IDA VANESA MEDINA PADRÓN
Desde el paleolítico, cuando nuestros antepasados migraron desde África, la historia de la humanidad ha sido la historia de las migraciones. Un eterno movimiento de idas y venidas, como una marea de patrones en los que se resumen siglos de ascensos y caídas de civilizaciones completas.
La migración como fenómeno sociocultural es un hecho complejo, tanto para los países de salida como para los receptores. A groso modo es un proceso que ayuda a dinamizar la economía, que revitaliza la fuerza laboral del lugar de acogida, aumenta el consumo y el pago de impuestos, pero también puede involucrar complejidades de gasto público, contraste cultural e inadecuación social.
México sabe sobre inmigrar y emigrar, ha sido ambas cosas y además es un país de paso. Junto a Estados Unidos sigue siendo protagonista de uno de los episodios más dinámicos de flujo de personas en los últimos siglos.
Sobre esto explica el investigador Jorge Durand: fue la llegada del ferrocarril en 1884 a Ciudad Juárez, en lo que se llamaba el Paso del Norte, lo que exponenció la importación de mano de obra mexicana y selló una alianza implícita entre ambos países que, luego, se rompería con las primeras grandes deportaciones que hizo el vecino del norte a partir de 1921 y seguiría un curso controvertido en distintas etapas hasta las propuestas del “muro” que proclamaba Trump como bandera nacionalista y que todos, tristemente, aún tenemos presente.
Aún así, la realidad es que un análisis de JP Morgan señala que, si Estados Unidos detiene su proceso de migración por completo, su crecimiento económico anual se reduciría en un estimado de al menos 0.3%.
Pero ésta es sólo una de las aristas en un flujo intrincado de movimientos que ocurren globalmente. Más de 280 millones de personas son migrantes según cifras de la ONU, hablamos de estos números que encierran múltiples realidades y desencadenan historias.
Es muy diferente hablar de migración desde la singularidad. Idealmente es la metáfora del explorador, del inconforme que va en búsqueda de oportunidades y descubrimientos más allá del horizonte, pero una buena parte de esa cifra habla de migraciones forzadas por guerras, violencia e inestabilidad social y económica y, ahora también, de crisis climática. Es distinto cuando ves arder tu tierra, cuando dejas a otros atrás y vives con la esperanza del reencuentro.
Se habla del síndrome de Ulises para definir los trastornos psicológicos que puede tener un migrante a causa de los embates de su proceso de éxodo. Es una cosa contar la historia del héroe que vivirla atado a un mástil, resistiendo el canto de las sirenas; o debería decir cruzando el Río Bravo, nadando desde Venezuela hacia Curazao, saltando un muro en Melilla para dejar atrás África.
Cuando veo estas imágenes y escucho las historias de cercanos, cuando me cuento mi propia historia, cuando la nostalgia gana terreno, recuerdo las palabras del poeta Rainer Maria Rilke que enfatizaban que la verdadera patria es la infancia. La realidad es que todos somos potenciales migrantes.
Ida Vanesa Medina P.
Fuente: Milenio
