Un estudio titulado “Los migrantes y el terremoto” pone en evidencia los problemas críticos de una gran parte de la población afectada por el terremoto pero al margen de la cadena de ayuda. Todavía hay una gran incertidumbre sobre el número real de muertos. Ankara quiere repatriar al menos un millón de los 3,5 millones. La deserción escolar entre los niños alimenta el trabajo infantil.
Los refugiados, especialmente los sirios, son considerados los “invisibles” de la catástrofe y el “chivo expiatorio” de los problemas más críticos, especialmente económicos y sociales, que pesan sobre el país en este momento. El eslabón débil de una cadena de vejaciones y explotación a nivel laboral, con salarios más bajos y condiciones -en algunos casos- rayanas en la esclavitud, sumado al enorme incremento del costo de vida debido a la devaluación de la moneda local. Su situación, más de seis meses después del devastador terremoto, es cada vez más dramática, y de poco han servido hasta el momento las denuncias de asociaciones y grupos activistas. Así lo demuestra un estudio en tres partes coordinado por la profesora Didem Danış, presidenta y fundadora de la Migration Research Association (GAR), titulado “Los migrantes y el terremoto”, que muestra un panorama verdaderamente alarmante.
Son “las víctimas invisibles de la catástrofe”, explica Danış, profesora de la Galatasaray University, una de las más prestigiosas de Estambul, el corazón económico y comercial de Turquía. Hay al menos 1,7 millones de ellos en las zonas afectadas por el terremoto, especialmente sirios que huyen de la guerra y gozan de una protección temporal, a los que se suman refugiados y expatriados por razones económicas provenientes de otros países. “Alrededor del 12% de la población afectada de diversas formas por el terremoto -explica al sitio turco Bianet- está compuesta por migrantes”.
Las víctimas oficiales, según el Ministerio del Interior turco, son más de 7300, sin embargo existe una profunda incertidumbre -si no desconfianza- en torno a las cifras, como ya sucedió en las etapas más graves de la pandemia de Covid-19, cuando las muertes de migrantes, refugiados y extranjeros fueron deliberadamente subestimadas. También influye en la cantidad de muertes el hecho de que este segmento de la población vivía en apartamentos y casas semi destruidas, en sótanos o semienterrados, que no contaban con una vía de escape o elementos de seguridad cuando comenzaron los primeros temblores.
En estos últimos meses, a la tragedia en términos de pérdida de vidas humanas se ha sumado un clima de marginación y abierta hostilidad. “Inmediatamente después del terremoto -explica la experta- fueron acusados de robos y saqueos. Han sido objeto de palabras y discursos de odio”. Es una situación tan crítica que ha llevado a muchos a partir de nuevo, en un contexto de profunda incertidumbre, porque en la práctica el gobierno y los organismos internacionales los han relegado a los márgenes de la cadena de ayudas. “En definitiva, -prosigue- se encontraron entre dos fuegos: quedarse en la zona del terremoto, donde no pueden encontrar nuevas viviendas ni recursos para cubrir las necesidades básicas cotidianas, o partir nuevamente hacia otras provincias u otro país, con la perspectiva de un futuro aún más incierto.
Sumado a los problemas de vivienda, alimentación, recursos y trabajo, en muchos casos los más jóvenes han tenido que interrumpir sus estudios. “Las familias de migrantes que han abandonado la zona del terremoto -explica la fundadora de GAR- han encontrado considerables dificultades para matricular a sus hijos en las escuelas de las ciudades a las que se han trasladado. Los niños han quedado excluidos del sistema educativo y esto conducirá a un aumento de la tasa de deserción escolar y del número de niños trabajadores”. Desapego emocional, ansiedad, indigencia y marginación, la perspectiva de la repatriación, el sentimiento de ser “no deseado” en un país que ya no está dispuesto a acogerlos en nombre de la política de “nacionalismo e islam” del presidente Recep Tayyip Erdogan, por la que Ankara había recibido a un gran número de ellos en el pasado. El proceso de integración, concluye Danış, parece haber fracasado, sustituido por el odio y la discriminación, como resultó evidente en la última campaña electoral, en la que uno de los eslóganes y propuestas más populares fue precisamente la de mandarlos de vuelta “a casa”.
Fuente: asianews.it