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«A veces es más peligrosa la tierra que pisas que irte por mar»

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Elk Jakub, posa en el campo de refugiados de Kara Tepe II (Hegoi Belategi)


 

Es posible que la historia de Jakub Shabani rompa algunos esquemas preconcebidos sobre el perfil de los refugiados de Lesbos. Cada una de las 3.000 personas que viven en el campamento de Kara Tepe tiene su propia historia, y la de la familia de Jakub, originario de Turkmenistan, da para un libro.

Bastan cinco minutos para darse cuenta de que es una persona con don de gentes. Jakub Shabani es refugiado, trabaja con Zaporeak en Lesbos y es una de las claves para que esta ONG vasca pueda proporcionar algo más de 2000 raciones diarias de comida en el campamento de refugiados de Mavrovouni (más conocido como Kara Tepe II). Jakub es de Turkmenistan, su lengua materna es el ruso y es hijo de un expolítico comunista que, tras ser acusado de intento de magnicidio y estar en prisión, huyó del país, igual que haría su familia tiempo después. La historia de Jakub es una de esas que estremecen al igual que enganchan. Si no le ponen más trabas administrativas, espera que Euskal Herria se convierta en su hogar próximamente.

Usted es de Turkmenistan, de la capital, Asjabad. Ahora mismo estamos en Mitilene. ¿Cuándo llegó a Lesbos, cómo y por qué?

Llegué el 4 de julio de 2019 junto con mi familia. Llegamos aquí porque ya no teníamos opción de quedarnos en Turquía. Nosotros realmente no queríamos venir ni a Grecia ni a Europa. Nuestro único objetivo era no volver a nuestro país de origen. Sé que mucha gente sufre en Turquía, pero nosotros teníamos una buena vida. El único problema es que en Turkmenistán somos considerados disidentes y Turquía está intentando reforzar su relación con Turkmenistan.

El gobierno de Recep Tayip Erdogan intenta desde hace tiempo posicionarse como un líder regional en el Turquestán, ensanchando su influencia a Asia Central.

Exactamente. Yo mismo estudié Turquismo en la Universidad de Estambul; la influencia turca en el mundo y especialmente en Asia Central.

Comenta que son considerados disidentes políticos en Turkmenistan. ¿Por qué se fueron?

Por desgracia, tuvimos que emigrar separados y en diferentes momentos. Pese a que era totalmente falso, en 2002 acusaron al partido en el que militaba mi padre del intento de asesinato del Turkembashi [nombre que se dio a sí mismo el extravagante primer jefe de estado del Turkmenistan independiente, Saparmyrat Nyyazov, y que significa líder de los de los turcomanos].

¿Qué partido era?

El partido comunista. Tras la caída de la Unión Soviética mi padre fundó la primera empresa privada de tabaco del país, la primera que importó Phillip Morris. Para entender el comunismo, mi padre tuvo que conocer primero el lado más salvaje del capitalismo.

Curiosa transición. Cuéntenos más sobre su padre.

Mi padre nació en una familia turcomana de los Altos del Golan, descendientes de nómadas que datan del imperio selyúcida. Fueron expulsados de su hogar por el estado de Israel tras la Guerra de los Seis Días. Pese a que vivió en Quneitra y Damasco, mi padre nunca se sintió árabe, ya que su cultura y lengua eran oprimidas. Tras estudiar en Moscú, mi padre decidió mudarse a Turkmenistan cuando era una República Socialista Soviética. Allí conoció a mi madre y decidió quedarse. Ella es polaca por parte de padre y medio rusa medio azerí por parte de madre. Es una locura, sí; nunca nos han considerado locales, ni parte del colectivo. Aunque tampoco vivíamos mal.

Hasta que en 2002 detuvieron a su padre.

Llegaron de noche, en diciembre, estábamos durmiendo y se llevaron a mi padre en ropa interior. Durante cinco años no supimos si estaba vivo o muerto. En 2009 mis padres consiguieron huir del país y consiguieron cruzar clandestinamente la frontera con Irán. De allí fueron a Siria.

Dos años antes de que se iniciase la Guerra de Siria.

Así es. Al principio todo fue bien. Mis padres son dentistas y en todos los lugares hacen falta médicos. Tenían una casa grande y mi padre habla perfectamente árabe. No querían irse de Siria pero tuvieron que cruzar a Turquía.

«El viaje es mejor o peor según lo que pagues. En nuestro caso pagamos bastante y pudimos llegar con un yate robado en un club náutico. Aquella traficante me ofreció la ruta de escape que nunca me permitió una embajada»

¿Qué fue de usted?

