“Es necesaria una respuesta lúcida y mesurada entre los responsables políticos. El pánico y el alarmismo solo empeorarán las cosas”.
Por Paul Keller
De pie en una playa idílica a las afueras de la capital siciliana de Palermo, parece casi inconcebible que esté a solo unos cientos de kilómetros de la primera línea de lucha europea para hacer frente a uno de los mayores picos de migración de africanos y otros ciudadanos que cruzan el Mediterráneo desde el 2015.
La respuesta a esa pregunta determinará si los responsables políticos europeos continúan viendo la migración a través del Mediterráneo como una crisis existencial o como una oportunidad para honrar uno de los principios fundadores de la democracia europea de la posguerra: el derecho de las personas a moverse de manera segura y legal a través de las fronteras abiertas. También significaría crear una política a nivel europeo que sea lo suficientemente liberal como para abrazar fronteras abiertas, y a la par lo suficientemente estricta como para garantizar que el sistema no se derrumbe bajo una abrumadora demanda de visas.
Durante mi visita a Sicilia este mes, las autoridades me dijeron que, en el espacio de un día, varias embarcaciones pequeñas, que transportaban a más de 600 migrantes, habían desembarcado en la pequeña isla de Lampedusa, frente a la costa sur de Sicilia. Lampedusa, la isla italiana más cercana a África, es uno de los principales destinos para los migrantes que buscan ingresar a los países de la Unión Europea. Las llegadas son ahora un hecho cotidiano, y con condiciones de mar más tranquilas durante el verano siciliano, los refugiados, la mayoría de ellos procedentes de Túnez, están llegando a tierra en números récord.
Italia ha sido durante mucho tiempo uno de los países que ha experimentado una mayor proporción de llegadas a través del Mediterráneo, en comparación con los países del norte de Europa. Si bien las autoridades de la UE han intentado instigar el reparto y las cuotas entre los Estados de la UE, el sistema sigue siendo imperfecto. Esto ha provocado quejas del gobierno populista de derecha de Italia, liderado por la primera ministra Giorgia Meloni, que dice que ha recibido más de su parte justa de migrantes, y ahora quiere que los Estados del norte de la UE asuman la carga.
Esta incapacidad para negociar qué países de la UE deberían acomodar este aumento en las llegadas de migrantes pone de relieve una falta de coherencia en la política de la UE, algo que ha llevado a un mayor sufrimiento. En algunos países del sur de la UE, ha significado reducir sus servicios de rescate marítimo. El mes pasado, más de 600 migrantes se ahogaron frente a las costas de Grecia, lo que plantea dudas sobre si las autoridades griegas hicieron lo suficiente para ayudar a los pasajeros antes de que el barco se hundiera.
Visto objetivamente, este aumento en el número de migrantes que cruzan el Mediterráneo no debería causar grave preocupación en un continente de 450 millones de personas. Además, gran parte de Europa depende en gran medida de los inmigrantes legales para aumentar su propia fuerza laboral. A menudo asumen las tareas serviles o físicamente agotadoras que la gente local es reacia a hacer. Sin embargo, en lugar de mostrar una voluntad colectiva de acoger a los que quieren venir, la reacción hasta ahora ha sido la contraria.
En su búsqueda de una solución a corto plazo, la UE incluso ha ofrecido hasta US$2.000 millones al presidente tunecino, Kais Saied, si ayuda a detener el flujo de migrantes que abandonan sus costas. Tal medida solo impulsaría al gobierno opresivo y xenófobo de Saied. Por lo tanto, parece que detener a los regímenes opresivos es menos prioritario que detener los barcos llenos de migrantes. Tal paso en falso moral solo subraya aún más la necesidad de una respuesta lúcida y mesurada entre los responsables políticos de la UE sobre la cuestión de la migración. El pánico y el alarmismo solo empeorarán las cosas.
Fuente: elcomercio.pe