Más de 7,1 millones de personas se fueron de Venezuela en la última década, en lo que constituye uno de los mayores movimientos poblacionales en la historia de Latinoamérica. Muchos se van con lo puesto, cargados de ilusiones y de pesares.
Empujando el cochecito de su hija Zoe de 3 años, Alexander, su esposa Francis, su hija Saemi de 12 años y su cachorro, están haciendo el viaje de 5 mil kilómetros desde Venezuela hasta Chile, en donde él espera poder conseguir empleo como cocinero.
“El viaje ha sido duro, cada día nos sentimos helados y hambrientos. Y es difícil que nos den un aventón”, dice Alexander, totalmente exhausto.
Se fueron de Caracas, capital de Venezuela, un mes antes, sin dinero para el transporte. Espera tener éxito junto con su familia en este viaje a Chile, que están haciendo “paso a paso”, vendiendo caramelos en las calles de las ciudades por las que pasan, y ahora han recalado en Tulcán, Ecuador.
PEREGRINOS
Los caminantes (así es como se los conoce) viajan miles de kilómetros de a pie, al costado de las autopistas, a través de terrenos peligrosos y en condiciones climáticas severas, corriendo el riesgo de todo tipo de peligros y amenazas, como las de grupos criminales y de traficantes.
Los riesgos son especialmente altos para las jóvenes mujeres y las familias con niños pequeños. Muchos hacen esta travesía en ojotas, camisetas y pantalones cortos. Caminan y piden que los lleven durante meses a lo largo de los caminos de montaña que conectan ciudades como Bogotá, Quito y Lima con Santiago de Chile y con Buenos Aires.
A más de 3 mil metros sobre el nivel del mar, la ruta entre la frontera colombiana y Tulcán está cubierta por una bruma helada y presenta temperaturas extremadamente bajas. Fabio, un venezolano de 27 años procedente de Valencia, intenta parar a los camiones que pasan con la esperanza de que lo lleven. Le han prometido un empleo en Perú y quiere enviar dinero de regreso a la familia que ha dejado atrás.
CAMINO HACIA LA ESPERANZA
“No es posible tener una vida en Venezuela, no hay forma de llegar a fin de mes. Yo estoy buscando simplemente un futuro mejor”, dice tras haber dormido por semanas en la vereda, debiendo enfrentar las intensas temperaturas nocturnas que suelen bajar hasta los 5 grados Celsius.
Los equipos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) conducen una casa rodante humanitaria cada día a lo largo de las rutas que van desde Tulcán hasta la frontera con Colombia, y les entregan a los migrantes en tránsito paquetes de alimentos, agua, kits de higiene, un equipo para el invierno e información sobre las rutas por delante.
La frontera es bastante permeable; se estima que cerca de 1.500 venezolanos ingresan a Ecuador cada mes a través de puntos de cruce irregulares en busca de mejores condiciones de vida.
UNA LUZ DE ESPERANZA
Al final de un largo y peligroso viaje, hay una luz de esperanza. El hotel Quito, en la ciudad fronteriza de Tulcán, es un albergue temporal que recibe el apoyo de la OIM. Mientras cae la noche, el albergue lentamente se llena de jóvenes parejas, de familias con niños y de caminantes solitarios. Acceden a albergue para pasar la noche, a asistencia médica y psicológica, y a tres comidas calientes por día.
En el albergue, un hombre, que parece muy cansado junto con su familia de cuatro integrantes, está parado en el centro de recepción, al lado de otros agotados caminantes. José tiene una historia de lucha y desesperación, y también de fuerte voluntad y determinación.
Fue raptado en la frontera con Colombia y separado de su familia por 24 horas. Ahora, solamente sueñan con empezar una nueva vida en Perú.
“Cuando uno escucha que tus hijos te dicen – ‘Papá, tengo hambre’– y no tienes nada para darles, es realmente triste. Fue también muy duro tener que dejar a mis dos hijos mayores en Venezuela”, dice José con un nudo en la garganta.
A TODO O NADA
Su esposa María, se sienta junto a sus hijos en medio de una pila de bolsas que contienen sus pertenencias. Han estado caminando sin parar durante 12 horas.
“Caminar es realmente un sacrificio, pero lo que hacemos es para que nuestros hijos estén mejor. Si uno no se arriesga, no consigue nada”, dice.
Maribel, de 29 años y de Barinas, junto con su hija Victoria, de 7 años, pasó un año en Bogotá, donde sobrevivieron vendiendo comida en las calles. Ahora han encontrado refugio en un albergue temporal y esperan poder abrir un puesto callejero de venta de comidas cerca de la frontera, con capital semilla y apoyo para emprendimientos por parte de la OIM.
“He sido siempre una gran trabajadora y no me gusta no tener qué darle a mi hija”, cuenta.
Más de 7,1 millones de personas se han ido de Venezuela, en uno de los mayores movimientos poblacionales en la historia de Latinoamérica.
Habiendo recuperado fuerzas después de una noche en el albergue, Alexander, Francis, Zoe y Saemi volvieron a partir de a pie hacia Chile, con sus mochilas llenas de ilusiones. En el camino que recorrerán por delante deberán superar formidables obstáculos geográficos y luchar intensamente en su intento por acceder a una mejor vida, un viaje que deberá estar impulsado por la determinación y el coraje.
Fuente: lavoz.ar