Yo y mi hermano Elmar (él también trabaja en Zaporeak) nos quedamos con mi abuela. Desde 2002 hasta 2014 tan solo vi en una ocasión a mi padre, y hasta que escapó de la cárcel ni siquiera pude hablar con él. Tras irse mi madre con él, cada vez nos controlaban más. Tratamos de salir del país por primera vez en 2012 para reunirnos con ellos en Turquía. No nos lo permitieron y nos enviaron a mí y a mi hermano a hacer el servicio militar durante 24 meses. Tras 23 meses y aprovechando las vacaciones, huimos; pagamos un dineral para que nos falsificaran un pasaporte diplomático con el que entrar en Turquía. Pedimos asilo político, pero nos lo denegaron. Gracias a la ayuda de ACNUR nos concedieron cinco años de residencia, pero dejándonos muy claro que tras ese tiempo deberíamos abandonar el país. Tras intentar sin éxito pedir protección en diferentes estados, no nos quedó más remedio que subirnos a una patera, pese a que teníamos una vida cómoda.

¿En qué momento optan por esa decisión?

Llevábamos ya 19 días sin permiso de residencia y debíamos abandonar cuanto antes Turquía. He de admitir que el viaje es mejor o peor según lo que pagues. En nuestro caso pagamos bastante y pudimos llegar con un yate robado en un club náutico. Éramos 17 personas. Yo les preguntaría a los vascos cómo se imaginan ellos a un traficante de personas. En nuestro caso era una mujer y no era ni siria ni turca, sino búlgara y muy simpática, al contrario de lo que se suele decir. Aquella traficante me ofreció la ruta de escape que nunca me permitió una embajada. En un momento dado es más peligrosa la tierra que pisas que irte por mar.

Finalmente, lograron el reconocimiento hace tres años ¿Cómo recuerda el momento en el que les confirmaron el asilo político?

En particular recuerdo la reacción de mi madre. Lo celebramos tomando ginebra, le encanta. Era 2020 y en aquella época colaboraba con una universidad de Madrid, sobre el efecto torturador que tienen los campos de refugiados. Estaba en Moria cuando mi abogada me llamó. Me dijo que me iban a deportar a Turquía y que tenía que elegir entre Estambul y Esmirna. Viéndome sin opciones elegí Esmirna y mi abogada me envío un documento que debía imprimir. Aquel documento decía, ‘you are granted political asylum’. Nos concedían asilo político.

Menudo sentido del humor el de su abogada…

Pues sí.

«El proceso para lograr el asilo no fue largo, porque el nuestro es un caso de manual y guardamos la documentación, pero fue difícil, tienes que demostrar muchas cosas»

¿Tardaron mucho en concederles el asilo?

Realmente, no mucho, porque el nuestro es un caso de manual y guardamos todos los documentos que recogían nuestra situación en Turkmenistan y los intentos infructuosos para quedarnos en Turquía. Sin embargo, el proceso fue difícil. Se dividió en tres partes. Primero, comprobar mi nacionalidad, donde tuve que demostrar que era de mi país. Admisibilidad, donde tienes que comprobar que después de huir de tu país, ninguno de los países de tránsito era seguro para ti. Por ejemplo, preguntarle a un sudanés que ha huido vía Etiopía porque no solicitó allí el asilo. En eso se basa en gran parte el acuerdo de 2016 de la UE con Turquía. Finalmente, elegibilidad, donde tienes que demostrar la razón por la que saliste de tu país de origen y justificar claramente el peligro que te obligó a marcharte, no tu opinión sobre el país o sistema político.

Tiene asilo político, y documentación griega, pero todavía no puede salir de Grecia, ¿verdad?

En 2019 intentamos irnos en ferry desde Patras a Bari (Italia). Yo y mis padres pasamos, pero detuvieron a mi hermano debido a unas irregularidades en la documentación. Volvimos. A mí y a mi hermano nos condenaron a tres años y un día de prisión, el mínimo para cumplir condena si no tienes antecedentes. Apelamos y nos redujeron la condena a tres años, librándonos de la cárcel.

Y llega un momento en el que entra en contacto con la ONG Zaporeak.

Sí. Trabajaba de enlace para un periódico español, cuando conocí Zaporeak mediante algunos voluntarios vascos. Desde entonces hemos evolucionado y conseguido muchísimo.

Después de un primer intento infructuoso, creo que le veremos viviendo en Euskal Herria más pronto que tarde, ¿no?

Esa es la idea. Me ha tocado vivir largos períodos de mi vida en diferentes lugares y aunque muchas veces me han tratado fatal, es muy duro abandonar el sitio que has llegado a considerar tu hogar. Por eso tengo claro que el siguiente lugar será el definitivo. No sé por qué, pero me gusta el nombre Vitoria y me gustaría crear algún tipo de asociación para ayudar a personas migrantes.

Fuente: naiz.eus.es


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