Una familia de armenios de Nagorno-Karabaj llega al centro humanitario establecido por la Cruz Roja (Foto: Armenia. Astrig Agopian/Getty Images)
Tras la disputa de 24 horas sobre el territorio de Nagorno-Karabaj entre armenios y azerbaiyanos, se está produciendo un éxodo de ciudadanos que huyen de la violencia
La aldea de Kornidzor, al sur de Armenia, acoge una larga fila de coches con bolsas, mantas, bidones de combustible y bombonas de gas amarradas con cuerdas. Son los miles de refugiados que huyen de Nagorno Karabaj tras obligar Azerbaiyán a las fuerzas karabajíes a capitular y desarmarse.
“Ojalá que cuando mis hijos crezcan, no recuerden estos días. Ojalá no resuene en ellos el hambre que pasaron este tiempo”, comenta a EFE Ashot, que llegó con unos niños al campamento a bordo de un Lada procedente de la localidad de Martuni.
Gradualmente, los autos se liberan del gran atasco en el puesto de control que Azerbaiyán instaló sobre el puente de Hakari. Están estacionados sobre el Corredor de Berdzor-Lachín —la única conexión entre Nagorno Karabaj y Armenia— y avanzan con gran lentitud.
Es de Shushi, la reconocida ciudad cultural de Nagorno Karabaj, que fue ocupada por Azerbaiyán ya en la guerra de 2020. Desde entonces, se refugió en la capital armenia, Ereván, y hoy ha venido tras la familia de su primo Sasún. “Dios no nos quiere. Ya lo ha demostrado”, dice mientras intenta comunicarse una vez más con Sasún sin éxito.
Una mujer atraviesa la entrada de la carpa con dos niñas y un bebe en brazos. Detrás viene su madre con la documentación en la mano. Se aproxima a las mesas de registro y entrega el papeleo.
“Rebeca, ven aquí rápido”, llama a su hija, quien recibe una manta de una voluntaria de la Cruz Roja. Las niñas toman las galletas y el zumo que les ofrece otra voluntaria. Se sientan y comen, pero luego piden más. Hace diez meses un bloqueo humanitario azota a los karabajíes. En el enclave los comercios están vacíos, no hay alimentos ni medicamentos, electricidad o gas.
Con un gran desgaste físico y emocional, la población hizo frente al último ataque de las tropas azerbaiyanas durante apenas 24 horas. Después vino la capitulación y las ansias de huir.
Syuzi, la madre de Rebeca, asegura que la única esperanza y seguridad de los armenios del enclave eran sus “muchachos”, en alusión al ejército karabají. “Sin ellos es muy difícil. No nos imaginamos una vida con los azerbaiyanos. Imagínate que lo que ellos llaman ‘integración’ ya comenzó con un genocidio”, asegura.
A pesar de que el primer ministro, Nikol Pashinián, apostaba por la permanencia de los habitantes de Nagorno Karabaj en sus hogares como “el plan A” bajo “garantías de seguridad”, la primera elección de los civiles ha sido huir antes de que las tropas azerbaiyanas ingresen en Stepanakert, Jankendi para los azerbaiyanos.
No somos terroristas
Ashot llega a la carpa. Pregunta con desesperación al personal de la Cruz Roja cómo puede conseguir combustible para que su hermano pueda salir del pueblo karabají donde vive. “Son solo cinco litros”, exclama, pero nadie puede darle una respuesta.
Señala que su hermano tiene hijos chicos y que ha quemado su uniforme de camuflaje para que los militares azerbaiyanos no lo encuentren. “No es militar, es voluntario, como todos nosotros, que lo único que hemos hecho es defender nuestra tierra. No somos terroristas, como nos llaman ellos. Somos una nación que solo quiere paz”, asegura.
Fuente: elconfidencial