DANIELA SEGOVIA
Cuando leemos o hablamos sobre migración, lo primero que se nos viene a la mente son imágenes de un flujo incesante de personas.
En este rompecabezas, se entretejen múltiples historias dentro de ambientes que puede resultar bastante hostiles. No obstante, las corrientes migratorias no son un elemento nuevo en nuestro devenir ya que la migración es un fenómeno inherente a los seres humanos. Conflictos armados, pobreza, inseguridad, tráfico ilícito, son los titulares alarmantes que comúnmente están ligados a un fenómeno que se encuentra en franco crecimiento: la migración irregular, y evaluar su dimensión real no es tarea fácil.
Es una dinámica por demás compleja, que difícilmente puede ser abordada en su justa medida si no se toman en cuenta los elementos transversales que le atañen. Cuando problemas económicos y sociales profundos convergen en medio de una crisis estructural en un país receptor, se genera el ambiente propicio para que los migrantes aparezcan como los perfectos chivos expiatorios. Para este tipo de narrativas, los migrantes representan una carga fiscal dentro de los países receptores.
A pesar de dicha generalización, en términos de efecto neto fiscal, la migración contribuye positivamente a la economía de los mismos. Incluso en naciones con sistemas políticos y economías estables, observamos personas con este tipo de prejuicios hacia el extranjero por representar lo diferente en términos de valores, cultura y/o religión.
A medida que emergen nuevas problemáticas a nivel mundial, se producen nuevos desafíos que, de no ser afrontados de manera integral por la comunidad internacional, amenazan con debilitar las instituciones y la convivencia tanto de inmigrantes como de nacionales.
Fuente: milenio