Mercado callejero en un barrio periférico de Rabat. /
En 2021 hubo más personas migrantes que nunca que decidieron volver a sus países de origen desde Marruecos ante las dificultades que viven y los obstáculos para llegar a Europa
Hace cinco años que salió de Guinea-Conakri, y ahora espera el momento de volver a casa. “Cuando no hay solución, no hay nada que hacer. La vida es así”, lamenta Diallo (nombre ficticio). Su padre está enfermo y desea reencontrarse con él. Explica que es el pequeño de la familia, tiene 27 años, y que desde que se fue ha perdido a dos hermanos. “Por esto he decidido que si mi padre muere, lo va a hacer enfrente de mí, aunque sea en la pobreza”.
Cuando intentó cruzar de Argelia a Marruecos, por la zona de la ciudad de Oujda “fue como en una película”, cuenta. Allí hay una valla y cuenta que cuando la policía argelina te coge, te pega y te mandan al desierto, a centenares de kilómetros. Al tercer intento lo logró. En Marruecos ha recorrido el país buscando la manera de llegar a España, cuatro años de buscarse la vida y marcados por los trasladados forzosos de la policía lejos de la frontera.
Saltó la valla de Ceuta en dos ocasiones. “Entré al lado del gran bosque, con otras personas, recorrí tres kilómetros por el bosque de Ceuta hasta que la policía española me cogió, me devolvieron a Marruecos y me mandaron en bus hasta Tan Tan (a más de mil kilómetros, al sur del país)”, explica. La segunda vez que logró entrar a Ceuta fue el fin de año de 2021, aunque también le retornaron en caliente.
En Marruecos trabajó en varias ocasiones en los cultivos de tomates de la sureña ciudad de Agadir. Le pagaban seis euros al día por trabajar ocho horas sin descanso el fin de semana. “Los jefes podían hacer lo que quisiera. Cuando no tienes papeles tampoco tienes honor, no puedes hablar ni con la policía si tienes un problema”, explica.
Rumbo a las Canarias
Con ese dinero, viajó hasta Dakhla, al sur del Sáhara Occidental, e intentó cruzar hacia las Canarias el mes de enero de 2022. “Un amigo me mandó para vigilar cuando salía una patera, pero cuando llegué al lado del agua, aproveché y me subí. Ese día, fue solo Dios quién me ayudó”, recuerda. Eran 48 personas, entre mujeres y niños. Tras dos días de travesía, perdieron el rumbo por las fuertes olas y decidieron dar media vuelta.
“En total estuvimos casi cinco días en el mar. Muchos tenían miedo, lloraban, algunos se tiraron directamente al agua, otros murieron en la patera, no teníamos ni agua ni comida” relata Diallo. Perdieron la vida diez personas. “Pensaba que íbamos a morir todos allí. Solo empecé a repetir: No existe ningún Dios excepto Dios, y Muhammad es su profeta”, cuenta. Una de las frases más importantes en el Islam que también se entona cuando alguien da por hecho que va a morir. “Finalmente, nos encontramos con la Marina marroquí, que nos salvó”, explica.
Fue en Dakhla que tomó la decisión de volver a casa cuando se enteró de que su padre, de noventa años, estaba enfermo. Logró llegar a Rabat y allí solicitó a la OIM (Organización Internacional para las Migraciones de la ONU) el retorno voluntario.
En 2021, 2.457 personas migrantes que estaban en Marruecos retornaron voluntariamente a sus países de origen, según el último informe de la OIM. Mayoritariamente, son marfileños (657 personas), guineanos (598) y senegaleses (367). Es la cifra más alta desde que este programa, financiado por la UE y otros países europeos como España, se puso en marcha en 2005.
“Mi suerte no está aquí”
Mohamed (nombre ficticio), también de Guinea-Conakri, tomó la misma decisión que Diallo en la ciudad saharaui de El Aaiún. “He probado una y otra vez, mis amigos lo intentaron y han llegado a Europa, pero yo no. Si lo sigo intentando y forzando puede que algún día me muera en el océano y se habría acabado todo, por esto pienso que mi suerte no está aquí. Dios no ha querido que llegue a Europa”, explica.
Este hombre de 38 años anda cansado físicamente, pero sobre todo mentalmente. Vive en una pequeña casa que comparte con otras tres personas en uno de los barrios más pobres de Rabat. Está preocupado porque no sabe como se las apañará para pagar el alquiler dentro de cuatro días. Apenas sale de su apartamento por miedo a que la policía lo pueda detener por no tener la residencia.
Desde que salió en avión de su país han sido seis años de probar suerte, arriesgar y volver a empezar. Estuvo tres años en El Aaiún, allí intentó cruzar en patera en varias ocasiones. O los frenaba la policía antes de zarpar o bien los rescataba la marina marroquí. También le estafaron 1.500 euros, cuando le pagó a un tipo para cruzar, pero del que nunca volvió a saber nada. Explica que en la ciudad estuvo tranquilo porque, como parece saharaui, la policía no pensaba que fuera migrante.
El peor intento fue cuando estuvieron tres días a la deriva perdidos, antes de ser rescatados por unos pescadores marroquíes. La mayoría de veces las autoridades los mandaban en autobuses hasta poblaciones del interior del país, a centenares de kilómetros. Explica que cuando estuvo en Tánger, la policía entró de madrugada a la casa donde dormían, tumbaron la puerta y se los llevaron a todos hasta Tiznit, a unos 900 kilómetros. “Fue durante el ramadán”, exclama indignado.
Ahora espera en Rabat el momento de volver a Guinea-Conakri. Una vez que entré a su país, Mohamed quiere empezar un pequeño negocio con la ayuda que reciba de la OIM. También tiene ganas de ver a sus dos hijos de 11 y 10 años, ya que en los últimos cinco años los ha visto crecer a través de su teléfono. “Quería entrar en Europa para mandarles dinero, me hubiera sentido orgulloso, pero no ha sido posible y esto me fastidia mucho”, lamenta.
Fuente: elperiodico.es