No, no acabó en Navidad…
La defensora del pueblo polaca, Hanna Machinska, ha acudido esta semana al Parlamento Europeo para recordar al mundo que la crisis de migrantes y refugiados en la frontera entre su país y Bielorrusia no está acabada. Que no haya focos sobre ella no quiere decir que no haya personas sufriendo cada día, derechos humanos violados y leyes pisoteadas.
Comenzaron a llegar el pasado verano y fue entre octubre y noviembre cuando la situación se agudizó, acaparando informativos. Hasta hoy. En este tiempo, ha ha bajado la llegada de desplazados, forzado como se ha visto el Gobierno bielorruso a dejar de fomentar estas riadas de personas con el fin de presionar a Europa, pero los que llegan siguen enfrentándose a condiciones penosas y los que estaban ya malviven en naves sin servicios -como el almacén abandonado de Bruzgi, con 600 personas-, mientras que los uniformados de Polonia siguen devolviendo a la fuerza a los que consiguen, ignorando sus intenciones de solicitar asilo y refugio y violando sus derechos, y levanta muros, como supuesta solución. Lituania, por cuyo flanco también llegaban migrantes, ha aprobado también una ley para expulsarlos, sin darles la oportunidad de solicitar refugio. A eso se suman los malos tratos, las malas formas, la mala atención. Un escenario terrible desplazado por otras urgencias en las agendas internacionales y mediáticas.
Machinska ha hablado a las claras de “inhumanidad”, que ve especialmente en las devoluciones en caliente, aquellas que se llevan a cabo sin procedimiento de identificación y sin incoar procedimiento de expulsión. No hay identificación individualizada de cada persona, ni proceso administrativo de su caso ni posibilidad de pedir asilo, no mucho menos tener asistencia legal.
El Centro Europeo por los Derechos Constitucionales y Humanos (ECCHR) denuncia esta práctica, conocida como push-backs, por violar numerosos derechos de refugiados y derechos humanos fundamentales. “Los afectados y afectadas se ven desprotegidos y raramente tienen la posibilidad de actuar contra la violencia excesiva a las que se ven sometidos”, denuncia. La defensora polaca lo avala, va “contra la Constitución del país y la ley europea”, dice.
Durante su intervención en la comisión de Libertades Civiles, Justicia e Interior de la Eurocámara, Machinska alertó a los eurodiputados de que los migrantes son “víctimas de un muy mal trato por parte de las autoridades polacas” cuando intentan acceder desde Bielorrusia. Primero Aleksandr Lukashenko les alienta a cruzar y a crear un problema al país vecino y a la UE y luego se ven expuestos a la “desprotección”, dijo. Desde que Bruselas aprobó sanciones contra el régimen, “la presión ha ido desapareciendo”, reconoce, pero es preocupante, alerta, la “falta total de información desde el bando bielorruso”.
Es imposible saber oficialmente lo que está pasando con las miles de personas que aún quedan en el país, pero también es imposible lograr datos fiables de ONG, porque el régimen es eso, un régimen, poco dado a que se revele lo que no se quiere, efectuando un control severo sobre los movimientos solidarios.
Machinska arrancó un silencio incómodo a los eurodiputados cuando reclamó, con emoción y dureza, que trate mejor a las mujeres y los niños, que se les saque de los centros donde ahora malviven. Dijo que en ellos se han producido “situaciones absolutamente dramáticas” y citó el caso de una niña de 14 que se suicidó en estas dependencias.
Para muestra, tomó el botón de un centro que se ha ubicado en una base militar, con las carencias que eso conlleva, donde se ha hacinado a 24 personas en un mismo cuarto -a dos metros cuadrados por cabeza, salen- e incomunicados del exterior. “Peor que en una cárcel”, resume. Y eso no lo está haciendo Bielorrusia, sino un país comunitario como Polonia. Travesía desde Oriente Medio o Asia Central, fronteras, alambradas, detención y, al fin, esto.
