Migrantes venezolanas cruzan una carretera en St James, Puerto España, Trinidad y Tobago, antes de encontrar un lugar para esperar a los clientes el 25 de septiembre de 2023. Robert Taylor/AFP
En las sombras de sórdidos burdeles en Trinidad y Tobago, un gran número de migrantes venezolanas, han caído presas de una red de explotación sexual
PUERTO ESPAÑA.- La desesperación por escapar de la crisis económica y política en Venezuela ha empujado a muchas mujeres venezolanas a tomar la difícil decisión de migrar en busca de un futuro más prometedor. Sin embargo, este camino hacia la esperanza se torna un peligroso trayecto marcado por la explotación y la vulnerabilidad.
En las sombras de sórdidos burdeles en Trinidad y Tobago, un gran número de mujeres, la mayoría migrantes venezolanas, han caído presas de una red de explotación sexual. Este cruel destino, que se presenta como una vía de escape, solo conduce a la tragedia y al sufrimiento.
Los burdeles son oscuros y sombríos, con música ensordecedora y una tenue iluminación. Los proxenetas, atentos a cada movimiento, mantienen un control férreo sobre estas mujeres que viven encerradas, atrapadas en un ciclo de deuda y explotación.
En estos espacios crueles, no hay comodidades; los clientes deben elegir rápidamente y dirigirse a una habitación. Las mujeres tienen un valor monetario: media hora de su vida cuesta entre 30 y 60 dólares estadounidenses, una hora el doble.
En otros establecimientos, jóvenes de entre 20 y 30 años son exhibidas en una pasarela, con escotes sugerentes y ropas comunes. Sin embargo, detrás de esa apariencia, se esconde una realidad brutal.
Ellas son víctimas de una red que las explota sexualmente y las obliga a vivir en condiciones infrahumanas. La incertidumbre y el miedo son sus compañeros constantes.
Venezolanas atraídas con engaños
Muchas de estas mujeres fueron atraídas por ofertas de empleo falsas a través de las redes sociales, solo para encontrarse atrapadas en una red de prostitución. Otras, conscientes de lo que las esperaba, tomaron la dolorosa decisión de abandonar su país natal.
Es el caso de María, de 25 años, originaria de un pueblo en el este de Venezuela y madre de un niño pequeño. Incapaz de sobrevivir en un país asfixiado por la crisis, se aventuró a Puerto España tras la recomendación de una amiga.
Los traficantes pagaron su travesía clandestina a la isla, una deuda que ahora debe saldar trabajando en condiciones inhumanas, una deuda de aproximadamente 500 a 1.000 dólares.
“Tengo que devolver 500 dólares. Espero hacerlo en uno o dos meses. Luego trabajar uno o dos meses más y volver a Venezuela con el dinero para abrir un negocio”, confiesa María, con la voz temblorosa.
Además de la deuda, las mujeres tienen que pagar alquiler semanalmente para su “alojamiento”. Viven atrapadas en una espiral de explotación, sin derecho a moverse libremente, obligadas a cumplir las demandas de sus captores.
Red de explotación sexual
La trata de personas es un fenómeno alarmante. La ONG Connectas informa que entre 2015 y 2020, al menos 21.000 personas fueron víctimas, principalmente de explotación sexual. Esto se tradujo en un negocio ilícito que generó aproximadamente 2.2 millones de dólares en los últimos cuatro años.
En 2021, la fiscalía venezolana confirmó la detención de 26 personas relacionadas con mafias de trata de personas con fines de explotación sexual. Ese mismo año, se logró rescatar a 10 mujeres y adolescentes que estaban destinadas a la servidumbre sexual en Trinidad y Tobago, tras una investigación desencadenada por la valentía de una madre que denunció la situación.
Toda esta tragedia se desarrolla en un clima de impunidad, alimentado por la corrupción y la inacción de las autoridades. La población inmigrante, en especial las mujeres, se encuentra desamparada y a merced de la población local.
Es medianoche, un cliente potencial se acerca y María pide una cerveza para entablar una conversación. Mientras tanto, la lucha por la supervivencia continúa para estas mujeres, cuyo deseo de escapar de la crisis las ha sumergido en un oscuro abismo de explotación y desesperación.
Fuente: diariolasamericas