América NorteLa ruta de la muerte (y de las oportunidades)

La ruta de la muerte (y de las oportunidades)

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El año pasado murieron o desaparecieron 1,457 migrantes en todo el continente americano, según las últimas cifras de la Organización Internacional de Migración (OIM). Y de esas muertes y desapariciones, 686 ocurrieron en la frontera de México y Estados Unidos, convirtiéndola en la “ruta terrestre más mortífera del mundo”. De hecho, cruzar el desierto de Sonora y Chihuahua es más peligroso que hacerlo por el de Sahara en África (basado en el número de muertes).

La solución para evitar tantas muertes en el camino al norte es “garantizar que rutas migratorias regulares y seguras sean accesibles”, de acuerdo con uno de los funcionarios de la OIM. Pero parece que los gobiernos de México y Estados Unidos están haciendo exactamente lo opuesto.

La Guardia Nacional de México, en la práctica, se ha convertido en la policía migratoria de Estados Unidos. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador también ha permitido que México sea la sala de espera de quienes quieren emigrar y pedir asilo en Estados Unidos. Al mismo tiempo, el gobernador Greg Abbott ha enviado a miembros de la Guardia Nacional de Texas a patrullar la frontera y ha obtenido el apoyo moral de 13 gobernadores republicanos. Además, Abbott ha construido una barrera con boyas de mil pies de largo sobre el río Bravo, cerca de Eagle Pass, para complicarle aún más la cruzada a los inmigrantes. A pesar de los recursos legales y las protestas, esas boyas no serán retiradas hasta al menos el próximo mes.

Los migrantes están en medio de un sándwich. México aprieta por un lado y Estados Unidos por el otro. Por eso mueren tantos en la frontera.

Y, a pesar de todo, siguen llegando.

Este julio la policía fronteriza de Estados Unidos detuvo a migrantes 132,652 veces a lo largo de la frontera sur. Muchas menos que en el 2022 pero las cifras siguen siendo muy altas. Multipliquen esos números por 12 y verán que Estados Unidos tiene una verdadera crisis en su frontera.

Y ahora una advertencia: eso no va a cambiar. Así que más vale que nos vayamos acostumbrando y que encontremos una manera de administrar humanamente tantas entradas al norte. Esta no es una crisis que se puede resolver; es una crisis que solo se puede administrar y capotear.

Lo normal es que la gente en los países más pobres, represivos y violentos se vayan al país más rico, libre y seguro del continente. Eso es exactamente lo que está pasando. Y seguirá ocurriendo. Estados Unidos ha sido y es el país de refugio, el de las segundas oportunidades, al que llegan quienes ya lo trataron todo en otro lugar.

Pero su sistema migratorio es obsoleto y está totalmente quebrado. Desde 1986 no hay una gran reforma migratoria. Y la reciente decisión de un juez de Texas declarando ilegal la protección para los Dreamers —estudiantes y jóvenes que llegaron sin permiso a Estados Unidos— solo demuestra lo injusto que es y la urgencia de actualizarlo.

Otro ejemplo de la necesidad de modernizar el sistema migratorio de Estados Unidos es la manera en que se trata a quienes solicitan asilo. El límite del gobierno de Joe Biden de admitir 125,000 refugiados al año es totalmente insuficiente. Solo en un mes pueden entrar más personas a Estados Unidos por la frontera sur. Y los que entran están poniendo a prueba la capacidad de ciudades como Nueva York y Chicago, cuyos alcaldes aseguran que ya no pueden recibir a más migrantes. “Nuestra compasión es ilimitada, nuestros recursos no lo son”, ha dicho Eric Adams el alcalde de Nueva York, que está recibiendo un promedio de 10 mil migrantes cada mes.

Y la gran incongruencia es que esos nuevos inmigrantes, una vez que llegan, no pueden trabajar. No se los permite la ley. Los permisos de trabajo no se entregan a los extranjeros hasta 180 días después de que presenten su solicitud de asilo.

Esta es la fórmula del fracaso y la desesperación: están llegando a Estados Unidos muchos más inmigrantes de los que se pueden procesar rápida, legal y humanamente, a los que pudieron cruzar no les dan inmediatamente permisos de trabajo, las ciudades que los acogen se han quedado sin lugar para ellos, familias enteras están a la deriva, hay más de 10 millones de indocumentados esperando algún tipo de protección y los políticos llevan 37 años sin encontrar una solución al problema. Y lo peor: que cientos mueren cada año en el intento.

La ruta de la muerte, por ahora, no puede cambiar de nombre.

Fuente: dallasnews


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