Cientos de saharauis huyen de la ocupación marroquí y, tras un tortuoso viaje a través de Brasil, solicitan asilo en un departamento francés en plena América Latina
Taki el Machdouf, un joven saharaui que estuvo encarcelado como preso de conciencia por Marruecos, encontró una vía para emigrar del Sáhara Occidental sin apenas riesgos. Cayena, la capital de la Guayana francesa (América Latina), era su destino. Él y varios centenares de saharauis más —324, según la Prefectura (Gobierno Civil)— han llegado hasta allí desde el verano pasado para pedir asilo. El ritmo se acelera. En las últimas semanas, 80 pusieron el pie en Guayana.
“Nunca quise exponerme al peligro de una travesía por mar hasta Canarias, pero quería vivir en un lugar donde no estuviese sometido al acoso y a las amenazas de las autoridades de Marruecos”, explica el Machdouf. Guayana es el único territorio de América Latina que optó por integrarse plenamente en un país europeo. Su superficie es equivalente a la de Andalucía, pero solo tiene 300.000 habitantes, la quinta parte en su capital (58.000 habitantes).
“Nunca quise exponerme al peligro de una travesía por mar hasta Canarias, pero quería vivir donde no estuviese sometido al acoso marroquí”
Para llegar hasta allí, El Machdouf cuenta que viajó primero de El Aaiún a Casablanca, en cuyo aeropuerto fue sometido a “un registro provocador” por parte de la policía marroquí. Embarcó rumbo a Sao Paolo a bordo de un avión de Royal Air Maroc. Y gracias a que Brasil no exige visado a los viajeros con pasaporte marroquí, como es el caso de los saharauis que residen en la antigua colonia española, consiguió seguir con su viaje.
“De ahí tomé un autobús hasta Oyapoque”, cerca de la frontera con la Guayana francesa. “Hay barqueros que por unos euros te cruzan el río en piragua. Cuando estuve en la otra orilla me subí a un taxi y fui a la comisaría de Saint Georges de Oyapoque, el primer pueblo francés. Ahí pedí asilo”, cuenta el saharaui. ¿Cómo consiguió el dinero para tan largo viaje? “Tenía una pequeña cafetería en El Aaiún que vendí y a eso se añaden las ayudas de la familia”, responde.
La ruta del Atlántico
Aunque la mayoría de los saharauis cruzaron el Atlántico embarcando en Casablanca, algunos viajaron hasta Brasil por otros derroteros. Maatala, nombre de otro saharaui que no quiere dar su apellido por temor a represalias contra su familia, obtuvo un contrato temporal para trabajar cinco meses en Qatar en vísperas del Mundial. La empresa le dio alojamiento y por eso pudo ahorrar buena parte de los 1.500 euros que cobraba al mes.
Cuando expiró el contrato, “me fui a Turquía”, cuenta el saharaui. Otro país que tampoco requiere visado a los titulares de un pasaporte marroquí. “De ahí quería pasar a Grecia o Bulgaria, pero escuché testimonios de maltrato e incluso violencia física por parte de sus policías contra los inmigrantes. Había descartado Canarias porque varios de mis amigos perdieron la vida en esos barcos de la muerte”, relata. “Un conocido me habló entonces de Guayana y no tardé en comprar un billete de Estambul a Sao Paolo”, recuerda.
La Guayana francesa fue primero un destino de solicitantes de asilo haitianos, todos ellos francófonos y algún que otro cubano o venezolano. A mediados de la década pasada empezaron a llegar con cuentagotas —siempre por Brasil— sirios y más recientemente afganos. Desde hace unos ocho meses han irrumpido con fuerza los saharauis. “Podemos ser hasta 600 con pasaporte marroquí, casi todos saharauis, pero también algún que otro rifeño”, precisa Bilal, otro testimonio, duplicando casi con su estimación la cifra proporcionada por la Prefectura.
Ese auge de la inmigración saharaui se puede relacionar con los mayores esfuerzos que hace Marruecos, desde la reconciliación con España, para controlar sus costas. Las llegadas de inmigrantes ilegales a Canarias disminuyeron casi un 63%, en los datos del último mes, con relación al mismo periodo de 2022, según apunta el Ministerio del Interior.
Guayana: ¿el paraíso de los refugiados?
La Guayana tiene un clima tropical, pero ese es casi el único aliciente que encuentran los refugiados al llegar. La Prefectura aloja a los más vulnerables, sobre todo familias y mujeres solteras procedentes de Siria, pero solo cuenta con 700 plazas en centros de acogida y hoteles concertados. Dos nuevos centros están en construcción y, a finales de año, la capacidad alcanzará las 1.200.
Los demás reciben una asignación mensual de 250 euros con la que deben sobrevivir mientras se tramita su solicitud. “Pagamos mil euros de alquiler por un piso que compartimos entre ocho. Vivimos hacinados. Los propietarios se aprovechan de nosotros”, se queja Taki el Machdouf.
Maatala y unos cuantos más han optado por vivir en la calle. “Dormimos en pleno centro, frente al ayuntamiento”, explica. Su principal gasto es el móvil. “Aquí no hay manera de trabajar en negro para redondear nuestros ingresos”.
Echar el cierre a esos 730 kilómetros de frontera amazónica, la más larga de las que posee Francia, es una tarea imposible. El Gobierno francés anhela que Brasil imponga el visado a los ciudadanos de todos esos países, pero ni siquiera el presidente derechista Jair Bolsonaro se prestó a ello. Mucho menos su predecesor, Luiz Inácio Lula da Silva
“Allí estaremos tan protegidos como aquí, pero podremos empezar a rehacer nuestra vida”
Provistos de su documentación, proporcionada por la Oficina Francesa de Protección de Refugiados y Apátridas, los saharauis esperan el veredicto sobre su solicitud de asilo. El 76% de ellos lo obtienen, según la Prefectura. Un porcentaje tan alto que algunos ponen en duda. Es, en todo caso, inferior al de los sirios 90% y a de los afganos, que ronda el 100%, siempre según la Prefectura.
“Nuestro objetivo, si conseguimos el ansiado asilo, es ir a Francia; la de verdad, es ir a Europa”, asegura Khalil, otro saharaui que no quiere que se publique su apellido. “Allí estaremos tan protegidos como aquí, en Guayana, pero podremos empezar a rehacer nuestra vida”, concluye. “En este pueblo tan pequeño es casi imposible”.