Tomás Guevara
Millones de latinoamericanos continúan dejando atrás sus países para labrarse oportunidades en otras tierras, las condiciones forzadas por diferentes causas llevan también un rosario de dificultades emocionales que en situaciones graves pueden desarrollar el llamado Síndrome de Ulises.
Salir a flote en EEUU no es fácil, dice, mientras se mantiene conectado con todos los medios posibles a Nicaragua, donde está su familia.
“Todo esto trae estrés, dolor de cabeza, ansiedad, y te hace sentir que no estás en tu país, y que tu tierra está allá tan lejos, y esa ansiedad es algo tremendo; justo ahora estoy pasando por una situación horrible”, comenta en conversación telefónica con la Voz de América.
Sus mudanzas han sido constantes desde que llegó a Washington y posteriormente se movió, por recomendaciones, a Miami, donde existe desde la década de 1980 una fuerte comunidad nicaragüense.
Moisés encaja en el término “duelo migratorio” que utilizan los expertos en sicología social, o sea, el proceso de adaptación que enfrentan los inmigrantes a su llegada al país de acogida para sobrellevar el tiempo de adaptación a un nuevo entorno.
Los expertos en salud mental consideran hasta cierto punto “normal” el duelo migratorio, pero en condiciones severas puede avanzar a una escala grave denominada “Síndrome de Ulises”, término que acuñó en 2002 el siquiatra español Joseba Achotegui en alusión al héroe de la mitología griega que estuvo perdido durante 20 años buscando la ruta para volver a su hogar, castigado por los dioses.
“El desplazamiento forzado, la migración, deja secuelas profundas y duraderas, en algunos casos para toda la vida en la persona que las experimenta”, dice la experta, que cree que al dejar el país el emigrante lleva de fondo “la ruptura del tejido social, la fragmentación de la estructura familiar y cultural”.
Agrega que, a partir de los talleres en que trabaja especialmente con migrantes nicaragüenses, observa que las emociones que enfrentan los inmigrantes tienden a acentuarse “en la desesperanza, en el agobio y la frustración” como parte del complejo proceso, que de no ser tratado oportunamente puede agravarse.
Yessenia, una madre salvadoreña con dos hijos que tuvo que dejar El Salvador en abril de 2015, cuenta a la VOA cómo la situación, tanto por perder a su esposo en un acto de violencia en su país, como por tener que afrontar la migración forzada, la llevó al colapso emocional y hasta contemplar las terroríficas ideas del suicidio.
Esto a pesar de estar en un país con la misma lengua y cultura, con algunas redes de apoyo de organizaciones que le dieron acogida, pero que, a pesar de eso –dice- el proceso emocional lleva sus propios caminos internos.
No puede contener el llanto al recordar la experiencia vivida, y cómo las fechas importantes de aquel primer año de calvario emocional las vivió en solitario, en un túnel sin ver luz al final, algo que felizmente pudo superar gracias a personas altruistas y al tesón propio.
“Decidí por mis hijos que me iba levantar y luchar”, recuerda.
Julio lleva dos años de vivir en Estados Unidos, ha buscado soluciones por cuenta propia para no caer en el abismo emocional, reconoce que “no es fácil”, sobre todo porque es una situación que “no se habla” por pertenecer al plano muy personal.
La sicóloga Chamorro dice que “tomar conciencia de la situación es el primer paso”, porque solo ese reconocimiento puede llevar a la conclusión que lo que está pasando a la persona “no es normal” en un proceso de adaptación, “las personas ven normal estar mal y eso no es lo correcto”, apunta.
Al hablar del Síndrome de Ulises, los “sentimientos de desesperanza, de desolación y de agotamiento físico y mental y espiritual”, pueden superar toda la voluntad de la persona.
“Cuando la persona deja de realizar actividades que hacía con normalidad, como ir a un trabajo, o si se ha insertado a la educación en el país de acogida, y si la persona deja voluntariamente de acudir al trabajo, estudio o incluso relaciones interpersonales, si la persona ya no es funcional en lo que antes era, es un signo de alarma y debe buscar ayuda profesional urgente”, dice la experta.
Los jóvenes Selene Lara, Simón Santodomingo y Jonathan Nolasco diseñaron, a partir de sus propias experiencias como inmigrantes, un programa denominado “Navegadores” en el Centro de Recursos para Centroamericanos (CARECEN) en Washington para apoyar a los migrantes, en su mayoría venezolanos, que llegan en los autobuses enviados desde la frontera sur a la capital estadounidense.
Jonathan Nolasco explica que ante los numerosos casos de personas que atienden en condición de necesidades económicas y emocionales es importante de alguna manera mantener distancia, sin perder empatía para ayudarlos.
“Hemos recibido entrenamiento adecuado para poder responder a este tipo de situaciones”, dice a VOA, para atender a primeros auxilios sicológicos, “estamos preparados para manejar estas situaciones de una manera profesional y bien humana, nosotros sentimos y conectamos con estas familias, pero a la vez no podemos involucrarnos tanto, tenemos cierto límite de las cosas que podemos hacer”.
“Las personas que llegan aquí no tienen recursos para conseguir una vivienda y muchas veces incluso para comprar comida”, de ahí se puede deducir un abanico de emociones que conlleva, dice.
Su colega Selene Lara opina que la migración masiva de venezolanos también muestra una diferencia con las olas migratorias anteriores, pues estos grupos llegan a Estados Unidos sin redes de apoyo, diferente o los centroamericanos que en su mayoría tienen algún contacto familiar o amistades y para luego conseguir trabajo.
“La migración no es fácil para nadie, sabemos que migrar a un país donde hay una cultura diferente un sistema diferente genera un trauma, y esto sin contar que en el camino ellos pasan por muchísimas dificultades, hemos notado que llegan estresados, que se sienten estancados en la situación del momento”, opina.
Lo previsto antes de salir del país de origen con la realidad que se encuentra en el país de llegada puede agudizar los sentimientos de impotencia y aumentar el estrés, agrega su compañero Jonathan.
Pues mucha gente al llegar en este caso a Estados Unidos “pensaban que era más fácil todo aquí, y la realidad les muestra que no es así” sobre todo en una ciudad como Washington donde el precio de la vivienda es alto e incluso donde se ve a muchas personas sin hogar, explica.
“Muchas familias han visto cierta parte de lo que es Estados Unidos, y cuando vienen acá se topan con una realidad diferente a lo que se habían imaginado o lo que les pudieron haber contado, muchas personas al darse cuenta de esto no saben cómo reaccionar y cómo superarlo”.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera los retos para atender la salud de los migrantes.
“Los refugiados y los migrantes siguen figurando entre los miembros más vulnerables de la sociedad, y a menudo se enfrentan a la xenofobia, la discriminación, las malas condiciones de vida, de vivienda y de trabajo, y el acceso inadecuado a los servicios de salud, a pesar de que sufren frecuentemente problemas de salud física y mental”, ha dicho el organismo.
Fuente: vozdeamerica