Marcela Vera Urra
El éxodo de personas saliendo de Ucrania, producto de los ataques rusos, es considerado una de las mayores crisis ocurridas desde la Segunda Guerra Mundial. Según cifras oficiales de la ONU, la salida de personas a esta fecha ha sobrepasado, con creces los 4 millones 700 mil civiles, cantidad que, sumada a los desplazamientos internos, podría duplicarse en los próximos meses. Polonia encabezaba el listado de países receptores, con aproximadamente 2 millones 700 mil refugiados, seguido por Rumanía, con más de 716 mil 500 personas y, dado que los hombres no pueden abandonar Ucrania, la mayor parte son mujeres y niños.
Tanto la Unión Europea como otros países del continente han dado muestras de solidaridad y compromiso humanitario, generando, por ejemplo, facilidades fronterizas para el ingreso de los migrantes; configurando programas de alojamiento en viviendas particulares; o facilitando transporte público gratuito y opciones laborales, como el caso de Bratislava. Por otro lado, la Unión Europea ha promovido el debate en relación a asegurar protección a los damnificados por tres años, con permisos para vivir y trabajar, en cualquiera de los 27 miembros del bloque.
Sin embargo, las facilidades no se han dado para todos los refugiados, puesto que muchos se han encontrado con regulaciones arbitrarias hacia ciudadanos de otras regiones, despertado acusaciones de discriminación racial. Se trata de ciudadanos africanos, asiáticos y orientales que escapaban de Ucrania y que se han encontrado con filas paralelas y menor velocidad para avanzar en sus trámites administrativos, refugiados que incluso no han podido salir del país porque no habría permiso para que los de piel negra pudieran subir a los trenes de traslado y, por tanto, cruzar la frontera.
No se trata de una situación lejana, ejemplo palpable se nos presenta con personas procedentes de Haití que arribaron a Chile fundamentalmente hasta antes de 2018. Las investigaciones sobre temas migratorios señalan que una de las principales dificutades que enfrentan los migrantes, es el racismo y la discriminación y que, aun cuando se trata de refugiados, como el caso de quienes escapan de la guerra, nos enfrentamos a representaciones sociales asociadas a la discriminación y a la negritud.
En la actualidad y ante estudios que han descartado la diferenciación racial, el color de la piel sigue siendo una marca de discriminación humana, asociada a estereotipos sociales y culturales arraigados en las naciones desde lo más profundo de su conformación histórica.
Algunos autores como Tijoux y Díaz, coinciden en que esta diferenciación tiene su causa en la ideología nacional que sustenta el racismo hacia los migrantes negros, según la cual ellos no formarían parte de la supuesta identidad étnica de una nación, en la cual predomina la blanquitud. Ello también justificaría su inferiorización a nivel moral y socioeconómico. Esta diferenciación racial, en cuanto ideología estatal-nacional, también se difundiría través de las instituciones y políticas gubernamentales generando violencia institucional y cotidiana asociadas a la discriminación.
Sumado a ello, en la actualidad también nos enfrentamos a otro tipo de racismo, en el que se sustituyen las categorías raciales por un determinismo cultural, consolidando así un “racismo diferencialista” o un “neorracismo”, cuyo tema dominante es lo que Balibar y Wallerstein han llamado “la incompatibilidad de las formas de vida y de las tradiciones”, es decir, la incompatibilidad de las diferencias culturales, un racismo que postula básicamente la nocividad de la desaparición de las fronteras y que De Zubiría define como una forma de discriminación en búsqueda de la protección de la identidad cultural de cada nación cuyo sustento no está en las diferencias raciales ni en la búsqueda de la pureza racial, sino en la imposibilidad de entendimiento entre diferentes formas de vida, temiendo que el mestizaje cultural y étnico termine en la pérdida de lo propio.
Bajo esa premisa, el neorracismo fortalece la diferenciación con el otro y por ende los “estigmas de alteridad” por medio de conceptos como el de “etnia” o inclusive “migración”. Como podemos ver, a pesar de experimentar modificaciones respecto a su lenguaje o discurso, la esencia racial de dicho pensamiento permanece, ya no desde el punto de vista biológico, sino desde el ámbito de la cultura, rechazando las diferencias culturales entre grupos sociales y justificando nuevamente formas de expresión despectivas y de exclusión.
Fuente: lavozdelosquesobran.cl.