Lo humano y legal sería que estas personas “sean integradas activamente en la sociedad”, pero no tienen ni un techo digno, ni atención jurídica ni médica, denuncia. Recordó el papel de las ONG, solidarias en los bosques por los que cruzaban los migrantes, “sustituyen a las instituciones públicas, pero también sufren acoso por la labor que desempeñan y tienen el acceso limitado en según qué zonas”, advirtió.
Aunque un diputado de Ley y Justicia Patryk Jaki, el partido de ultraderecha que gobierna hoy en Varsovia, trató de quitar hierro a sus acusaciones, dijo que daban ayudas y que cumplían las leyes, se defendía de que muchos no habían querido pedir asilo -su ansia está en países como Alemania, donde hay una mejor atención y hasta tienen redes familiares o sociales- Machinska insitía: “Sabemos lo que hay. Lo sabemos”, insistía, sin dejar de presionar.
Sobre el terreno
En la frontera ha bajado el número de migrantes, pero las condiciones de los que persisten no mejoran. Hoy hay centenares -es imposible saber el número actual por la falta de información de Minsk- que no tienen refugio, alimento, agua o ropa de abrigo, en mitad del invierno. Siguen en zonas boscosa, esperando un hueco para cruzar.
Lo ha denunciado la ONG Médicos Sin Fronteras (MSF), que recuerda que esta crisis ya sumó el año pasado 21 muertos en el intento de buscar una vida mejor. “Mientras continúen las políticas de la Unión Europea y el acceso restringido para que las organizaciones ofrezcan apoyo a las y los migrantes, más personas están en riesgo de morir en estas duras condiciones”, denuncia.
Ya en junio de 2021 miles de personas, procedentes en su mayoría de Siria e Irak, trataron de entrar a Polonia, Lituania y Letonia, países UE, desde Bielorrusia. Varsovia declaró el Estado de emergencia, desplazó tropas a la zona, unos 15.000 efectivos, y levantó vallas para impedir el paso, que se están ampliando ahora. Como el acceso a la frontera es restringido, incluso en el lado europeo, ni las ONG ni la prensa pueden llegar hasta los desplazados.
En los últimos meses han sido repatriados desde Bielorrusia al menos 4.000 refugiados, la mayoría a Irak y algunos a Siria (donde sigue habiendo una guerra, desde 2011). Sin embargo, se desconoce cómo fue el proceso, en qué condiciones fueron los desplazamientos y qué está siendo de estas personas.
Se calcula que aún hoy entre 20 y 50 personas tratan de cruzar desde Bielorrusia a suelo europeo. Hasta cubanos se han localizado en tandas recientes. La megafonía que avisa: “La frontera polaca está cerrada, su viaje termina aquí, regresen”, no les disuade. Los uniformados, sí, pero como denuncia la Fundacja Ocalenie, con ese despliegue ya se podría dan asistencia humanitaria digna a todos los recibidos desde el verano. “Es todo un fracaso de las políticas de refugiados”, constatan.
Ahora, además, el foco público está en otro lado: las autoridades polacas sostienen que podrían recibir un millón de refugiados de Ucrania si Rusia invade su territorio, una opción que preocupa al mundo pero que Moscú niega y EEUU ve inminente. El máximo representante de la diplomacia comunitaria, Josep Borrell, ha dicho en varias ocasiones que no se espera un flujo alto de desplazados si esto sucede, pero Varsovia agita ahora estas proyecciones y reclama ayuda internacional.
Mientras, calladamente, las autoridades polacas levantan un muro en un punto no desvelado -sostienen que Bielorrusia buscaría otras rutas para los migrantes, de conocerlo- en el que va a invertir 353 millones de euros. Se desconoce si Europa ayudará con el gasto de esta infraestructura, 186 kilómetros de metal con sensores de movimiento, de 5,5 metros de altura, que se comenzó a levantar a finales de enero y estará lista en junio.
Esto podría tener amplias repercusiones, ya que la frontera entre Polonia y Bielorrusia es uno de los corredores más importantes para el movimiento de la fauna entre Europa del Este y Eurasia, y las especies animales dependen de poblaciones conectadas para mantenerse genéticamente sanas. Los humanos y los animales, atrapados por los mismos muros.
Fuente: huffingtonpost.es