La hija de Ana, una migrante cubana en Ecuador, juega en su casa.MARIANNE P. SOSA
En uno de los principales países de acogida de América Latina, los extranjeros sufren la burocracia y la precariedad mientras sueñan con reencontrarse con sus parientes
Ana mira por la ventana de una casa que no es la suya el paisaje de un país que no le pertenece. Afuera juega su hija de tres años: “Abuelita, ya te hice la sopa” dice. “Ella solo conoce a sus abuelos por videollamada y juega a que yo soy su abuelita”, aclara Ana. Llevan cinco años sin ver a la familia.
Situaciones como la de Ana son habituales para personas forzadas a huir a Ecuador: alcanzar un estatus regular y reunirse nuevamente con la familia constituyen verdaderos desafíos. Este país acoge a cerca de 550.000 refugiados y migrantes que representan el 3% de una población de unos 18 millones, según la agencia de la ONU para los refugiados (Acnur). “Desde que tienes un estatus regular hasta que logras traer a tu familia pueden pasar años y es difícil conseguir el dinero. La gente se aprovecha de eso, porque hay mucha desinformación sobre cómo hay que hacer el proceso”, asegura Ana.
Ana, Luis y Yulitza (nombres ficticios utilizados para preservar sus identidades) forman parte de este numeroso grupo. Ana es cubana. Llegó a Ecuador en 2018. Después de un largo proceso logró regularizarse y ahora trabaja como publicista. Luis es venezolano. Desde hace cuatro años reside en territorio ecuatoriano. Tras aprobarse la amnistía migratoria para venezolanos que entraron de manera irregular al país, en junio, ha podido iniciar la regularización. Yulitza es colombiana. Dos años después de ingresar al país, le otorgaron el estatus de refugiada, pero conseguir empleo ha sido difícil y, como Luis, se dedica a actividades informales para sustentar a su familia.
Sus historias, países de origen y motivos de salida son diferentes. Pero a los tres los une el deseo de volver a ver a sus familias. Luis dejó un hijo de dos años y a su esposa embarazada y, cuatro años más tarde, aún no conoce a su hija. Yulitza hace más de siete años que no ve a su mamá, quien tampoco conoce a sus nietos más pequeños.
Luis, el peso de la irregularidad
Luis es uno de los cerca de ocho millones de venezolanos que han dejado su país para rehacer sus vidas. Y, aunque creyó que irse de su tierra le permitiría dar un mejor futuro a sus seres queridos, ha encontrado muchos obstáculos en el camino.
“Desde que llegué a Ecuador supe que no sería fácil. Estar lejos de mi familia, no compartir el día a día con mis hijos…”. Es difícil, también, no contar con un empleo estable, o trabajar sin recibir salario, como ya le ha pasado. “Si no me pagan… ¿qué hago? ¿A quién le reclamo?”, se pregunta.
Más de 475.000 venezolanos refugiados y migrantes viven en Ecuador, el cuarto país que acoge a un mayor número de población venezolana, solo por detrás de Colombia, Perú y Brasil, según cifras del Grupo de Trabajo para Refugiados y Migrantes (GTRM) de septiembre de este año.
Luis es el único sustento de su familia en Venezuela. Su salario lo tiene que repartir entre sus gastos en Quito, donde arrenda una habitación, y las remesas. Durante los primeros seis meses en Ecuador, recibió ayuda alimentaria. También percibió una ayuda durante la pandemia de covid-19, el periodo más difícil de toda su estancia.
“No he traído a mi esposa y a mis hijos porque no quiero que pasen lo que pasé yo para llegar acá. Yo me vine caminando, junto con otro grupo de venezolanos”, recuerda. “Quisiera que pudieran contar con una visa; pero, sobre todo, quisiera poder tener un ingreso estable para crear condiciones antes de traerlos. Ni siquiera con una visa es fácil conseguir un trabajo estable, imagínate en situación irregular”.
Ecuador aprobó en junio de 2022, en el marco de un proceso de regularización extraordinario, un decreto que permitió a ciudadanos venezolanos y a sus familiares acceder a una visa de residencia temporal. Un año después, con la aprobación de la amnistía, las personas que, como Luis, no entraron de manera regular al país, han podido acceder a este proceso de regularización. Es un rayo de luz en el deseo de Luis de conocer a su hija y volver a abrazar a su hijo y a su esposa.
