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Huir de la guerra en Sudán para pasar hambre en los países vecinos

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Refugiados recién llegados a Malakal, en Sudán del Sur, tras huir de Sudán. Foto cedida por MSF/Gale Julius Dada


Más de un millón de personas han huido de Sudán a causa del conflicto que estalló en abril y más de la mitad de ellos han cruzado las fronteras de Chad y Sudán del Sur, donde no hay comida ni instalaciones suficientes para los refugiados

 La ayuda humanitaria no llega a los civiles en un Sudán “al borde de la catástrofe”

Francesca Cicardi

Después de un viaje largo y peligroso, en el que sufren robos y violencia, quienes huyen del conflicto de Sudán llegan exhaustos, traumatizados y hambrientos a los países limítrofes. Allí se encuentran con la falta de alimentos, alojamientos dignos y asistencia básica. Más del 60% de ellos han llegado al paupérrimo Chad (al oeste de Sudán) y a Sudán del Sur, Estados que ya sufrían sus propias crisis humanitarias y no pueden hacer frente a las necesidades del creciente número de refugiados, que ya superan el millón después de casi cinco meses de guerra.

Según la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), más de 245.000 personas han llegado a Sudán del Sur y el 91% de ellas son originarias de este país, del que se habían marchado por la guerra que empezó en 2013. Sin embargo, desde la ONG Médicos Sin Fronteras (MSF) apuntan que no se sabe cuántos han podido entrar sin registrarse.

“La mayor parte son personas refugiadas, que estaban en Sudán por la guerra de 2013 y ahora se encuentran de nuevo en una situación de guerra y tienen que volver a su país, un país que está en una situación complicada”, donde faltan incluso alimentos, explica a elDiario.es Luz Linares, coordinadora de MSF en Sudán del Sur.

Huir de la guerra dos veces

“La gente está llegando desnutrida, cansada, traumatizada, por la situación que han vivido en (la capital sudanesa) Jartum y por la que están viviendo en el trayecto”, que en ocasiones recorren a pie, sin apenas agua potable ni comida, y durante el que sufren asaltos, robos y las mujeres son violadas, detalla Linares.

Por ello, cuando cruzan la frontera de Sudán con Sudán del Sur y llegan al estado de Alto Nilo, donde operan los equipos de la ONG, están “en condiciones lamentables los adultos pero, sobre todo, los niños”. “No sabemos cuántos niños están muriendo por el camino”, lamenta Linares.

Durante el viaje, los pequeños están más expuestos a las enfermedades, como el sarampión, del que hay una epidemia en estos momentos –a la que MSF está respondiendo con una campaña de vacunación–, además de la malaria, el cólera y otras enfermedades que pueden proliferar en la temporada de lluvias que ya ha empezado.

“Estamos viendo mucha malnutrición en los niños”, que llegan después de semanas de viaje en condiciones muy duras, según la coordinadora de MSF. En menos de cinco meses, la ONG ha atendido a 475 niños “malnutridos severos con complicaciones” en el hospital pediátrico de Malakal, donde antes del conflicto solían recibir a un máximo de 35 niños cada mes.

“La mayor parte de los casos graves son niños”, detalla en una conversación desde la capital, Yuba. MSF también apoya el hospital de adultos de Malakal y el pediátrico de Renk. Tras cruzar la frontera, los retornados llegan primero a esa localidad, donde hay un centro de tránsito para refugiados, y alcanzan Malakal sólo después de navegar entre 48 y 72 horas en embarcaciones precarias por un río: “Cogen los barcos desde Renk hasta Malakal adultos y niños enfermos, que no deberían viajar durante dos o tres días”, dice Linares.

Desde Malakal, algunos siguen su viaje hasta sus lugares de origen, a pesar de que no están en condiciones para hacerlo. “La gente quiere marcharse lo antes posible y muchos no quieren ni venir al hospital o (…) algunos padres se han llevado a niños en estado crítico del hospital” para poder continuar el viaje sin demoras.

Linares detalla que las autoridades locales han establecido centros de tránsito porque desean que regresen a sus lugares de origen, pero muchos han nacido o llevan años afincados en Sudán, o no tienen adónde volver después de un largo conflicto étnico en Sudán del Sur, que arrasó con pueblos enteros y provocó el desplazamiento de millones de personas.

Además del desarraigo, cambiar de país supone otros riesgos: “En Sudán, sobre todo Jartum, no hay malaria y la gente no tiene anticuerpos (frente a esta enfermedad que transmiten los mosquitos); llegan a Sudán del Sur, donde la malaria es endémica y hay muchos casos de malaria, la mortalidad es elevada, especialmente entre los niños”, explica Linares.

¿Volver a casa?

Antes del estallido de la violencia en Jartum, cerca de 800.000 personas originarias de Sudán del Sur vivían en el vecino Sudán. Ese es su hogar y muchos desean regresar, en cuanto las circunstancias lo permitan, y por ese motivo permanecen en el estado de Alto Nilo, que ya antes de la crisis acogía a desplazados internos.

Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), más de dos millones de personas permanecen desplazadas en Sudán del Sur después de la guerra que se cerró en falso con un acuerdo de paz, firmado en 2018 pero no implementado en su totalidad.

La encargada de relaciones exteriores de ACNUR en Sudán del Sur, Charlotte Hallqvist, explica a elDiario.es que los sursudaneses refugiados por la guerra civil que regresan se encuentran con “comunidades muy frágiles a causa del conflicto, del cambio climático, de la inseguridad alimentaria; comunidades que ya estaban en apuros antes” del estallido de la violencia al otro lado de la frontera.

