ALEJANDRO SÁNCHEZ DE LA BLANCA
El joven kurdo tuvo que recorrer más de 4.000 kilómetros a lo largo de 10 países para llegar a la Península.
“Nos hacían electrocutar a nuestros amigos con un cable, nos torturaban todos los días”. Abdul habla con voz tímida y entrecortada al recordar la peor experiencia de su vida. Nacido en el pueblo sirio de Kobane, tenía claro ya con 12 años que quería llegar lejos. “Mi objetivo, mi sueño, era ser actor”, comenta con felicidad el joven kurdo. Sin embargo, su rostro languidece al recordar ahora lo que truncó su vida poco después.
“Todo empezó con la guerra en Siria en 2011. Salimos a manifestarnos y dispararon a mi mejor amigo, que murió”. Lo que sigue en adelante es la dura confesión de un chaval que, con apenas 16 años, se convirtió en el primer menor refugiado en España tras pasar por un auténtico calvario.
El terrorismo islámico se interpuso en el camino de su sueño: en 2015 fue secuestrado por el ISIS o Estado Islámico, un grupo terrorista que, desde su apogeo en 2014, llegó a conquistar grandes áreas de Irak o Siria en su objetivo de establecer un califato. Para ello acabó con la vida de aproximadamente 15.000 personas, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH). Como consecuencia, los ojos de Abdul tuvieron que presenciar atroces imágenes de incesantes torturas y malos tratos durante más de cuatro meses.
“Tenía que hacer un examen fuera de mi pueblo, tipo selectividad, para entrar a la universidad de teatro y música”, explica Abdul a 20minutos en un camerino del Palacio de Vistalegre, poco antes de comparecer en el evento ‘Lo que de verdad importa’, ante más de 6.000 personas, para relatar su drama en un relato que humedece los ojos y anuda la garganta. Para aquel examen tuvo que dirigirse a la ciudad de Aleppo junto “con 300 chicos y chicas más”. Tras aprobar, cuenta que cuando volvía a su pueblo su autobús fue interceptado por terroristas del ISIS. “Nos pararon”. En ese fatídico momento, apunta, fue cuando supo que las cosas no iban bien. “Pensé, ‘se terminó, no voy a volver más“.
En esos primeros instantes presenció uno de los hechos que se le han quedado grabados en su memoria y que le acompañarán hasta el fin de sus días. “Los terroristas quisieron cachetear a la hermana de un profesor”, y este trató de defenderla. Los milicianos, sin embargo, respondieron de forma muy violenta: “Ni siquiera le pegaron. Sacaron el cuchillo y le cortaron la cabeza delante de nosotros“.
Tras este mal trago fueron llevados a una ciudad lejana a la que “nadie podía ir”. Allí les encerraron en un colegio reconvertido en cárcel: “Lo adaptaron como una prisión. Tenía aulas que convirtieron en habitaciones”. En aquel edificio, comenta Abdul, pasó los peores momentos de su vida cuando apenas era un adolescente. Su día a día se basaba en la tortura y los malos tratos. “Nos levantaban todos los días a las 5 de la mañana para ducharnos con agua fría”. Después, explica, les obligaban torturar a sus amigos de toda la vida, o como les llama el propio Abdul, “hermanos de sangre”.
“Nos juntaban a todos y elegían a uno. Ese se tenía que meter dentro de un neumático y otro debía darle con un cable de electricidad”, comenta. “Pégale, pégale”, le decían. No obstante, no podían negarse a hacerlo, pues de lo contrario, les amenazaban: “Si no le pegas tienes que cambiarle el sitio para que te peguen a ti”.
Cuando le tenía que pegar a mis amigos no lo hacía con el corazón, no lo hacía con todas mis fuerzas
“Cuando le tenía que pegar a mis amigos no lo hacía con el corazón, no lo hacía con todas mis fuerzas”, recuerda con lágrimas en los ojos. Durante esos más de cuatro meses, que para él fueron “como 40 años”, los malos tratos fueron constantes. “Por las noches nos despertábamos con el ruido de nuestros amigos pidiendo ayuda, porque les estaban pegando“.
A lo largo de esta complicada travesía, indica con pesadumbre, eran obligados a ver vídeos en los que les “enseñaban como cortaban cabezas y como mataban a la gente”. “Querían lavarnos el cerebro para convertirnos en soldados y luchar contra nuestro propio pueblo”, incide.
“Cuando atacaron (ISIS) a mi pueblo venían riéndose muy felices, pero nosotros pensamos, ‘¿y nuestra familia?”. En aquel complicado momento, recuerda, este fue el punto de inflexión que cambió el chip del joven sirio y su grupo de doce amigos que trataban de sobrevivir al terrorismo islámico: “Llegó el momento”. Cansados del adoctrinamiento y las torturas, explica, urdieron “un plan de escape”.
“Le teníamos que decir a un soldado que queríamos ir al baño (fuera del edificio principal) para que nos diera las llaves“. El lavabo, sin embargo, no era el objetivo. Lo que realmente buscaban, cuenta, era “dejar la puerta abierta” para poder escapar posteriormente. Su plan comenzó de la mejor manera posible y esa misma noche comenzó el fin de una pesadilla: “Me dieron la llave a mí”.