Yulitza, un futuro incierto
Aunque ha pasado mucho tiempo desde que Yulitza, nacida en Colombia, llegó a Ecuador, todavía recuerda “como si fuera ayer” los hechos que la trajeron hasta aquí, una situación violenta que prefiere no describir.
La violencia ha dejado una huella profunda en la vida de los colombianos. Según el informe de la Comisión de la Verdad en Colombia publicado el año pasado, entre 1985 y 2018 se registraron al menos 450.664 homicidios como resultado del conflicto armado interno, aunque los autores reconocen que esta cifra podría ascender a 800.000. Además, 121.768 personas fueron desaparecidas; 55.770, secuestradas y aproximadamente 7,7 millones de colombianos fueron víctimas de desplazamiento forzoso, como Yulitza.
Al compartir fronteras, Ecuador se ha convertido en el principal país de acogida de los colombianos en el mundo. Según cifras de Acnur, la Agencia de la ONU para los Refugiados, al concluir noviembre de 2023, este país acogía a poco más de 75.000 personas refugiadas, una de las cifras más altas de la región. De ellos, el 95% proviene de Colombia.
“Para mí lo más difícil ha sido tener que batallar sola con mis hijos pequeños para yo trabajar. He tenido que salir con ellos a buscar cómo seguir adelante”, afirma Yulitza, madre de cuatro niños. Ha recibido ayuda económica y alimentaria de varias ONG, pero considera que no es suficiente. “Yo agradezco, por supuesto, pero para ser sincera, lo que yo necesitaba era tener quien atendiera a mis hijos pequeños para trabajar en lo que fuera. Estoy sola y a veces los más grandes me ven a los más chiquitos para yo poder hacer algo… limpiar una casa o salir a vender”, narra la mujer, que en Colombia contaba con la ayuda de su madre y dos sus tías.
Ante la pregunta de por qué no ha podido reunirse todavía con su madre y sus hermanos, responde: “Lo hemos intentado. Mi familia tuvo que salir del lugar donde vivíamos y cada uno fue a dar a un lugar diferente. Estar en contacto tampoco ha sido fácil”.
Ana, el anhelo de una madre
Desde mediados de 2008 y hasta diciembre de 2015, los cubanos encontraron en la política de puertas abiertas y libre visado en Ecuador una vía para salir de Cuba y seguir hacia Estados Unidos. Sin embargo, más de 2.000 cubanos encontraron en el país andino un segundo hogar que le brindó la posibilidad de un nuevo comienzo.
Es el caso de Ana. Pero la comunidad cubana en Ecuador no escapa a las trabas de la reunificación familiar, un problema que se acentúa en su isla de origen. “La maldita circunstancia del agua por todas partes”, dice Ana parafraseando al dramaturgo Virgilio Piñera. “Así es, o consigues una visa o viajas a uno de los pocos países que tienen libre visado para los cubanos y de ahí te arriesgas y enfrentas todos los obstáculos que conlleva ir irregularmente hasta tu lugar de destino”, reconoce.
En Ecuador, los cubanos como ella se encuentran muchos problemas para reunirse con sus familiares. “Primero debes regularizarte. Si por alguna razón, como es mi caso, llegaste acá sin papeles, regularizarse es cuesta arriba. Yo lo conseguí después de tres años”, explica la mujer. “Luego, tienes que cumplir una serie de requisitos para poder amparar a alguien, aunque sea tu hijo menor de edad. Reunir todos esos requisitos es muy complicado, sobre todo los económicos… De ahí, el problema es burocrático. Por ejemplo, desde abril de 2022 hasta marzo de 2023, la página para solicitar la cita para la visa de amparo en el Consulado de Ecuador en La Habana estuvo cerrada. Casi un año sin poder acceder a un trámite simple”, señala.
Los refugiados y migrantes también se encuentran con el obstáculo del desempleo y la precariedad laboral, un problema que atenaza a Ecuador. Más del 60% de las personas con empleo tienen salarios por debajo del sueldo mínimo, según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos. En estas circunstancias, cumplir con los gastos básicos de una familia y ahorrar para trámites migratorios se convierte en un verdadero desafío.
Mientras mira por la ventana, Ana piensa en su hijo en Cuba, y en las ganas que tiene de darle un abrazo. Lleva cinco años sin verlo. “Abuelita, vienes a tomar la sopita, por favor”, se escucha del otro lado.
Fuente: elpais