Las tragedias de Haití y Afganistán exhiben cómo asumimos el imperativo moral de ser una sola humanidad
LA NACION28 Aug 2021Diego Fonseca Escritor y editor
No hay factores que nos compliquen más la existencia que la naturaleza y las decisiones humanas. Un terremoto o un acto gubernamental pueden dejarnos en situaciones moralmente incómodas, pero, en el fondo, la respuesta a ambas crisis cae en el mismo cuenco: los seres humanos debemos ocuparnos de los seres humanos, sobre todo en situaciones apremiantes. En los últimos días, Haití y Afganistán volvieron a ponernos ante ese espejo.
El terremoto que costó al menos 1900 vidas en Haití y la salida intempestiva y desordenada de los aliados liderados por Estados Unidos de Afganistán nos han dejado ante un futuro tan previsible como indeseable: ambas naciones pasarán horrores, pero nadie está muy seguro de que el mundo –gobiernos e instituciones, las sociedades prósperas– vaya a hacer demasiado por ellas.
Así que deberíamos preguntamos: ¿seremos espectadores de dos tragedias en evolución o haremos algo mejor que fracasar, como ya sucedió, en la reconstrucción de los dos países? Me temo que no. Haití y Afganistán no recibirán las manos que precisan. Si el dinero sirve de medida, hoy somos menos solidarios que hace una década. En 2019, la ayuda humanitaria cayó por primera vez desde 2012, de 31.200 millones de dólares a 29.600 millones y no hay señales de que ese dinero haya regresado a la bolsa de ayuda en 2020 y 2021.
Y hoy la ayuda es más necesaria que nunca. En un desolador informe sobre asistencia humanitaria global, la oficina de coordinación de emergencias de Naciones Unidas decía a mediados de 2020 que más de mil millones de personas viven en naciones con crisis humanitarias duraderas. Ese escenario no ha dejado de empeorar. Hoy hay 31 países con crisis prolongadas cuando en 2005 eran 13, dice el reporte.
¿Qué sucederá con Afganistán ahora que nadie protegerá a las familias –sobre todo, a sus mujeres y niños– después de 20 años de presencia internacional alimentando una engañosa sensación de libertad? ¿Y quién va a enviar recursos a Haití, esa nación que se ha vuelto inviable, cuando hay que comprar vacunas y asistir a nuestros propios vecinos en medio de la nueva ola de Covid-19?
Como las redes sociales y la TV en vivo hacen el mundo demasiado cercano, presenciamos con des consuelo el desmoronamiento humano. Todo anuncia que los talibanes subyugarán a las afganas; es un crimen y nos afecta aunque vivan a miles de kilómetros en un entrevero de quebradas arenosas. La devastación recurrente de Haití, que vivió un magnicidio el mes pasado, parece obra de un dios perverso que encontró muy cómodo enseñarnos una lección a todos echando mil plagas sobre una sola isla desvencijada.
Hay una verdad incontestable: una crisis humanitaria es localizada en un territorio específico, pero sus consecuencias afectan al mundo. Tras el terremoto de 2010 de Haití, miles de personas emigraron a varias naciones latinoamericanas. Los conflictos en Siria, Afganistán, Irak llevaron a un millón de refugiados solo a Alemania de 2015 a 2018. Los emigrados venezolanos podrían superar los seis millones a fines de 2021. ¿Hará algo el mundo por quienes no buscan ya no una vida mejor sino apenas salvarla?
La pandemia parece servir de excusa perfecta para desentenderse. Sin duda, los gobiernos deben ocuparse de la vida de sus nacionales primero y, luego, asumir su rol humanitario. Pero el virus está animando a algunos Estados a volcarse a nacionalismos sanitaristas y económicos.
Si faltasen pruebas, un virus que no respetó fronteras y que muta mientras la mitad del planeta pobre no tiene suficientes vacunas deja claro que el mundo es uno solo. Los países ricos y la comunidad internacional deben terminar de aceptarlo.
Estados Unidos y sus aliados debieran asumir compromisos humanitarios urgentes con Afganistán aunque haya apremios en casa. Será imprescindible absorber las migraciones masivas y asistir a quienes vivirán con hambre o amenazas. No está sucediendo con la profundidad necesaria. Francia tiene una relación innegable con Haití. No puede soslayarla pero la esquiva. Tzvetan Todorov sostenía en
Nosotros y los otros que el amor por la nación se opone al amor por la humanidad. Si hoy nos metemos adentro, condenamos a los necesitados. Nos deshumanizamos y los deshumanizamos.
Haití y Afganistán exhiben cómo asumimos el imperativo moral de ser una sola humanidad: o salvamos esos hoyos o el agujero está en nuestras conciencias.
Fuente: La Nacion, Argentina