Además, destaca que se encuentran con una situación muy difícil al llegar y, si logran volver a sus lugares de origen, con una vida muy diferente: “Han estado en Sudán unos diez años, han hecho su vida allí, construido su casa, empezado a estudiar en la universidad… Tenían muchas esperanzas y ahora vuelven a un país que, aunque sea su país de origen, está en una grave crisis humanitaria”.

El 75% de la población sursudanesa necesitaba ayuda humanitaria antes de la llegada de los refugiados y retornados, y faltaban fondos para dar respuesta a esas necesidades, dice Hallqvist. “No tenemos los recursos para ofrecer una respuesta adecuada en estos momentos. Por supuesto, hacemos lo que podemos pero es necesario mucho más”, lamenta, destacando que es “muy costoso y complicado” ofrecer asistencia en las zonas fronterizas remotas y poco accesibles ya que “el transporte por carreteras es muy difícil y los suministros tienen que ser traídos en avión”.

Esta semana, la agencia de la ONU junto a otras 64 organizaciones humanitarias y locales han solicitado 1.000 millones de dólares (más de 930 millones de euros) para poder ofrecer asistencia básica a las personas que han llegado y está previsto que lleguen a los cinco países vecinos de Sudán, que serán más de 1,8 millones a finales de año. Esa cifra duplica la estimada inicialmente en mayo para responder a la crisis, ya que los desplazamientos y las necesidades siguen aumentando, mientras no se divisa el final del conflicto en Sudán.

A la espera de más refugiados

El vecino Chad ha recibido unos 465.000 refugiados, más del 42% de todos los que han huido de Sudán –según datos de las agencias de la ONU–, pero a diferencia de Sudán del Sur son en su mayoría sudaneses (cerca del 87%) que han abandonado la región de Darfur, uno de los focos de la violencia, donde los civiles están sufriendo todo tipo de abusos, tal y como han denunciado la ONU y organizaciones independientes.

Claire Nicolet, responsable de programas de emergencia de MSF, cuenta a elDiario.es que los sudaneses que llegan a Chad relatan la violencia que han experimentado en las ciudades en las que vivían, en particular en Geneina, la principal de Darfur Occidental, donde la ONU verificó el pasado julio el hallazgo de al menos una fosa común, así como la violencia en el camino hasta la frontera.

“Las historias que escuchamos de nuestros pacientes y los refugiados son de mucha violencia, también violencia sexual, robos en la carretera, etc.”. Por ello, muchos llegan con lo puesto, después de haber abandonado sus pertenencias en medio de la huida o se las hayan robado en el trayecto, o las hayan tenido que dejar en los puestos de control a modo de pago para seguir su viaje, detalla Nicolet.

La responsable de MSF, que acaba de regresar de Chad, explica que ahora mismo no están tratando a muchos pacientes con heridas de bala u otras causadas por el conflicto armado. Cree que se debe a que no están pudiendo escapar, en concreto de la ciudad de Nyala, donde se han intensificado los combates y ataques contra civiles: “La violencia continúa en Darfur, pero no estamos recibiendo heridos, significa que nadie está tratando” a estas personas en Sudán, donde el ya endeble sistema sanitario ha colapsado durante la actual crisis.

Nicolet prevé que “una nueva ola de refugiados llegará desde Nyala, cuando las condiciones permitan a la gente salir” de esa ciudad y, en general, los refugiados seguirán llegando a Chad, donde no hay campamentos ni la infraestructura necesaria para acogerlos. “Hay cientos de miles de personas cerca de la frontera que todavía no han sido recolocadas en campamentos de refugiados”, lamenta la representante de MSF.

“Necesitan un alojamiento adecuado (…) pero la mayor necesidad es la comida: la distribución de alimentos no es suficiente ni regular”, alerta, y agrega: “Ya estamos viendo niveles altos de malnutrición en adultos y en niños, los más afectados son los de entre 6 meses y 2 años, hay muchos que sufren malnutrición aguda. Estamos intentando atender a estos niños, en concreto”.

MSF ofrece apoyo al hospital público de la localidad de Adré, adonde ha llegado la mayor parte de los refugiados. Según Nicolet, el 85% son mujeres y menores, por lo que representan la mayoría de los pacientes: “Estamos recibiendo muchos casos de pediatría y maternidad: (casos de) malnutrición sobre todo, también malaria porque estamos en la época (de lluvias), y cada vez más mujeres embarazadas”.

En estos momentos, más de 130 niños están hospitalizados en Adré por complicaciones médicas potencialmente mortales relacionadas con la malaria y la desnutrición, según MSF, que también ofrece asistencia médica y psicológica en los campamentos y distribuye agua potable.

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Nicolet se muestra preocupada no sólo por la salud de los más pequeños sino también por su futuro a medio y largo plazo: “Estos niños necesitan ir al colegio. Desafortunadamente no hay educación en los campamentos, en todos los que visité no vi ninguna escuela ni nada similar, ni se están preparando” esos servicios con el comienzo del curso escolar.

Considera que habrá que hacer frente también a esta necesidad, porque los refugiados permanecerán en Chad: “Algunos van a intentar regresar (a Sudán) pero debido a la inseguridad allí no parece que vayan a poder volver pronto. Los hombres sí han intentado volver, para traer algunas cosas (de sus casas), pero la mayoría de estos refugiados van a tener que quedarse en los campamentos”, que están siendo levantados a medida que llegan más y más personas.

Fuente: eldiario.es


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