El pasado 17 de febrero, Libia celebraba el décimo aniversario del inicio de la revolución que, con el apoyo de la OTAN, acabó con el régimen del dictador Muamar el Gadafi. Tras el final de la dictadura, la división, la inestabilidad y el conflicto han sido permanentes, incluidas tres guerras civiles. La última concluyó el pasado mes de junio. El país es hoy un estado fallido. En ese caos de violencia, corrupción, falta de ley y orden, los traficantes de seres humanos, los criminales, la delincuencia organizada y las milicias armadas actúan de forma impune.57.29 minDocumentos TV – El abismo libio – Ver ahora
Los más vulnerables, los migrantes y refugiados que llegan a Libia en busca de una vida mejor, de refugio o de camino a Europa, terminan atrapados. Muchos sufren malos tratos, torturas, violaciones, esclavitud o secuestro a manos de los traficantes, las milicias o por los guardianes de los centros de detención. “Me rompieron los dedos, me rompieron la boca, incluso ahora a veces estoy mareado porque me golpeaban la cabeza”, cuenta a Documentos TV, Ali Mahmud Ahmad, de Somalia.
“Libia ha sido un destino para el movimiento humano a lo largo de los siglos. En los últimos años, se ha vuelto más siniestro porque ahora hay redes de delincuencia que comercian con seres humanos”, asegura Yacoub El Hillo, jefe adjunto de UNSMIL (Misión de Apoyo de la ONU a Libia). Y añade: “Se trata de un negocio multimillonario, muy extendido en los países de origen, de tránsito y de destino”.
La Safe House de Bani Walid
En Bani Walid hay una casa de acogida, la “Safe House”, para migrantes y refugiados. Muchos de los que llegan allí han pasado por un infierno en el camino. Bani Walid está en la ruta que cogen los migrantes desde el sur de Libia hacia la capital, Trípoli, en la costa mediterránea. La ciudad fue uno de los últimos feudos gadafistas en caer y hoy es una de las plazas fuertes de los traficantes. Hussein Kheir, profesor durante el régimen de Gadafi, fundó hace unos años este centro y ahora dedica sus esfuerzos y su vida a los migrantes. “Estas personas han sido maltratadas y han sufrido todo tipo de abusos que un ser humano es capaz de infligir. Son muchos los problemas a los que se han enfrentado las mujeres o que han visto o les han sucedido, como abusos sexuales”, nos explica.
En la Safe House hablamos con la nigeriana Halima Wilhem. Perdió a su hija cuando apenas tenía dos meses. Nos cuenta que vino a Libia porque una amiga le aseguró que encontraría trabajo y ganaría dinero, pero que el viaje fue terrible, que incluso una amiga murió en el desierto y que dejaron su cuerpo allí, abandonado.
Y el gambiano Ali Henry Okosun, que fue secuestrado por los traficantes, muestra una herida en su rostro y un diente roto, resultado de las palizas que le dieron hasta que su familia pagó por su liberación. Halima y Ali Henry trabajan ahora en Bani Walid, pero siguen pensando en ir a Europa cuando ahorren lo suficiente para pagar a los traficantes.
Cuando al día siguiente volvemos al centro, nos damos de bruces con las condiciones en las que llegan muchos. Hamsa Ahmad de Somalia y un amigo han aparecido por la noche, tras ser abandonados por los traficantes a su suerte después de pagar 8.500 dólares por su libertad. Han estado encerrados un año en un hangar. Su aspecto recuerda a los supervivientes de los campos de concentración. Están todavía muy desorientados. Sólo Hamsa es capaz de hablar algo. Con palabras y frases sueltas, nos dice que han pasado por un infierno, que les pegaban, no les daban de comer ni de beber y que no veían el sol.
Cerca de Bani Walid está el llamado cementerio de los africanos. Lo fundó la asociación Al Salam (la paz) para enterrar de forma digna a los migrantes que pierden la vida en su odisea y acaban tirados en cunetas o calles de la ciudad o en el desierto. En el lugar yacen ya varios centenares de almas. Pero no se sabe nada de los fallecidos, ni su nombre, ni su origen ni la historia de su vida. Un simple número identifica cada una de las tumbas.
