por Sebastián Benfeld G.
Lo sabemos: día a día un número incalculable de personas cruzan las fronteras huyendo de sus países de origen en busca de mejores condiciones de vida en este rincón de Sudamérica. Cuestión que a raíz de una mala planificación e implementación de nuestras políticas públicas, ha contribuido al colapso de los pueblos aledaños a la frontera y un malestar social generalizado que cada día se acrecenta más y más.
Ante esta preocupante situación, múltiples son las propuestas que salen a la luz: “traigamos una retroexcavadora y hagamos una zanja”, dicen algunos, “cerremos las fronteras”, comentan otros. “¡Devolvámoslos a todos a sus países!”, exclaman en sus redes sociales personas a las que se les pareciera olvidar que gran parte de la población chilena se constituyó a partir del mestizaje, y, por tanto, de la migración.
Lo cierto es que ni la primera, ni la segunda, ni la tercera propuesta son soluciones reales a la crisis que estamos viviendo. Porque si existe una sola certeza, en este mundo de constante incertidumbre, es que la migración no va a terminar. Por el contrario, se espera que aumente cada vez más. Según un informe recientemente publicado por el Banco Mundial, para el 2050 es probable que más de 216 millones de personas deban migrar de sus países producto del avance de la crisis climática, incluidos nosotros.
Si bien hoy el descontento se genera por recibir migrantes en nuestro territorio, no hay que olvidar que según la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático Chile cumple con siete de los nueve criterios de vulnerabilidad frente a este fenómeno. Por lo mismo, es altamente probable que mañana seamos nosotros quienes debamos migrar a otros territorios en busca de mejores condiciones de vida, o incluso, tratándose de la crisis climática, en busca netamente de nuestra propia supervivencia.
De hecho, las migraciones climáticas ya están ocurriendo en nuestro país. La falta de agua y el rápido avance de la sequía han provocado que miles de personas deban dejar sus hogares en el norte y centro de Chile, en busca de mejores condiciones climáticas en el sur. Según el alcalde de Puerto Varas, Tomas Gárate, solo en los últimos 15 años el crecimiento demográfico de la ciudad ha llegado al 204% producto de las migraciones. Y esto solo es el principio.
La única forma de evitar que crisis como la que actualmente se vive en el norte se vuelvan a repetir a lo largo y ancho de nuestro territorio, es si nos informamos y nos preparamos como corresponde, a diferencia de lo que está sucediendo hoy, con medidas tardías que no apuntan a solucionar el verdadero problema de fondo.
Pese a que sabemos lo que nos espera a raíz de lo ya comentado, actualmente no existen muchos informes ni investigaciones al respecto: no existe un catastro de las personas que migraron hacia o dentro de Chile por razones climáticas, ni mucho menos proyecciones de cuáles serán las futuras rutas migratorias y qué impacto producirán en nuestra sociedad. Es básico y urgente contar con esa y otras investigaciones para anticiparnos y tomar decisiones responsables para las generaciones presentes y futuras.
Es ahí donde cobra importancia el Acuerdo de Escazú. El primer acuerdo ambiental de América Latina y el Caribe garantiza, entre otras cosas, que el Estado genere y divulgue información vinculada a las temáticas ambientales, incluida la información sobre eventuales desastres naturales y sus impactos en el país. Su adhesión hoy no solo es necesaria, sino que urgente para que de una vez por todas dejemos de llegar tarde a las emergencias que se nos presentan, nos informemos, preparemos y tomemos acciones inteligentes que den solución a los problemas de fondo.
Fuente: elmostrador.cl