OpiniónLas penas del emigrado no se comparten por Instagram

Las penas del emigrado no se comparten por Instagram

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¿Te va bien emigrando? Excelente, entonces. ¿Te fue mal? Puede pasar y no hay que tener vergüenza.
¿Está de moda emigrar? Los números disponibles no permiten hablar claramente del panorama objetivo. Tampoco lo posibilita la realidad más allá de los números: nunca se sabe el itinerario que recorre cada emigrante, siendo que algunos se van definitivamente pero muchos otros también lo hacen por un tiempo para tramitar una ciudadanía o simplemente girar por el mundo como una forma de retiro aventurero.

Seguramente el “aluvión de emigrantes” que más marcó la memoria colectiva argentina sea aquel enmarcado en la crisis del 2001-2002. Mientras en aquellos tiempos el contingente que optaba por irse era bastante heterogéneo (lo integraban diversos estratos sociales y educativos), como bien remarca la BBC en un artículo reciente el tipo más común de emigrante actual parecería ser el del joven profesional. Aún más allá de esto, una marca característica de estos tiempos es el culto a la migración que logró difundirse gracias a las redes sociales: si en la crisis del 2001 dejar el país era un hecho dramático, guiado por la desesperación y en donde alejarse de Argentina era realmente cortar casi con toda comunicación, hoy la emigración se transmite por Instagram, Twitter y Tik-Tok todos los días y a toda hora.

“Las penas son de nosotros…”

Pero a no engañarse: en las redes se muestra siempre lo que el usuario quiere mostrar. Aunque, afortunadamente, la tendencia de mostrar solo perfección en redes va siendo progresivamente puesta en jaque, lo cierto es que el general de los contenidos continúa queriendo retratar solo perfección. Podríamos pensar que se debe a que la perfección vende en cuanto a escape mental para la gente que se dispone como objetivo alcanzarla (yo mismo, muchas veces, caigo en esa tentación en el manejo de mi página de Instagram).

La pura realidad es que la experiencia personal solo uno mismo la conoce verdaderamente, con todas las implicancias que tiene en el día a día y que, por cansancio o vergüenza, no salen publicadas. Y tan personal es la experiencia que uno vive al emigrar (combinación de suerte, virtud y sentimientos), que es sumamente difícil concebirla como un fenómeno generalizable, aunque a veces así se lo retrate: para la tarea de emigrar pueden haber recomendaciones pero no recetas.

De todas maneras, hay algunas dificultades que probablemente surgen en la mayoría de las migraciones y tienen que ver con la naturaleza misma de emigrar y nuestras perspectivas preexistentes que, muchas veces, pecan de ser demasiado optimistas. Podríamos empezar al respecto por lo más elemental, como lo es la cuestión laboral. Si bien la imagen ya clásica del “sudaca lavacopas” generaliza de más, también es cierto que es una realidad efectiva en tanto que uno recién llegado se ve empujado a reinventarse para tareas en donde a ningún empleador le interesa (y el desinterés muchas veces se traduce directamente en maltrato) el título universitario de uno.

Al mismo tiempo (nobleza obliga) es también totalmente cierto que económicamente los parámetros son muy distintos y uno se siente (por lo menos en el caso de emigrar a países desarrollados) como si cambiara la dificultad del videojuego de “Difícil” a “Normal”. Por lo tanto debemos admitir que, pese a los efectos profundos que genera la guerra en Ucrania a nivel mundial (muy reales en el día a día de forma creciente, sobre todo en Europa), incluso un trabajo precario suele garantizar un sustento, a diferencia de lo que ocurre en nuestra realidad latinoamericana.

En torno al famoso “desarraigo”, otro de los aspectos más mencionados a la hora de tratar el tema, es certero que las sensaciones son sumamente personales: no todos vienen del mismo trasfondo en torno a su vida argentina, tanto en términos materiales como de apego a las costumbres y cultura nacionales. Tampoco todos los destinos migratorios son iguales, siendo que las ciudades más cosmopolitas suelen dar una mayor sensación de ser “ciudadano del mundo” o, en términos criollos, de “estar en la misma” que el resto de los habitantes del lugar.

Sin embargo, aun teniendo en cuenta todas las variaciones posibles el desarraigo no es un mito, y es muy recurrente y comprensible el sentimiento profundo de saberte en un lugar que no es tu hogar (aun cuando estés a gusto). En el hogar de uno todo se siente natural incluyendo hasta los aspectos negativos, mientras que en el nuevo lugar es muy difícil no pensarse como en un “periodo de prueba” crónico en el cual se ve obligado a demostraciones de integración constantes. El lenguaje es un gran exponente de esto: si uno emigra a un lugar en donde se habla un idioma distinto (por más que se vaya con conocimientos avanzados) se torna sumamente difícil alcanzar el mismo nivel de espontaneidad que uno logra con su lengua madre.

Esta espontaneidad a la que hago referencia se hace extrañar al momento de, por ejemplo, lidiar con burocracias que pueden hacer a uno alcanzar niveles sorprendentes de frustración (podría al respecto de esto escribir otro artículo entero sobre mi experiencia en Italia, aun siendo un ciudadano con todos los papeles en regla).

Por último, me gustaría destacar un punto que guarda una relación estrecha con el desarraigo, como lo es la añoranza con respecto a los seres queridos. Está claro que en estos tiempos de hiperconectividad se trata de una problemática infinitamente más fácil de sortear que hace (increíblemente) apenas 15 años atrás: mientras mi abuelo italiano dejó su tierra natal y nunca más volvería a comunicarse con su hermana más que por carta, hoy en día tenemos la posibilidad de tener contacto permanente con los nuestros a través de un simple celular.

Eso sí, tampoco esta vía está exenta de límites, en tanto que la diferencia horaria puede hacer que las rutinas de ambos lados del mundo se vuelvan un tanto incompatibles entre sí y obstruyan una comunicación fluida y más personal con respecto al mero mensaje de WhatsApp.

Esto se vuelve particularmente frustrante cuando se trata de contactarse con los más chicos, para quienes la interacción física es (lo sabemos bien pandemia de por medio) sencillamente irreemplazable.

Another brick in the Wall

Como reflexión final, me gustaría aventurar una hipótesis (tal vez un poco arriesgada): lo más desafiante a la hora de emigrar es, en síntesis, tenerle paciencia a las expectativas o hacerse a la idea de que las mismas simplemente pueden no darse. Solemos contar con el vicio de construir una pared con la cual chocar a partir de todas esas imágenes facilistas que constantemente nos dibujamos desde las redes sociales. Chocar con esta pared no significa una fatalidad, sino simplemente un contacto con la realidad en tanto que, como ya dije, ninguna experiencia migratoria es universal y los resultados son sumamente diversos:

¿Te va bien emigrando? Excelente entonces. ¿Te fue mal? Puede pasar y no hay que tener vergüenza de haber intentado algo que honestamente querías vivir. Lo que sí está mal es vender espejitos de colores

 

Historiador (Universidad de Buenos Aires). Cursó una Maestría en Historia Argentina y Latinoamericana. Actualmente se encuentra viviendo y trabajando en la ciudad de Turín, Italia.


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