En los últimos días, las fuerzas de seguridad libias han asaltado varias casas en Bani Walid en las que los traficantes tenían secuestrados a migrantes y refugiados y han liberado a unos centenares de ellos y detenido a varios traficantes, algunos extranjeros.
El retorno voluntario
La Organización Internacional para las Migraciones (IOM) asegura que más de 50.000 migrantes han retornado voluntariamente a sus países de origen desde Libia desde 2015. La IOM se encarga de organizar el regreso a sus hogares de aquellos que deciden poner fin a su dramática aventura. “Algunos quieren volver debido a su situación médica o a su salud, otros por razones económicas, porque no pueden encontrar trabajo. Y los hay que no pueden soportar la inestabilidad de la situación en Libia y la inseguridad”, explica a Documentos TV, Juma Benhassan, oficial de operaciones de la IOM en Libia.
A la sede de la IOM en Trípoli acaba de llegar Salim Nyariga, un joven gambiano, para solicitar el retorno voluntario a su país. Nos cuenta que ya no puede más, que ya no persigue ningún sueño europeo, que la experiencia ha sido dramática y que un traficante estuvo a punto de matarlo. Ahora solo quiere regresar y conocer en persona a su hija que nació cuando él ya había iniciado el backway, como se llama en Gambia a la migración irregular.
Todavía es más terrible si cabe la historia del somalí Ali Mahmud Ahmad al que los traficantes encerraron durante meses y le pegaban a diario para que llamase a su familia y pagase el rescate. Su mujer murió en enero del pasado año en Libia. Nos dice que lo ha perdido todo, a su mujer, la libertad, el tiempo, y que su corazón es como una piedra y que es incapaz de sentir emoción de tanta muerte que había visto.
La ruta más peligrosa y mortífera
La intención de la mayoría de los migrantes ha sido siempre quedarse en Libia y ganar dinero, pero la situación se ha complicado cada vez más para ellos desde la caída de la dictadura. Más de 700.000 migrantes y refugiados se encuentran en el país africano. ACNUR tiene registrados como refugiados o solicitantes de asilo a algo más de 48.000, aunque el número real es mucho mayor. “Libia no tiene una ley de asilo, por lo que los refugiados y los solicitantes de asilo son tratados como migrantes ilegales. Pueden ser detenidos y encarcelados. No hay proceso judicial cuando son detenidos”, explica Caroline Gluck, responsable de las relaciones externas de ACNUR en Libia.
Los que deciden seguir a Europa se arriesgan a morir ahogados o a verse de nuevo atrapados en el laberinto libio, si son rescatados o interceptados por la guardia costera libia. Y así pueden acabar en los centros de detención, donde las condiciones son también terribles. En 2020, 11.891 migrantes o refugiados fueron interceptados por la guardia costera libia y devueltos a Libia. “No es un país seguro para enviar a la gente de vuelta porque el conflicto, junto con la COVID y las acciones de las redes criminales, no hacen de Libia un lugar seguro al que devolver a la gente. Los centros de detención son centros de inhumanidad en los que se cometen graves violaciones, extorsiones, secuestros, malos tratos y se violan los derechos a plena luz del día”, asegura Yacoub El Hillo, jefe adjunto de UNSMIL.
La del Mediterráneo Central es la ruta más violenta y mortífera y la más peligrosa. Desde 2013 y hasta 2020, más de 17.0000 migrantes y refugiados han muerto en el Mediterráneo Central intentando llegar a Europa desde Libia. En 2020, fueron más de 800. “Hay una expansión de las redes, una multiplicación de las rutas, una innovación en los medios que se están utilizando para trasladar a las personas a través de diferentes vías para llevarlas a los puntos de concentración desde los que se embarcan en los botes e intentan cruzar a Europa. Y creo que el mundo ha fracasado en su intento de frenar y cortar esta actividad criminal y reducir estas redes criminales”, sentencia Yacoub El Hillo.
Fuente: rtve.España