre anterior.
Los traicioneros caminos de la frontera sur búlgara
Burgas está a 120 kilómetros de la frontera de Bulgaria y Turquía, a poco más de una hora en coche atravesando el Parque Nacional de Strandza. La mayoría de los intentos de cruces de refugiados en los 513 kilómetros de frontera entre Bulgaria y Turquía se dan en esta parte. Aunque el terreno no resulta fácil, ofrece la cobertura de un espeso bosque y de muchas colinas. Los empleados del parque están seguros de que el muro ha afectado a los senderistas y a la vida de los animales, pero no recaban datos, ni están dispuestos a dar sus nombres. Cuando se les pregunta por qué, responden que no sería aconsejable para su futuro. El parque nacional es una institución pública y, como tal, está bajo la influencia de los políticos.
Yendo al sur, a un tramo diferente de la frontera situado a unos dos kilómetros del paso oficial entre Bulgaria y Turquía, hay una ciudad llamada Svilengrad que está repleta de casinos, ya que el juego es ilegal en Turquía. Vamos a las montañas que colindan con la frontera.
El último pueblo accesible por una carretera en condiciones terribles es Matoczina, a pocos metros del muro fronterizo. Dado que los jóvenes que pueden se marchan, solo quedan personas mayores. “¿Habéis visto la carretera de aquí? Llevamos años esperando una nueva, pero el muro fue construido instantáneamente. A mí que me lo expliquen”, lamenta una de las habitantes más ancianas.
En este tramo del muro hay muchos menos cruces, dado que la zona no ofrece tanta cobertura boscosa como en Strandza. Bulgaria comenzó en 2014 la construcción de una valla de 30 kilómetros entre Lesovo y Golyam Dervents y, en 2015, una extensión del muro de 130 kilómetros de largo.
En algunas partes de la frontera cercana a la nueva barrera podemos ver la vieja valla de la era comunista. Se supone que impedía a los búlgaros huir del país. Los tiempos han cambiado y ahora los flujos van en dirección contraria.
“Llevamos años esperando una nueva carretera. En lugar de eso, construyeron un muro”.
Residente de Matoczina
Los migrantes que consiguen cruzar y que no son devueltos son trasladados a un par de centros de detención. Uno de ellos está en Lubimec. Aquí quedan a la espera del procedimiento sin posibilidad de dejar las instalaciones. Uno de los campamentos más grandes donde se permite quedar a los migrantes está en la ciudad de Harmanli. Una comunidad de 18.000 personas con un centro de refugiados en el que viven unos 2.000 migrantes. Estos pueden moverse libremente e intentar encontrar empleo, pero no es fácil. Bulgaria es uno de los países más pobres de la Unión Europea y tiene muchas tensiones internas, especialmente en lo que se refiere a la corrupción y a la inestabilidad política. La comunidad local no entiende por qué su pequeño pueblo tiene que acoger un grupo tan proporcionalmente grande de migrantes. Les gustaría que estos fueran transferidos a más ciudades en grupos más pequeños. “Pero la Administración es muy pasiva”, dice Daniel Grozev, de Harmanli. “El Gobierno no hace nada más allá de ponerlos en el centro”.
Hamid Khoshsiar, que logró cruzar el muro, fue recogido por la Guardia Fronteriza búlgara, y ahora trabaja en el centro comunitario. Él ayuda a animar a la comunidad, encuentra empleos y atención médica para los migrantes y traduce cuando es necesario, pero admite que es muy difícil integrarse.
“La administración local es muy pasiva. Lo único que hace el gobierno es llevarlos (a los inmigrantes) al centro”.
Daniel Grozev, residente de Harmanli
Ha habido varios incidentes violentos, incluyendo el ahogamiento de un chico afgano en el río Harmanli en el verano de 2023. Hamid, junto a Diana Dimova, la gerente, trabaja en una oenegé que apoya a los migrantes en Bulgaria. Cada día recibe noticias de la brutalidad de las devoluciones en la frontera. En julio, una furgoneta con 58 afganos fue hallada, con 23 de ellos inconscientes. Muchos refugiados mueren en el bosque de Strandza, dado que se pierden, no tienen comida o se ven separados cuando intentan escapar.
“Uno no cruza el muro, uno invierte en el camino”, declara Hamid, señalando que el principal efecto del muro no es la reducción de las llegadas de refugiados, sino las crecientes heridas que decoran sus cuerpos.
Nunca antes Europa había tenido tantos kilómetros de vallas fronterizas. Y sin embargo el número de cruces —y las muertes en el intento— no han parado de crecer en los últimos años. De acuerdo con la Organización Internacional Para las Migraciones, más de 250.000 personas han llegado al continente de forma irregular este 2023, la cifra más alta desde 2016 a pesar de que todavía no ha concluido el año.
Pese a ello y a la miríada de problemas que emanan de las vallas, los Veintisiete parecen dispuestos a redoblar la apuesta por ellos. Desde Bruselas se apoya la compra de tecnologías de vigilancia y el despliegue de agentes para reforzar la seguridad fronteriza, aunque todavía no financia de forma directa la construcción de infraestructura. Sin embargo, esto podría estar cerca de cambiar. Al menos 12 Estados miembro han pedido a la UE este mismo año que cambie su postura y permita el uso de fondos europeos para levantar nuevas barreras y mantener las ya erigidas.
Sin una solución al debate migratorio a la vista en Bruselas, la Europa de los muros no parece un episodio más de la historia del continente, sino un adelanto del futuro que le espera.
¿Quién se beneficia de la Europa de los muros?
Desde las empresas encargadas de construir las vallas hasta los traficantes de personas, estos son los principales beneficiados de la apuesta por los muros de la UE.
¿Cómo llegamos desde 2015 hasta este punto?
El húngaro Viktor Orbán pasó de ser la única voz discordante de la Unión Europea durante la crisis de refugiados a la voz cantante en el actual discurso migratorio europeo.
¿Qué depara el futuro para la ‘Fortaleza Europa’?
Las rutas migratorias, lejos de desaparecer, están destinadas a definir el futuro de una Unión Europea aquejada por una crisis demográfica y sumida en la batalla cultural.
Acerca de esta investigación:
[La Europa de los muros] es una investigación visual transfronteriza financiada por IJ4EU que combina reportajes in situ, periodismo de datos y diseño visual.
Es el resultado de siete viajes de campo a Bulgaria, Grecia, Francia, Hungría, Polonia, Eslovenia y España, donde realizamos entrevistas con solicitantes de asilo, autoridades locales, miembros de organizaciones humanitarias, agentes de policía fronteriza, ambientalistas y cazadores. A su vez, analizamos decenas de documentos oficiales, convirtiendo los datos y la evidencia visual en infografías.
Esta investigación muestra el creciente número de muros y vallas fronterizas en toda Europa y expone el creciente negocio en torno a los muros fronterizos, su prominencia política y su impacto en la sociedad (migrantes y refugiados, comunidades locales, fuerzas de seguridad) y el medio ambiente.
Fuente: elconfidencial