Una vez abajo, su amigo y él accedieron al baño y a su vuelta al edificio principal, detalla, se pusieron manos a la obra y dejaron “la puerta abierta”. Un rato después, sobre las 4.30 horas de la madrugada, comenzó su huida. “El colegio tenía un muro de dos metros que no podíamos saltar, pero dijimos ‘uno por todos o todos por uno“. De esta manera, y con gran perspicacia, el grupo de 13 ‘hermanos de sangre’ logró salir del cautiverio ayudándose unos a otros.
“Conseguimos salir, pero no conocíamos nada de aquel pueblo, estaba a una hora y media del mío”, confiesa. En ese momento, aterrorizados por la posibilidad de que les pudiera pillar, se dividieron. “Decidimos separarnos, tres en un lado, dos en otro, cuatro en otro…”.
“Yo conseguí llegar a un locutorio y llamé a mi hermano“, confiesa mientras la imagen de su rostro refleja una sonrisa. Este no se lo cogió, por lo que recurrió a llamar a su tío, el segundo teléfono que tenía grabado en su memoria, aunque corrió la misma suerte. En un intento desesperado, cuenta, llamó a su madre y a la tercera fue la vencida: “Soy yo, Abdul, me escapé, necesito vuestra ayuda”, pronunció el joven sirio. Su progenitora, incrédula, se desmayó mientras iba en el autobús.
Finalmente, tras este pequeño inconveniente, su cuñada cogió el teléfono: “No puedes venir al pueblo, está todo destruido”. A pesar de la negativa, Abdul consiguió que un amigo de su padre le llevara a la frontera con Turquía. “Habló con las mafias, pagó y crucé”, comenta, en el que describe, entre lágrimas, un reencuentro que jamás olvidará. “Fue el momento más feliz de mi vida”.
Este fue el comienzo de una nueva vida en la que tuvo que dejar atrás todo su pasado para huir de la guerra y el terrorismo. “Estuvimos refugiados en Turquía durante ocho meses”, en una época que también fue difícil para él. “No podía salir, estaba todo el día en el campo de refugiados. Tenía miedo de que me cogieran otra vez“, confiesa con tristeza.
Finalmente, Abdul, su hermana, su cuñado y su sobrino decidieron dar el paso y huir a España, donde residía otro de sus hermanos. “Fuimos a un pueblo pequeño de Turquía, Bodrum, y allí hablamos con las mafias”. Después de negociar con ellos, finalmente les embarcaron en una patera. “Cabían entre 15 y 20 personas, pero allí éramos 48”, indica.
“No podía salir, estaba todo el día en el campo de refugiados. Tenía miedo de que me cogieran otra vez”
Después de un viaje complicado de más de tres horas, “en pleno mar Mediterráneo, con mucho frío a las tres de la noche”, consiguieron llegar a la isla griega de Kos. “Estuvimos allí nueve días. Conseguimos los papeles, subimos a un barco y fuimos a Atenas“, explica.
Tras su estancia en Grecia, afirma, Abdul y su familia se desplazaron hasta Macedonia en bus. “En la frontera cogimos un tren hasta Serbia”, cuenta, y desde allí caminaron cuarenta kilómetros hasta Hungría, donde vivieron uno de los peores momentos de su particular travesía. “No nos querían allí. Quería pillarnos y meternos presos“.
Desde tierras magiares consiguieron coger un taxi y llegar a Alemania, donde su hermano mayor les esperaba. “Subimos al coche y vinimos a España, donde fui el primer refugiado menor de edad”, confiesa. A pesar de haber cumplido su deseo de llegar a la península, a Abdul le faltaba algo por cumplir tras haber recorrido más de 4.000 kilómetros a lo largo de 10 países.
“Lo importante es la esperanza”
“El objetivo era traer a mis padres”, comenta. Para ello, sin embargo, necesitaba tener los papeles en regla, algo que le costó mucho. “Después de dos años saliendo en medios de comunicación para que me ayudaran, un día recibí una llamada del Tribunal Supremo“.
“Me reuní con ellos, di una charla a jueces y abogados y cuando salí por la puerta principal me llevé una sorpresa”. En ese momento apareció un coche negro que se paró frente a Abdul. “La secretaria del Supremo vino corriendo hacia mí y me dijo ‘ya tienes los papeles”, comenta con una sonrisa de oreja a oreja, aunque lamenta que para conseguirlos tuviese que esperar tanto tiempo.
Tras conseguir la documentación que le faltaba, finalmente consiguió un mejor futuro en España para sus padres y para una persona especial a quien tuvo que dejar atrás por la guerra. “La había dejado en Siria y finalmente conseguí poder estar con ella“, confiesa sobre quien ahora es su mujer y madre de su hija. Tras un complicado camino, indica alegre Abdul, finalmente ha podido asentarse con su familia y hacer vida normal desde el verano del año 2015.
“Ahora estoy trabajando en hostelería con mi hermano e intentando dar charlas a los más jóvenes para trasmitirles la idea de que deben dar gracias por la suerte que tienen“, comenta como lección de vida. Gracias a esta dura experiencia ha aprendido una importante lección de vida: “Yo nunca perdí la esperanza, nunca llegué a decir ‘ya no puedo más”.
Por tanto, el mensaje que quiere transmitir a los más jóvenes es el de lucha y sacrificio. “Lo importante es la esperanza, no rendirse jamás. Hay que soñar”, confiesa. “Si quieres ser futbolista, sueña primer con tener una pelota, unas botas… yo soñé poco a poco y aquí estoy“.
Fuente: 20minutos.es